El casco azul

ABC 22/10/15
IGNACIO CAMACHO

· Rivera no se parece al Suárez de la UCD, sino al del CDS. Agranda su espacio con un discurso más ecléctico que centrista

EL gran problema del PP ante las elecciones consiste en que el partido que le va a quitar los votos en las urnas es el que se los puede dar en la investidura. Acostumbrado a ofrecerse como único dique frente a la izquierda, tiene ahora que disputarse el espacio con un nuevo rival al que sin embargo no puede dejar de considerar un potencial aliado. La irrupción de Ciudadanos ha triturado la estrategia del marianismo, que hasta el verano soñaba con capitalizar el rechazo de las clases medias al frente radicalsocialista creado tras las territoriales de mayo. Los populares se sentían entonces donde más les gusta: navegando las aguas del centro-derecha como un gran portaviones junto al que C’s era apenas un barquito de apoyo. Pero el falso plebiscito catalán ha agrandado a Rivera y cambiado el statuquo. El joven líder catalán, que aunque contiene su ego gusta de verse en el espejo como un nuevo Suárez, ha roto los diques de la política bipolar para situarse ante el electorado como dueño de la codiciada etiqueta del centrismo.

El voto español no responde a programas, sino a marcos mentales, y ahí es donde Rivera se mueve con habilidad y desparpajo. Su discurso mixtificado, basculante, más ecléctico que propiamente centrista, le ha elevado a categoría arbitral ante una sociedad cansada de la dialéctica bipartidista. Sus adversarios le temen y le cortejan, y han empezado a girar en torno suyo. El PP trata de desplazarlo a la izquierda resaltando sus rasgos socialdemócratas y el PSOE –sobrepasado por C’s en su feudo de la periferia barcelonesa– lo empuja hacia el otro lado con el marchamo de «derecha civilizada». Entre ambos sólo logran asentarlo en la calle de en medio, que es donde quiere estar; cómodo de saber que su condición de gozne decisivo lo pone a salvo de ataques nucleares. En cualquier debate va a salir ganador: el antiguo campeón de retórica universitaria siempre tiene a mano una buena respuesta, es telegénico y su organización carece de pasado reprochable. No le costará trabajo acentuar su perfil de casco azul –naranja– en la guerra de desgastados partidos veteranos. El cuarto en discordia le beneficia aún más; en lo de Évole se merendó a base de posibilismo amable a un Pablo Iglesias prematuramente agotado. Podemos, como antes UPyD, se ha quemado por arrancar demasiado pronto; en nuestra ultravolátil escena pública el aplauso está reservado para el actor que aparezca en el último acto.

Nadie sabe aún cuánto de impostura puede haber en este experimento por contrastar. Pero ha logrado en poco tiempo dos efectos plausibles: ofrecer una bisagra nacional en vez de la tradicional de los soberanistas y evitar el desplazamiento a la izquierda que prometía el populismo. Se parece, en efecto, al suarismo, pero no al de la UCD, sino al del CDS. Y como a este, le acecha la tentación de hacer política de izquierda… con votos de la derecha.