FRANCISCO ROSELL-EL MUNDO

En su gran novela El hombre que fue jueves, una obra donde desarrolla su característico humor en medio de una trama surrealista, Chesterton narra la historia de Gabriel Syme en el Londres de inicios del siglo XX. Se trata de un poeta reclutado por Scotland Yard para que se infiltre en una organización anarquista, cuya cúpula está constituida por siete miembros que se identifican entre sí con los nombres de la semana. Bajo el alias de Jueves, Syme recibe la encomienda de desmantelar la banda y apresar a su cabecilla (Domingo), invisible durante casi toda la trama. La acción va experimentando giros imprevistos y nada es lo que parece. Así, aquellos aparentes sediciosos resueltos a aniquilar la civilización occidental son, en verdad, policías encargados de combatir el extremismo violento. En definitiva, una conjura de necios.

De la misma manera que aquel Supremo Consejo Anarquista no era tal, sino que «todos éramos –como estalla uno de los fingidos anarquistas, al percatarse de la farsa– un hatajo de policías imbéciles acechándonos mutuamente», tampoco ha existido el Gobierno de coalición entre PSOE y Podemos que hubiera posibilitado el pasado jueves la investidura del aspirante a la reelección, Pedro Sánchez. Viendo su cara de derrota del jueves a la hora del almuerzo, cabe aplicarle análogas palabras a las que el escritor inglés le dedica a Syme: «No era realmente un poeta, pero, sin duda alguna, era un poema». Desde luego, no es para menos. Pocas veces una investidura ha dejado tan desvestido a un presidente que se toma la gobernación como un juego de azar.

Resultaba paradójico que quien, durante la designación de las nuevas autoridades de la UE, se presentó como gran adalid de la socialdemocracia que se levanta como un dique contra populistas y nacionalistas, auspiciara al sur de los Pirineos cohabitar con una formación neocomunista como Unidas Podemos. Para colmo de males, bajo el padrinazgo de ERC y Bildu. Amigados ambos desde el malhadado Pacto de Perpiñán (2004) por el que la horda terrorista excluyó a Cataluña de sus acciones criminales y que articulan ahora un eje de destrucción de la nación española.

En medio de la zarabanda, actuando entre bambalinas, tampoco faltó el concurso a última hora del ex presidente Zapatero, actual embajador plenipotenciario del sátrapa Maduro, como intermediario con Iglesias y los separatistas. Con la votación definitiva a punto de efectuarse y con la papeleta telemática de Irene Montero ya emitida desde el casoplón de Galapagar, el Maquiavelo leonés irrumpió en escena sugiriendo al caudillo de UP que podía salir del atolladero renunciando al apetecido Ministerio de Trabajo a cambio de reclamar la gestión de las políticas activas de empleo. Ello le facultaría el manejo de una suculenta partida de buen provecho para hacer clientelismo político. Con ese variopinto cuadro de actores, no cabe duda alguna que se hubiera podido hacer una versión actualizada del clásico de Chesterton, siendo de gran entretenimiento a quien asignar el nombre de cada día de la semana.

Al tiempo, como estrambote, Sánchez consumaba su disposición a hacer su norte y guía las rayas rojas que se comprometió a no desbordar y acordaba hacerse con la Presidencia de Navarra con la llave falsa del brazo político de ETA, con quien el presidente en funciones se fundió en un simbólico abrazo el martes, cuando redujo a meras divergencias sus diferencias con una organización que no ha condenado los crímenes de ETA, entre ellos, los de muchos socialistas. Entretanto, desde la tribuna de invitados, la gran beneficiada con esa trapacería, María Chivite, obsequiaba a Albert Rivera con una castiza peineta por denunciar tan flagrante claudicación. Nada se seca antes que la sangre. Fue lo que arguyó el general De Gaulle cuando resolvió que Argelia debía ser independiente y uno de sus consejeros empezó a objetar: «¡Tanta sangre derramada!». El general le cortó en el acto adaptando a la circunstancia gala el proverbio latino.

