Miquel Giménez-Vozpópuli
- La formación ha editado un cartel de campaña en el que se compara la situación de una pensionista con un mena. Y la hipocresía se ha disparado
Esta civilización no morirá ni por un holocausto nuclear, ni por una pandemia, ni siquiera por un meteorito. Desaparecerá por pura estupidez, algo más vergonzoso. La polémica desatada por el cartel de Vox demuestra hasta qué punto la hipocresía pijo progre se ha convertido en una nueva Inquisición, la de aquellos que respetan al tótem de lo políticamente correcto. Si examinamos el cartelito de marras, ¿qué vemos? La cara de una anciana con semblante pesaroso, cansado, triste, y si eso es demagogia dense una vuelta por las residencias, si es que pueden. Verán que, más allá de los ancianitos a colorines que nos pinta TVE, nuestros mayores tiene un aspecto que da penica. A su lado, un joven inmigrante, mena, menores no acompañados, tieso y orgulloso. Tampoco es difícil verlos en nuestras ciudades, ocupando calles y plazas a despecho de horarios, toques de queda y normativas. Hasta aquí, hechos, piense lo que piense.
Sigamos. El cartel dice que ese mena se lleva una media de 4.700 mensuales, mientras la pensionista cobra 426. Son datos que Vox obtuvo de la misma Comunidad de Madrid y El País. En Barcelona, añado, les organizan, cursillos de vela. Como lo oyen. Que en España hay pensionistas que no llegan a los quinientos euros al mes es tan cierto como vergonzoso; que los menas nos cuestan mensualmente de promedio esos cuatro mil y pico es inexacto: rozan los siete mil. Así que, ya ven, nada en el cartel es mendaz, más bien se queda corto. ¿Dónde radica el problema?
Tengo para mí que, como tantas otras cosas, hemos de buscar la raíz del asunto en esa pseudo izquierda solidaria con nuestros impuestos. Los que reniegan de la familia se vuelven tiernamente familiares cuando de reagrupación familiar se trata entre los inmigrantes ilegales. Repito, ilegales, puesto que en España no es delito venir, instalarse, trabajar y obtener la nacionalidad española o el permiso de residencia. Ahora, si usted ofrece la posibilidad de beneficiarse de todo lo que goza un ciudadano que cumple la legalidad simplemente con dar una dirección y empadronarse a la brava, es lógico que se produzca un efecto llamada pero toda la picaresca mundial. Es ahí donde la izquierda, que siempre ha estado en contra de la ley, se encuentra a sus anchas tildando de xenófobo y racista al que se atreva a decir que existen mafias chinas, marroquís, hondureñas, colombianas, paquistanís y, claro está, marsellesa, sicilianas, napolitanas o sardas. Como también las hay en Galicia, en Valencia o en El Campo de Gibraltar, o las hay gitanas o rusas, rumanas, albano kosovares o gerundenses.
Olvidan que la ley ha de ser igual para todos, sean quienes sean, y que dispensar el cartel de buenos a unos por el simple hecho de no haber nacido aquí es discriminar a los demás
El problema nunca ha estado en la nacionalidad, sino en el delito. Eso es lo que pretende ocultar el podemismo, auxiliado por ese socialismo descafeinado que, a falta de caletre, tira del epítome xenófobo que ni siquiera sabe escribir correctamente porque muchos lo transcriben como “xenófogo”, que lo he visto yo. Olvidan que la ley ha de ser igual para todos, sean quienes sean, y que dispensar el cartel de buenos a unos por el simple hecho de no haber nacido aquí es discriminar a los demás.
Que en España existe el racismo no es ni siquiera una novedad. Hasta hace pocos años, el gitano padecía incluso los rigores del mismísimo Código Penal hasta que muchas personas, entre ellas mi admirado Juan de Dios Ramírez Heredia, lograron enmendar tamaña canallada. Pero no tan solo hemos sido racistas contra el pueblo calé. En Cataluña hay racismo contra España, contra los que defendemos ser españoles, igual que sucede en las vascongadas con aquellos que no comulgan con Otegi y sus ideales “pacíficos”. Denegar a Vox en el Parlamento catalán el derecho a un senador de designación autonómica es racismo, y no veo que a los partidos que hacen eso se les tilde de racistas. No vacunar a policías nacionales o guardias civiles que viven y trabajan en esta tierra es racismo elevado a la enésima potencia, porque con tamaña enormidad ponen en riesgo sus vidas. Ahora bien, señalar la desproporción abismal entre lo que el Estado dedica a un mena y a una señora pensionista, o acusar que existen barriadas dominadas por mafias extranjeras es vergonzoso, es inadmisible. Puro fascismo, vamos.
Lo malo no es señalar los problemas, lo malo es empeñarse en que no existen. Y la izquierda es especialista en esconder cifras de muertos, comités científicos y, también, que existe un problema gravísimo con esa inmigración ilegal
Esa hipocresía, esa capacidad de intoxicación, de mentir a la sociedad de manera contumaz, es dañina para la concordia y el buen entendimiento. Porque lo malo no es señalar los problemas, lo malo es empeñarse en que no existen. Y la izquierda es especialista en esconder cifras de muertos, comités científicos y, también, que existe un problema gravísimo con esa inmigración ilegal de la que una parte, insisto, una parte, se dedica a delinquir a sabiendas que los van a defender los que viven protegidos en sus casoplones por la misma guardia civil o policía a la que acusan de violentos. Mientras tanto, las colas del hambre delante de las parroquias crecen día tras día. Eso sí, los racistas somos nosotros. Arrodíllense, que es lo que ahora mola.