Francesc de Carreras-El Confidencial
- Desde hace tiempo se ha impuesto una regla en la ideología nacionalista: no deben discutirse las directrices que emanan desde el poder. Ni siquiera estas directrices deben ser explícitas: se suponen
La noticia se ha publicado en algunos periódicos —Confilegal la recogió con detalle hace unos días— pero vale la pena comentarla para que los lectores se hagan una idea de la situación que se vive en Cataluña desde hace años, también para que quede claro que el ‘procés’ sigue vivo, tan vivo como siempre, y que es erróneo decir que allí el ambiente político se ha apaciguado.
La noticia es la siguiente. El catedrático de Filosofía del Derecho de la Universidad de Barcelona, Ricardo García Manrique, junto a otros colegas, impugnó ante la jurisdicción ordinaria la resolución del Claustro de dicha universidad contra la sentencia del Tribunal Supremo que condenaba a los dirigentes políticos procesados. Todas las demás universidades catalanas —no es un detalle menor— aprobaron acuerdos en el mismo sentido.
La razón esgrimida por los recurrentes era que tal resolución vulneraba el principio de neutralidad ideológica y política a que debía atenerse la corporación universitaria. En primera instancia se le dio la razón, la autoridad universitaria interpuso recurso contra esta sentencia y, finalmente, hace pocas semanas, el Tribunal Superior de Justicia de Cataluña ratificó la sentencia de la instancia inferior, alegando que la resolución del Claustro universitario vulneraba efectivamente dicha neutralidad ideológica, así como también el derecho a la libertad de expresión de profesores y alumnos e, incluso, el derecho a la educación de estos últimos. También el Defensor del Pueblo se había pronunciado en el mismo sentido.
En un reciente Claustro universitario, el profesor Carles Mancho, profesor de Historia del Arte, se dirigió al profesor García Manrique acusándolo de «fascista» y «colono» por haber impugnado en su momento la resolución que había sido declarada nula por los jueces.
El simple hecho de que utilizara estos términos ya descalifica la mentalidad del profesor Mancho. A un profesor de universidad se le debe suponer que conoce el significado de las palabras que utiliza. Le recomiendo la lectura del libro de Emilio Gentile ‘Fascismo. Historia e interpretación’ (Edit. Alianza, 2004) para que aprenda el sentido (incluso los varios sentidos) de este término y no demuestre tanta ignorancia. Ya sabemos que en la actualidad personas con temperamento totalitario utilizan la palabra fascista como un insulto dirigido simplemente a quiénes piensan de forma diferente. Un profesor de universidad, sin embargo, más todavía en un Claustro de profesores, debería cuidar el lenguaje para actuar de acuerdo con su condición académica.
Más grave todavía es el insulto de «colono», este si muy raro en el lenguaje habitual pero muy significativo de la ideología nacionalista catalana. El término colono hace referencia a aquel que ocupa un determinado territorio sin ser originario del mismo. También se le puede denominar colonialista.
En efecto, el profesor García Manrique no ha nacido en Cataluña aunque es profesor de la Universidad de Barcelona desde hace 23 años. Pues bien, para un nacionalista fanático, como tantos hay en las universidades catalanas, aquel que ha obtenido una plaza de profesor mediante concursos u oposiciones a las que se pueden presentar en igualdad de condiciones todos aquellos que reúnan las condiciones requeridas por la ley, el hecho de no haber nacido en Cataluña —en su lenguaje «no ser catalán»— les impide ejercer legítimamente la plaza que han obtenido. Esta falta de legitimidad que se les atribuye es una muestra clara de querer excluirlos de Cataluña revistiendo con ideología xenófoba y reaccionaria mezquinos intereses personales, es decir, pretender reducir la competencia en el único plano en el que se debe situar el acceso a profesor de universidad: la calidad académica, tanto docente como investigadora.
Hay en todo este asunto un aspecto que todavía huele peor y es más significativo que los anteriores: el silencio del resto del Claustro
Pero hay en todo este desagradable asunto un aspecto que todavía huele peor y es más significativo que los anteriores: el silencio del resto del Claustro, de los 180 miembros allí presentes, empezando por la inhibición del rector que lo presidía. Ni este intervino para condenar las palabras del profesor Mancho y exigir que rectificara, ni ninguno de los demás claustrales se inmutó ante la inadmisible agresión verbal a un colega. Aunque ello no es sorprendente para quienes conocemos la Cataluña de los últimos decenios.
En efecto, en cuestiones que afectan a la identidad catalana, es decir, a la ideología nacionalista, desde hace tiempo se ha impuesto una regla: no deben discutirse las directrices que emanan desde el poder. Ni siquiera estas directrices deben ser explícitas: se suponen. Hace unos días, en relación implícita con este caso, se puso a votación en el Parlamento de Cataluña una resolución a favor de la neutralidad ideológica y política de las instituciones. Solo votaron a favor Vox —que fue quien la propuso— y Ciudadanos (el PP no estaba presente). Tanto los partidos nacionalistas —como es natural—, pero también el PSC y Comunes-Podemos, votaron en contra.
El miedo está instalado en la sociedad catalana desde hace años, también en ciertos partidos. El nacionalismo se ha impuesto como una mentalidad, una especie de sentido común social del que nadie puede discrepar para dar la sensación de que todos piensan lo mismo y disentir les puede convertir en una rareza que socialmente les conduzca a la soledad. Ello se explica por el fenómeno que Elisabeth Noelle-Neumann ha denominado «espiral del silencio».
Como ya sostuvo hace más de un siglo el sociólogo Gabriel Tarde, las personas tienen miedo a quedar aisladas porque desean ser respetadas y queridas. Y para que la espiral del silencio se produzca es preciso infundir miedo, que los ciudadanos tengan la percepción de que si se desvían del clima de opinión dominante están amenazados de aislamiento y exclusión. Esto explica tanto silencio.
Pero en una democracia siempre hay resquicios. En este caso, el resquicio ha sido un grupo de doscientos profesores catalanes agrupados en Universitaris per la Convivència del que forma parte el profesor García Manrique. Gracias a ellos nos hemos enterado.