RUBÉN AMÓN-EL CONFIDENCIAL

  • El temporal Filomena convierte Madrid en una distopía meteorológica y provoca un toque de queda domiciliario accidental como freno a la ferocidad del coronavirus

Deben sentirse de enhorabuena los catastrofistas. El fracaso de la campaña de vacunación, la sedición del Capitolio y la fiereza del coronavirus precipitan ahora la emergencia de una distopía meteorológica. Y no es cuestión de convertir Madrid en el centro del psicodrama climatológico que sacude la patria, pero impresiona hasta qué extremo la capital de la nación se ha convertido en topónimo siberiano y en epicentro del caos. No hay costumbre de esquiar por las calles del foro. Y eso es exactamente lo que hacían ayer los aficionados mejor preparados: se les ha presentado una estación de esquí en la puerta de casa. Pueden practicar modalidad de fondo, como Aznar, recorrer en slalom la Gran Vía y ejercitar todas aquellas modalidades que alcanzan a permitirles los trineos improvisados y los adolescentes desbocados. Por fin pueden presumir de Husky siberiano quienes lo han maltratado tantos veranos. Y no es que los madrileños fuéramos a comprar el pan. Organizábamos expediciones «amundsianas», incorporando incluso la competencia de algún sherpa.

Es como si la villa y corte se hubiera transformado en cima alpina. No les hará gracia la comparación a los madrileños que se han quedado encerrados en el coche. O sepultados en el trabajo, pero el gran temporal de enero de 2021 –así constará en las hemerotecas– entremezcla la desgracia y la diversión, la frustración y el desorden lúdico. «Filomena a mi pesar», podría decirse, no muy originalmente, cambiando el género a la novela que dio el Planeta a Torrente Ballester.

El caos está garantizado por las propias dimensiones de esta conspiración meteorológica y en la falta de recursos convencionales, pero a la emergencia se le pueden sonsacar oportunidades interesantes. La primera de ellas consiste en que ya hemos aprendido a vivir confinados. El coronavirus ha supuesto un larguísimo entrenamiento que nos permite explorar todas las posibilidades y limitaciones del espacio doméstico, el teletrabajo y la educación a distancia, mucho mejor si habíamos hecho acopio de provisiones y si habíamos prestado suficiente atención al dramatismo del «hombre del tiempo». Y la segunda es más relevante, incluso providencial. Se diría que el factor accidental de una nevada bíblica ha establecido las condiciones de un severo e implacable aislamiento, precisamente cuando el final de la segunda ola o el inicio de la tercera –poco importa el matiz– habían amontonado las cifras de contagiados, de ingresados y de muertos. Puede entenderse así la frustración que implica el ritmo deprimente de las vacunaciones. Y puede comprenderse el valor pedagógico que describe esta carambola celestial. El maná de los copos, el cielo invertido. De una manera o de otra habrá que tomarse en serio la ferocidad del coronavirus. Hemos regresado al confinamiento domiciliario por el imperativo de los elementos.

El gran temporal de enero de 2021 –así constará en las hemerotecas– entremezcla la desgracia y la diversión, la frustración y el desorden lúdico

Sánchez, las soluciones le caen del cielo, viene a demostrarse. Se atribuyó la proeza científica de la vacuna –Pedro Pfizer, lo llamó Jorge Bustos– y habrá recurrido ahora a los chamanes de la Moncloa para implorar un remedio insobornable y al mismo tiempo inocuo desde la percepción ciudadana: todos en casa porque el temporal nos obliga a encerrarnos. No quería Illa recurrir a la medida extrema del confinamiento domiciliario pese a las presiones de unas cuantas comunidades. La plena conciencia y dimensión práctica de una regresión –de un fracaso– demostraría la negligencia cenital del Gobierno y deterioraría el prestigio de su propia candidatura a la Generalitat. Illa necesita que las cosas se desarrollen tranquilamente, aunque prevalece la sensación de que: peor gestiona la crisis, más crece su proyección demoscópica.

La solución de la nieve y del colapso son coyunturales, ponen a prueba la indigencia de los recursos que pueden oponer un país de sol y playa, pero también representan un gran ejercicio de disciplina. Porque nos retrotraen a la experiencia del toque de queda doméstico, independientemente de la euforia con que tantos madrileños, por ejemplo, han descubierto el mantel de una ciudad insólita donde no hay aceras ni asfalto. Donde los árboles se desploman. Donde los muñecos de nieve no se derriten. Y donde los semáforos se apagan y se encienden como recuerdo de una ciudad sepultada por la nieve. Madrid, igual que otras capitales sorprendidas por la nieve, ha entrado en hibernación. No podrá avanzarse en el plan de las vacunaciones, pero Filomena se ha convertido en la voceadora de un confinamiento domiciliario que nos ha sumido en un sueño. Y que, al despertar, nos hará recordar que el coronavirus sigue ahí.