El cartel de esta Semana Santa Sevillana ha desatado una de esas polémicas en las que se acaba hablando más de la forma que del fondo. El prestigioso pintor Salustiano es el autor de dicha obra que nos muestra a un Jesucristo estilizado, sereno, sin dolor, sin sangre, incluso dicen algunos de sus críticos que efébico. Será lo que se quiera, pero es el que el Consejo de Hermandades y Cofradías de Sevilla ha presentado y nadie puede hacer pasar por los fielatos de la desconfianza a tan digna corporación. No se acomodan, pues, los adjetivos de irrespetuoso o blasfemo a alguien que, como la Cofradía, tiene en el misterio del tormento, muerte y resurrección de Nuestro Señor su razón de ser.
Ante los ataques furibundos el pintor ha intentado explicarlos motivos de haberla realizado así. La idea fue, como en toda su obra, mostrar el lado más sereno e iluminado de la vida, inspirándose en la vivencia que experimentó cuando a la edad de doce años vio el cadáver de su hermano y se admiró al constatar su gesto sereno. Salustiano añade que aquello fue en él una evocación potentísima de la figura del Cristo Resucitado. Y el humilde escribidor, creyente, se pregunta qué representación de Cristo es más ajustada al Hijo de Dios. ¿El cuerpo lacerado, doliente, exánime, del Cristo en la cruz como los dos que llevo siempre en mi cartera, el de la Buena Muerte y el de Lepanto, o este Cristo casi diríase que inmaculado por el cual el dolor provocado por los humanos no hace mella en su Gloria? Serrat canta que prefería al Cristo que andaba en la mar que al que estaba clavado al madero.
Es la eterna dicotomía cuando de representaciones de lo religioso, de lo sacro, del misterio, se trata. Cada creyente lo ve a su manera y entre artistas qué duda cabe que la capacidad interpretativa aumenta
Es la eterna dicotomía cuando de representaciones de lo religioso, de lo sacro, del misterio, se trata. Cada creyente lo ve a su manera y entre artistas qué duda cabe que la capacidad interpretativa aumenta. ¿Es menos Cristo el de Dalí por no vérsele la cara? ¿Lo es más el ascético de Velázquez? ¿Nos parece mejor el de Rafael, con toda la Gloria de Nuestro Señor resucitando? A unos puede conmoverles la expresión dulce y a la vez de dolor del Cristo llevando la cruz que pintó El Greco, y a otros les desgarrará el alma el Cristo yaciente pintado por Mantegna allá por el año de 1480.
Esa cuestión de gustos no tiene nada que ver con lo que la Cristiandad conmemora cada Semana Santa, que es tiempo de oración, de meditación, de rezarle a Aquel que vino a redimirnos de nuestros pecados y decirnos, sencillamente, que debíamos amarnos los unos a los otros. Yo no sé ver nada blasfemo en el cartel, como tampoco lo debe haber visto el Consejo, porque lo que me atrae del Nazareno es lo que fue, lo que es y lo que nos dejó como legado de vida. Esa es la importancia y no la forma en que nosotros, torpes humanos, queramos representarlo.
Esa cuestión de gustos no tiene nada que ver con lo que la Cristiandad conmemora cada Semana Santa, que es tiempo de oración, de meditación, de rezarle a Aquel que vino a redimirnos de nuestros pecados y decirnos, sencillamente, que debíamos amarnos los unos a los otros
Mi paisano, el Padre Jesuita Luis Espinal Camps, qepd, dijo “Jesucristo, líbranos del culto a las formas. Que comprendamos que lo esencial es encontrarte, y que los medios son lo de menos. No queremos unas estructuras que satisfagan nuestra rutina y ya no nos lleven a Ti, Dios de la intimidad y del amor sin palabras”. Por eso lo de menos es si el cartel gusta más o menos. Aquí lo que interesa es si nos sentimos más cerca del Crucificado, ya no en Semana Santa, sino en nuestra vida. Y si hacemos como norma de esta sus palabras, su magisterio, su ejemplo y su martirio. Porque, para finalizar con otra cita, como dijo San Josemaría Escrivá de Balaguer, “para llegar a Dios, Cristo es el camino; pero Cristo está en la Cruz y para subir a la Cruz hay que tener el corazón libre, desasido de las cosas de la tierra”. Y eso incluye también a los carteles y las polémicas que desatan.