En su segunda comparecencia tras el estallido del escándalo Cerdán, Pedro Sánchez ha trasladado un mensaje con la misma letra que el del jueves pasado (no adelantará las elecciones, no hará grandes cambios ni en el PSOE ni en el Gobierno y no dimitirá), pero con una música muy distinta.
Ha transicionado del victimismo inicial a la huida hacia adelante agresiva, como quien está decidido a morir matando.
Su forma de lidiar con esta crisis mayúscula será incoar un puñado de cambios cosméticos sin modificar nada sustancial.
O sea, que seguirá aferrándose al poder, como si no hubiera quedado relegado ya a una posición insostenible.
El racimo de aseveraciones tramposas —cuando no falsedades flagrantes— que ha vertido tras la Ejecutiva federal de este lunes constituyen un auténtico monumento al cinismo.
¿Cómo se puede afirmar que «el PSOE es una organización limpia», después de que la Guardia Civil haya señalado que en su cúpula operó durante una década una «organización criminal» dirigida por sus dos secretarios de Organización?
¿Qué credibilidad tiene su lamento por la «repugnancia» que le causa el tono «zafio y machista» de las conversaciones reveladas por el informe de la UCO, teniendo en cuenta que Carmen Calvo y Adriana Lastra denunciaron los comportamientos de Ábalos en 2021, y aún así Sánchez volvió a incluirlo en las listas en 2023?
¿Hay algo más absurdo que seguir agitando la foto de Feijóo con Marcial Dorado de hace treinta ños, o el caso Gürtel, cuando la actual directiva del PSOE mantiene muchos más vínculos con los condenados por los ERE que la del PP con los implicados en la trama Kitchen?
Y es directamente falso que no haya rastro de una posible financiación irregular del PSOE. Los medios hemos detectado múltiples indicios en el informe de la UCO que señalan esa posibilidad, y son muchas las informaciones que apuntan a que esa va a ser en adelante la línea de investigación de la UCO.
Como también que presuma de no amenazar a periodistas ni tener una policía patriótica el promotor de la campaña de señalamiento contra la «máquina del fango», y el jefe del partido que hospedó unas cloacas para calumniar a jueces y policías. Y que ha mantenido desde la Moncloa contra viento y marea el bulo de la bomba lapa sobre el capitán Bonilla.
Por otro lado, parece una broma que el presidente que tiene a su mujer investigada, a su hermano procesado y a su fiscal general al borde del banquillo se ufane de que «el llamado caso Koldo es el único hasta la fecha de supuesta corrupción que afecta a mi organización desde que tengo el honor de dirigirla».
Pero es sencillamente desopilante que insista en que «las elecciones en España son cada cuatro años, así ha sido y así seguirá siendo».
Él, que estuvo al frente del PSOE en dos periodos en los que se produjo una repetición electoral.
Él, que adelantó las elecciones previstas para finales de 2023 a julio de 2023, para excitar el miedo a la ultraderecha y recuperarse de la debacle de las municipales de mayo.
Él, que entró a gobernar con su moción de censura cuando a la XII Legislatura aún le quedaba la mitad.
Esta enésima finta a la rendición de cuentas atestigua que Sánchez ha dejado atrás el tono abatido y el talante penitente de su comparecencia de hace apenas cinco días, y que ha vuelto al ataque.
Con esta nueva andanada contra el PP, los «pseudomedios» y las «mentiras» de los «lobbies oscuros», Sánchez retoma su modus operandi: victimizarse por el «ataque personal que estoy sufriendo por parte de asociaciones ultraderechistas», para contraatacar con una determinación hostil.
Por eso, su amenaza de que «después del verano se verá quiénes son los delincuentes de verdad» sólo puede leerse, en el contexto actual, como un desafío a todos los españoles.
A la vista de las cotas astronómicas de desfachatez que ha alcanzado este presidente, ya no resulta una exageración afirmar que se ha convertido en un auténtico peligro para el orden democrático español.
Y se trata de un hombre peligroso que sigue controlando los principales resortes del Estado…
En su acrisolada megalomanía, se ha presentado como el «capitán» cuyo deber es «tomar el timón y capear la tormenta».
Pero este arresto de liderazgo resultaría creíble de no ser porque lo que mancha al presidente no es «la posible corrupción de unos pocos» en un caso que no le atañe. Al contrario, tiene una responsabilidad directa en la tolerancia y el encubrimiento de las corruptelas de sus dos hombre de confianza.
El audio de Koldo que ha sacado a la luz EL ESPAÑOL no hace sino corroborar que Santos Cerdán ostentaba un rol medular en el PSOE sanchista y en la praxis cotidiana del presidente.
Por tanto, si el Gobierno diera un paso análogo al que ha dado la constructora Acciona, depurando la responsabilidad in vigilando sobre su responsable de compliance en las obras de Navarra investigadas por los presuntos amaños, Sánchez tendría que asumir la responsabilidad de destituirse a sí mismo.
Pero se ha enrocado en dilatar artificialmente una legislatura yerma en la que no podrá sacar adelante Presupuestos ni leyes. Y que estará sacudida por las nuevas revelaciones comprometedoras que irán aflorando y por las voces socialistas críticas que seguirán creciendo.
Y ello porque sabe que, después de las reticencias de sus socios parlamentarios a la ronda de contactos que ha iniciado, es más que probable que no superase una moción de confianza.
Pero, como viene sosteniendo este periódico, la obligada dimisión de Sánchez no está vinculada a ninguna preferencia estratégica, sino que es una exigencia de ética política elemental.
No sorprende que el gobernante que ha exhibido una irreverencia más contumaz en Democracia hacia cualquier obligación moral se resista a apearse del poder. Pero es evidente que no puede seguir llevando el timón quien, por acción o por omisión, nos ha conducido a este naufragio.