- Yolanda Díaz ha jugado a ser un verso suelto. Milita en el PCE, no en IU, pero Pablo Iglesias ha propuesto que sea la candidata de Podemos a unas generales. La guerra está servida
Enrico Berlinguer, el histórico secretario general del PCI, no solo fue una leyenda en la izquierda europea por convertir a los comunistas italianos en una alternativa real de Gobierno en plena guerra fría con su célebre compromiso histórico (un 34,4% del voto en las elecciones de 1976). También acabó siendo un mito por su capacidad para coser con paciencia de orfebre las diferencias ideológicas que existían dentro de los comunistas italianos. Y aunque en su día tuvo que lidiar con escisiones como la de Rossana Rossanda por cuenta de la invasión soviética de Checoslovaquia, que abrió una antes y un después en la izquierda marxista europea (Berlinguer no era por entonces eurocomunista), lo cierto es que mantuvo la unidad del partido pese a que a izquierda y a derecha contaba con políticos de una extraordinaria talla intelectual, como Pietro Ingrao o Amendola, con posiciones claramente antagónicas.
Cuando a finales de los años 70, Petra Kelly y otros antiguos dirigentes socialdemócratas fundaron Los Verdes, nadie podía imaginar que cuatro décadas después podrían ser la alternativa a los viejos dinosaurios de la política alemana, la CDU /CSU y el SPD.
Los Verdes amenazan la cancillería alemana y han adelantado que no descarta gobernar con La Izquierda, heredera de la antigua RDA
Kelly, antes de su trágica muerte a manos de su marido, el general Bastian, también tuvo que lidiar con enormes presiones dentro de su partido entre los llamados realistas y quienes se aferraban, desde el fundamentalismo, a las raíces ecopacifistas. Los Verdes, hay que recordarlo, nacieron en plena guerra fría, y fue, precisamente, la instalación de misiles con cabezas nucleares en Europa lo que provocó el nacimiento de una nueva izquierda que vio en el pacifismo y en la ecología sus señas de identidad.
El PCI es ya historia después de la explosión del sistema de partido vigente en la Italia posterior a 1945, pero Los Verdes amenazan hoy la cancillería en las elecciones del 26 de septiembre de la mano de Annalena Baerbock, quien desde que se afilió hace una quincena de años ha ido escalando posiciones dentro del partido. Baerbock (40 años) ha dicho que hay que mirar hacia adelante, y Robert Habeck, el copresidente de Los Verdes, ha adelantado incluso que no descarta gobernar con La Izquierda, heredera de la antigua RDA.
La vieja frase de Marx
Ha puesto, sin embargo, dos condiciones, su compromiso con la OTAN y que no se desmantelará la industria. Ambas son razones muy significativas teniendo en cuenta que Los Verdes nacieron como una organización ecopacifista. En el primer caso, por lo que supone mantener a Alemania en una estructura militar liderada por EEUU, y en el segundo, por las implicaciones medioambientales que tiene la potente industria germana. Los Verdes, de alguna manera, han hecho suya la vieja frase de Marx: “Hasta ahora, los filósofos han intentado interpretar el mundo. Ahora se trata de cambiarlo”.
No se sabe muy bien a qué partido pertenece Yolanda Díaz, la ministra de Trabajo. Formalmente, está afiliada al PCE, pero no aparece en ninguno de los órganos de dirección del partido pese a su alta responsabilidad en el Gobierno. Tampoco milita ya en Izquierda Unida (fue secretaria general de la federación gallega durante doce años), una formación que, como se sabe, acude en coalición con Podemos a las elecciones. Pero ha sido Pablo Iglesias, el todavía secretario general de Podemos, quien, paradójicamente, la ha designado como su sucesora, pese a no ser afiliada.
Al mismo tiempo, el todavía secretario general de Podemos está armando una candidatura para que Ione Belarra, la ministra de Derechos Sociales, haciendo tándem con Irene Montero, sea quien dirija el partido, que es el mayoritario de la coalición, aunque sea el PCE quien tiene, en realidad, una estructura organizativa más consolidada. Por si faltara poco, el ministro Alberto Garzón, muy distanciado políticamente de Yolanda Díaz, es el coordinador general de Izquierda Unida y miembro de la Comisión Política del PCE. La ministra de Trabajo se dio de baja en la primera organización, pero no en la segunda.
La ensalada tiene muchos más ingredientes, en particular por la influencia de las famosas confluencias, que aunque hoy están en horas bajas han creado en la izquierda una estructura confederal –verdaderos reinos de taifas– que hace que cada organización aliada tenga vida propia. Hasta el punto de que Joan Baldoví, el líder de Més Compromís ha dicho que está encantado de ser aliado de Errejón, la recuperada estrella ascendente de la izquierda, pero siempre que se respete el hecho diferencial valenciano. Su partido, ha precisado, “es un proyecto independiente”, como el que intenta construir Teresa Rodríguez en Andalucía o En Comú Podem en Cataluña, que es una amalgama de micropartidos desgajados del viejo PSUC. Todo el territorio nacional en el ámbito de la izquierda a la izquierda del PSOE, de hecho, está sembrado de pequeñas formaciones con un fuerte componente territorial y hasta identitario.