Mientras Sánchez atraviesa con paso decidido ese punto de imposible retorno, se hace una mudez ensordecedora en un PSOE callado como nunca antes. Ni siquiera durante el cesarismo de un González que ahora se muestra ominosamente transigente con quien acusó de haberle mentido y del que dudaba hace tres años que pudiera hablar durante «más de media hora» sobre qué se puede hacer por el país. Junto a él, todos los barones críticos –Díaz, Vara y Page– se han plegado a este tiempo de silencio, al igual que los tenores Bono, Chaves e Ibarra hicieron con Zapatero hasta el punto de poner en marcha innecesarias reformas estatutarias para darle aire de normalidad al inconstitucional Estatut de Maragall y acabar sentado en su Consejo de Ministros, como fue el caso del otrora virrey andaluz.

Empero, el pretendiente que quiso ser Jueves volvió a verse sorprendido por su socio de circunstancias, Pablo Iglesias. Si el viernes anterior a la segunda votación de investidura había dejado en evidencia a Sánchez, tras renunciar a puesto alguno en el Consejo de Ministros para no poner en riesgo las concesiones que le había arrancado al PSOE, quien saltó de un Gobierno de cooperación a la portuguesa sin ministros de Podemos a entregarle una Vicepresidencia a Irene Montero, su pareja, y tres carteras más, el líder de UP no pudo contenerse el día de autos. Apareció el escorpión que lleva dentro, cuya naturaleza le lleva a aguijonear a la rana, aunque perezcan ambos en el tránsito de una orilla a otra. No obstante, en este duelo de escorpiones, habrá que ver si se produce el desenlace que se registró durante el rodaje de Centauros del desierto, cuando John Ford sufrió una picadura de este alacrán. Ello provocó la general consternación de los productores de la cinta, quienes telefonearon a John Wayne para interesarse por la salud del gran director. El mítico vaquero respondió con precisión de pistolero: «Ford se encuentra muy bien. El que ha muerto ha sido el escorpión».

Después de haber hecho un inteligente ejercicio de astucia y contención, a Iglesias le acaeció lo que al campesino que vende su alma al diablo, a cambio de toda la tierra que abarque a pie. Cerrado el trato, el labriego echa a andar sin cesar para acaparar hectáreas y más hectáreas. En su avarienta ceguedad, se resiste a cerrar el círculo hasta que, extenuado, cae muerto. Entonces aparece el demonio con pala de sepulturero y sentencia: «Creo que no necesitabas más que un terrenito de un metro de ancho y dos de largo». Lo preciso para enterrar a quien, ideando hallar copioso remedio, perdió lo que tenía. Lo cierto es que, cuando Iglesias parecía haber resucitado por ese error de cálculo de Sánchez y de sus asesores, éste se empeñó en suicidarse por actuar con pareja precipitación a la que le arrastró en 2016 a autopromoverse Archipámpano de las Indias mientras Sánchez participaba en la ronda de consultas con don Felipe VI.

Por aquello de que no hay mal que por bien no venga, merced a esa desbocada ambición de Iglesias, España ha soslayado ser la Grecia que evitó milagrosamente ser con la forzada dimisión de Zapatero y en la que ahora reincide Sánchez cuando la antigua Hélade ha removido su Gobierno retornando a uno de sus partidos tradicionales. A la economía española le irá mejor con un Gobierno en funciones obligado a prorrogar los presupuestos cuasi eternos del ex ministro Montoro, quien reina luego de abandonar el caserón de la calle Alcalá que alberga Hacienda, que un Gabinete que derribe los fundamentos de una economía que, aunque sea de forma inercial, aún crece al ralentí y sostiene unos niveles de empleo aceptables. Pero que se desplomaría ipso facto con una contrarreforma laboral como la promovida por UP y que el PSOE sólo alienta de boquilla porque sabe perfectamente de las secuelas de este mal medicamento de la farmacopea sindical. Sentada esta premisa, conviene no confundirse con ese aterrizaje suave. Cuando los motores de la economía en marcha se paren va a ser complicado volverlos a echar a andar. A este respecto, se está perdiendo un tiempo fundamental ante la negligencia manifiesta de una clase política que ni rectifica ni hace propósito de enmienda. Buenos son ellos.

