Eduardo Uriarte-Editores
Hastiado y cansado de la política española y el servilismo idiota e irresponsable de la generalidad de mis conciudadanos, pasivos ante el diluvio bolivariano que se acerca con toda su crueldad y miseria final, maldita la gracia que tenía de escribir por enésima vez, y más en estas calurosas fechas, sobre lo mismo. Pero, héteme aquí, que el entrañable amigo Juaristi comentó en su último artículo la aparición clandestina de los “extrañados”, presos de ETA indultados al exilio previamente a las primeras elecciones democráticas tras la dictadura, que volvimos ilegalmente durante el verano del 77, hasta que la amnistía, la de verdad, la de aquel año, nos pusiera en la calle como ciudadanos de bien (que no fueron todos).
De mi experiencia juvenil, casi dos años viviendo en la clandestinidad, en busca y captura, y luego, sobre todo, en los tres meses de apariciones de “extrañado”, con más de ocho pasos de frontera, aprendí, lo aprendí bien, que la poli no es tonta, y cuando hace el tonto es porque se lo mandan hacer los que les mandan. Así que, palabrita de éste que se ha escondido más que Luis Candelas, la aparición de Puigdemont estaba más pactada que la boda de Isabel y Fernando. El Estado, en manos de esta coalición Frankenstein, ha admitido la indignidad y el insulto para garantizar al Puto Amo su continuidad en su trono de la Moncloa. Los mozos van a pagar las consecuencias, y nos obliga considerar, cuando caiga este esperpento sanchista, ante un futuro proceso constituyente, el papel y organización de las policías autonómicas.
El escándalo de la aparición y fuga de Puigdemont es un síntoma más del deterioro del Estado por su puesta a servicio de la arbitrariedad del presidente del Gobierno cuyo partido participó en las elecciones sin cita alguna en su programa -es más, se negaba su posibilidad- a la amnistía de los sediciosos, al concierto económico para Cataluña, y se juraba la detención del prófugo. Todo es una inmensa mentira sustentada en un andamiaje de mentira sobre mentira. Pero no importa, sigue de amo, le habéis hecho un amo medieval en nombre del progreso y de que la derecha no alcance el Gobierno.
Un síntoma del deterioro político. Papá no vengas en tren, porque su responsable se dedica a mamporrear a la derecha en vez de que los ferrocarriles funcionen. Igualdad socialista, hermanados con Extremadura en la igualdad del desastre ferroviario. Que se une a otro aspecto de la tragedia política y social que es el deterioro de la sanidad pública. No sólo Puigdemont se escapa, los profesionales de la salud españoles, que se los rifan fuera, también. Y hasta la privilegiada Euskadi padece la crisis sanitaria que acabará contagiando, ya lo está haciendo, a la privada hoy existente. Añadir el síndrome policial, no solo por los mozos, el malestar de las policías por el aluvión de delitos es público, amén del favoritismo político y persecución que se ejerce desde la dirección política en el seno de todos los cuerpos.
Y, para acabar, el desprestigio buscado, firmado en el pacto de investidura del PSOE con Junts, del Poder Judicial. Desprestigiando su imparcialidad e independencia y forzando su control por el poder desde la Fiscalía General y grupos aliados del llamado progreso. Tras descubrir que un Constitucional al servicio del poder más vale liquidarlo en ese hipotético proceso constituyente si se produjera. La incursión de dicho organismo en las sentencias de los EREs de Andalucía para liberar a sus malversadores es demasiado grave para que pase al olvido.
Lo de Puigdemont, un hecho más de la voladura chavista del Estado de derecho. Llamativo y escandaloso, noticia morbosa, pero no el más grave. Lo grave es que el AMO sigue en la Moncloa apuntalado por Illa al frente de Cataluña, el territorio más secesionista de España en plena nueva versión del procés independentista-socialista.