Un cargo más simbólico que real
No es de extrañar, por eso, que el periodista Iván Gil titulara una de sus excelentes crónicas: «El relevo exprés en Podemos abre la puerta a Belarra y estrecha el margen a Yolanda Díaz». Es evidente que la ministra de Trabajo tiene una situación difícil. No solo porque su Ministerio encara ahora el asunto más peliagudo, la reforma de la reforma laboral, sino, sobre todo, porque su aislamiento en el Ejecutivo tiende a crecer, aunque haya ‘ascendido’ a la vicepresidencia tercera, que es un cargo más simbólico que real.
Alejada de Calviño y de Escrivá por razones ideológicas, mantiene el apoyo de Sánchez, que es el que cuenta, pero en algunas de las últimas decisiones del Gobierno, como la ley de los ‘riders’ que, inexplicablemente, aún no ha visto la luz, o la actualización del salario mínimo, se ha podido observar con claridad su debilidad política. En ambos casos, la vicepresidenta Calviño ha ganado la batalla legislativa. La ley de ‘riders’ se queda muy lejos de la doctrina del Supremo, mientras que en un asunto como la gestión de la formación profesional, que pasó a manos de Celaá en cuerpo y alma, ni siquiera pudo negociar porque la orden venía de Moncloa. Las pensiones, como se sabe, hace tiempo que fueron escamoteadas a Trabajo pese a que las cotizaciones las pagan trabajadores y empresarios.
Lastra y Echenique firmaron un acuerdo con EH Bildu para derogar de forma inmediata la reforma laboral sin contar con Trabajo
Díaz, sin embargo, mantiene una imagen impecable ante la opinión pública, en parte por disponer de un formidable aparato propagandístico desde el Ministerio, aunque también por su capacidad para alcanzar pactos con sindicatos y empresarios y su conocimiento de la materia desde los tiempos en que ejerció como abogada laboralista. Siempre bajo la influencia del catedrático Antonio Baylos, que ejerce su poder a través del secretario de Estado Joaquín Pérez Rey, una especie de ‘lobby’ intelectual creado en torno a la Universidad de Castilla-La Mancha, y que ha desplazado a los economistas laborales, que eran quienes mandaban con el anterior Ejecutivo.
No parecen demasiados apoyos para alguien que quiere ser presidenta del Gobierno. Sin partido y sin un respaldo claro dentro de la coalición, más allá del caramelo algo envenenado que le ha lanzado Pablo Iglesias, su debilidad es manifiesta, como cuando Lastra y Echenique firmaron un acuerdo con EH Bildu para derogar de forma inmediata la reforma laboral sin contar con Trabajo, que guardó un elocuente silencio.
Y esta es, precisamente, la paradoja. La ministra de Trabajo es una de las mejor valoradas por la opinión pública, fundamentalmente por el despliegue de los ERTE, un instrumento legislativo que ya existía mucho antes de que llegara al Ministerio, pero, sin embargo, no cuenta con los dos principales activos que tuvieron en día Berliguer, que hizo posible que dentro del PCI pudieran convivir posiciones muy enfrentadas, o Petra Kelly, quien junto a Joschka Fischer, logró transformar a Los Verdes en un partido de Gobierno. Hoy cogobierna en una decena de estados, unas veces con la CDU, otras con el SPD y otras con Die Linke (La Izquierda).
Los viejos aparatos
Su posición lo que revela no es más que el fracaso y la debilidad estructural organizativa de la izquierda a la izquierda del PSOE para construir partidos nacionales que no sean una amalgama de siglas y de vanidades personales. Precisamente, el error que comete Díaz es querer presentarse como un verso suelto al margen de los partidos, cuando son los partidos quienes articulan la democracia representativa. El previsible resurgir del bipartidismo en España, de hecho, tiene mucho que ver con la existencia de viejos aparatos engrasados para ganar elecciones. Claro está, salvo que se plantee un proyecto a largo plazo, como decidieron los ecologistas en Alemania en los años 80, y que décadas después ha dado sus frutos. Ciudadanos podría haberlo intentado, pero las prisas de Rivera por superar al PP han acabado en tragedia para el partido.
Pablo Iglesias, al inicio de la andadura de Podemos, y antes de que quisiera convertir la política en un acto heroico, lo cual es completamente falso, salvo que se quiera engañar a la opinión pública con categorías grandilocuentes, supo capitalizar ese espacio político y construir un partido, pero los errores de bulto, echando a todo aquel que le hiciera sombra y convirtiendo a su formación en una maquinaria de activismo político, le han acabado por pasarle factura. El partido está ahora a merced de alguien que nunca ha militado en Podemos, lo que convierte a la formación morada en un partido de ‘casting’ a la hora de elegir sus candidatos a la presidencia del Gobierno.
¿El resultado? El ruido ha generado más ruido y ha alejado a la izquierda de construir nuevas políticas de alianzas con sectores que ni son fascistas ni quieren lo peor para España. Y lo que es más inútil, alienta la sobreactuación, la hipérbole y la exageración, lo que impide oír con nitidez el malestar que existe en el país. Berliguer y Petra Kelly lo entendieron hace mucho tiempo.