De hecho, hasta acometer su fallida investidura, Sánchez ha disimulado su pasividad por medio de aspavientos. Después de 80 días sobrevolando en globo desde que recibiera el encargo del Rey, se pinchaba este jueves y se caía con todo el equipo. Al modo de ese piloto e inventor francés de nombre Franky Zapata. Tras ser la sensación del desfile de la Fiesta Nacional de Francia del 14 de julio, al sobrevolar con un fusil los Campos Elíseos, Zapata fracasó estrepitosamente este jueves también en su intento de cruzar el Canal de la Mancha con su Flyboard Air precipitándose al mar. Pero, más allá de casualidades fallidas, lo cierto es que Sánchez acreditó con su fracaso sin paliativos que no hay vientos favorables para quien no sabe a dónde va y prefiere quedar a merced de los acontecimientos al tenerse por un hombre tocado por la Fortuna.

Teniendo posibilidad como ninguno de construir mayorías a derecha e izquierda, nada indica que Sánchez vaya a tomar otra dirección, por mucho que hable en contrario, empeñado en gobernar en solitario con 123 escaños (124 con la propina del Partido Regionalista de Cantabria). Algo imposible. No puede jugar a la geometría variable de Zapatero con cuarenta escaños menos. Sus eventuales socios no van a estar, sin compartir parcelas de Gobierno a cambio, por la «geometría variable» como el que corretea a la gallina ciega.

Persiguiendo una segunda oportunidad, difícilmente puede pretender la abstención de PP y de Ciudadanos si no está dispuesto a romper con los independentistas con los que persigue entenderse sin la intermediación de Podemos, si bien trata de endosarles a ambos un bloqueo que solo cabe achacar a él al no querer romper el nudo gordiano que le unce al nacionalismo. Solo persigue anular a la oposición apelando al sentido de Estado del PP para que Casado se amolde a la vida muelle con la que González se trajinó a un Fraga al que lisonjeaba con que le cabía el Estado entero en la cabeza.

Por eso, lo más probable es que, acto seguido de creer que ha anulado a Podemos, el afán de Sánchez será cortarle un traje a Albert Rivera. Una vez que ya Vox no sirve para movilizar a la izquierda en la misma medida que hace unos meses, usando el espantajo de la ultraderecha, todo advierte, en efecto, que ese papel lo puede ejercer el líder de Cs sobre el ardid de ser una especie de Salvini español. Como ya deslizan quienes han asignado, por su cuenta y desatino, el pasmoso rol de hombre de Estado nada menos que al Pijoaparte de Rufián, como si fuera el Miguel Roca de los años de la Transición.

Toda una pamema encaminada a que, de cara a los eventuales comicios de noviembre, el PSOE pesque en el caladero de Cs, lo cual sería estupefaciente tratándose de una formación a pachas con el nacionalismo. Pero que explicaría los últimos resultados del PSC, al aprovechar la errática política del riverismo en Cataluña y lo revuelto de sus aguas convenientemente agitadas con la complicidad socialista que busca convertirlo en su sidecar. La propaganda es capaz de los mayores portentos que el ser humano pudiera imaginar. Rivera debe atarse, pues, los machos y no dar facilidades con intervenciones deslavazadas como la de esta semana. Propias de un mal estudiante que deja todo para una noche de insomnio, fiado en exceso en sus dotes oratorias.

En todo caso, hay que perder la esperanza de que, más allá de intentar anular a la oposición para persistir en sus tratos con el nacionalismo, el PSOE vaya a rectificar tras la fallida investidura del hombre que quiso ser Jueves. Como en aquella discusión entre dos amigos sobre si la tostada cae siempre del lado de la mantequilla, lo que les lleva a hacer la prueba corroborando que cae de la parte untada, argüirán que se equivocaron de lado al untar la mantequilla.

«Se entontecieron en sus razonamientos», escribió San Pablo de aquellos que, alardeando de sabios, vinieron a quedar en necios como los conjurados de la novela de Chesterton y de su correspondiente recreación en la investidura fallida. No cabe mejor diagnóstico que estas palabras paulinas sobre la irresponsabilidad negligente de quienes libran el destino de España mirándose en el espejo de su ombligo. Claro que, para ver la luz, el apóstol hubo de caerse antes del caballo camino de Damasco.