Ignacio Camacho-ABC
- La tolerancia con los ataques a la Corona alienta la sospecha de que Sánchez no es parte de la solución sino del problema
Hay algo más inquietante para la Constitución y la Corona que la pusilanimidad con que Sánchez las defiende (?) de los ataques de Podemos. Y es la constatación de que aunque comprometiese en su lealtad la última gota de sangre, carecería por completo de crédito. Quién podría fiarse de un dirigente capaz de pactar con un rival que según sus propias palabras le quitaba el sueño precisamente por anunciar cosas como las que él mismo le está permitiendo desde que le dio entrada en su Gobierno. Cómo evitar, visto lo visto, la sospecha de que entre ambos tienen la Monarquía sometida a asedio aprovechando las inaceptables andanzas financieras del Rey emérito y jugando ante el actual el juego del policía
malo y el policía bueno: uno profiere amenazas y organiza campañas contra Felipe VI y el otro finge protegerlo mientras lo mantiene bajo arresto. La diferencia entre los dos consiste en que el más radical ha sido hasta ahora también el más sincero.
Porque fue el presidente quien presionó este verano, visita de Carmen Calvo a Zarzuela incluida, para sacar de España a Don Juan Carlos. Es el Ejecutivo el que ha achicado el campo al Monarca vigente, lo ha arrinconado en un mero papel protocolario, ha llegado a vetar su presencia en diversos actos y está dispuesto a humillarlo pasándole a la firma el indulto de los líderes independentistas condenados. Es Sánchez, Su Persona, quien se rodea de una parafernalia de poder propia de un jefe de Estado mientras se desmarca con evasivas de la acometida anticonstitucional de sus socios republicanos. Es él, en fin, el beneficiario final de un debate que aventa su aparato mediático y que le permite mantener al Rey que detuvo el golpe secesionista aislado en su palacio.
Podemos y los separatistas tratan de abrir una crisis de régimen sobre el escándalo de los dineros opacos de Juan Carlos. Y aunque ocasiones para pronunciarse no le han faltado, éste es el momento en que no está claro si Sánchez pretende apagar ese incendio o avivarlo. Tratándose de un simulador desprejuiciado que de cada tres compromisos que formula, cuatro son falsos, esa ambigüedad intencional resulta por sí misma el elemento más perturbador del caso.
La tibieza presidencial ante los repetidos ataques contra la Corona es síntoma de complicidad irresponsable con una estrategia de desestabilización del sistema. La caída de la institución monárquica es el acontecimiento derogatorio, la oportunidad refundadora a la que aspira Iglesias. Eso lo sabe cualquier político español por pocas luces que tenga, como también que la alianza del PSOE con todos los enemigos de la Constitución no es una trivialidad ocasional que pueda pasar sin consecuencias. En política, como en la vida, lo que no se rechaza se acepta, y la tolerancia con los rupturistas alienta la sospecha de que sea el centinela de la fortaleza quien acabe abriéndoles la puerta.