Santiago González-El Mundo
A veces, la cuestión de la honestidad en los asuntos públicos depende de pequeñas cosas, detalles. Un suponer, el asunto del Palau. Al conocerse lo de Millet y Montull, los socios del invento (el Ministerio de Cultura, la Generalidad y el Ayuntamiento de Barcelona) acordaron colocar al frente del Palau a un alto funcionario del cuerpo nacional de secretarios, interventores y tesoreros de la Administración local. Joan Llinares permaneció en el cargo 16 meses y tres días, durante los que puso a disposición de la Justicia datos sobre la cantidad esquilmada por el equipo anterior, 35 millones de euros.
Contaba Llinares a Ángeles Escrivá lo que era un hecho de lógica inapelable: la confesión de Millet de que la mordida en las adjudicaciones de obras pasó del 3% al 4% «porque Convergència quería más dinero». Apunta Llinares que el cambio de tarifas se produjo cuando el Astut Mas era conseller en cap. Algo intuía uno en febrero de 2005, recuerden el momento en que Maragall dijo al jefe de la oposición: «Ustedes tienen un problema y ese problema se llama tres por ciento». No hizo falta ni una explicación más. Mas saltó y advirtió al president: «Usted acaba de enviar la legislatura a hacer puñetas». Pasqual Maragall, que estaba muy ilusionado con su proyecto de nuevo Estatuto, moduló al momento: Vale, lo retiro.
La intuición era que el 3% era una cantidad pequeña, y que Convergència podría ser acusada por prácticas de dumping. Efectivamente, Fèlix Millet lo cifró en el 4% y no caben dudas sobre quién era el responsable: Artur Mas Gavarró. Fue el hombre de confianza del padre padrone mientras el joven Oriol, carne de la carne y sangre de la sangre del fundador, templaba sus armas para el futuro. Como dice un amigo mío, parece mentira que un patriota pudiera levantar una nación para esquilmarla y una república hereditaria. Y Mas ocupó los cargos que tenía que ocupar para lo que el partido esperaba de él en su interregno. Entre 1995 y 2003 Mas fue sucesivamente: consejero de Política Territorial y Obras Públicas, consejero de Economía y Hacienda y conseller en cap o primer consejero de la Generalidad.
Mas acudió al Monasterio de Ripoll el 30 de octubre de 2006, en vísperas de la jornada de reflexión de las elecciones autonómicas que le madrugó el PSC por segunda vez, ¡con Montilla! Allí, ante la tumba de Guifré el Pilós, uno de los mitos fundacionales de Cataluña, que no inventó la señera con sus dedos tintos en su propia sangre, y parece que ni siquiera sus restos estaban en aquella tumba, creando una tradición que varios siglos después repetirían con el corazón evanescente de Macià. Pero Mas ya trampeaba con los mitos, lo suyo no era el rigor: «Este simbolismo es patrimonio y creación de nuestro pueblo, que ha sido y quiere continuar siendo una realidad incuestionable».
Así está el tema. Hoy vamos a conocer la sentencia del Palau, que va a ser un autorretrato del ex presidente del PDeCAT, tal como dice Joan Llinares: «El personaje central de esta historia, después de Pujol, es Artur Mas».