EL MUNDO 16/07/13
ARCADI ESPADA
Da mucho alipori oír en la pregunta de un periodista la respuesta de su interlocutor. Aquel gran momento del periodista Gabilondo preguntándole a Felipe González si organizó el Gal, ¿eh que no? O este de ayer del periodista Calleja preguntándole al presidente qué le parece el chantaje de Bárcenas, yo lo veo feo. El Partido Popular ha optado, en efecto, por una estrategia de defensa cuyo arquitrabe es la palabra chantaje y no parece necesario que los periodistas le suministren al presidente pases de la muerte, al menos en público. Sobre todo, porque la apelación al chantaje no soluciona nada. No creo que ninguno de los expertos en Bárcenas haya necesitado más de cuatro minutos sin parpadear para concluir que es un sinvergüenza. Pero hace tiempo que ésa ha dejado de ser la cuestión principal, si lo fue alguna vez.
Sinvergüenza y criminal fue también el comisario Amedo, pero ese carácter jamás fue incompatible con que dijera la verdad. Insistir en que el tesorero está practicando un chantaje es un rasgo de debilidad: la mayoría de los chantajistas exigen dinero o favores no a cambio de invenciones sino a cambio de la verdad. Cada vez que un dirigente popular llama chantajista a Bárcenas refuerza su crédito. Como cada vez, por cierto, que el presidente Rajoy se niega a pronunciar, ¡tan aparatosa y torpemente!, el nombre de Bárcenas está reforzando su halo divino, a la manera de esas sectas que tienen prohibido pronunciar el nombre de dios. Es sabido que el PP tiene mucho que aprender en materia de comunicación pública, es decir, de política. Ahora se comprueba que también en materia de comunicación privada, es decir de chantajes. Solo hay una manera eficaz de enfrentarse al chantaje: someter al chantajista a uno mayor. Limitarse a decir que Bárcenas trata de someter el Estado a un chantaje es de párvulos, por muy enfática que sea la manifestación.
Yo le recomiendo que en la materia aprenda el PP de los nacionalistas catalanes, que no en vano han hecho del chantaje su modo de vida. Ellos han sido los únicos que han contestado a Bárcenas in forma, prefiriendo la palabra sin más de un sinvergüenza a la del presidente y aprestándose a dar su ok a la caída del Gobierno, siempre que se les permita ejercer su presunto derecho a decidir. Nada distinto en su naturaleza, por cierto, a lo que intentaron sus abuelos de un estribo y otro de los Pirineos, cuando quisieron pactar con Hitler siempre que se les permitiera ser nazionalistas con todos los derechos.