Javier Caraballo-El Confidencial
- Por malas que sean las formas, por grande que haya sido el desprecio de Pedro Sánchez a sus propios límites constitucionales como presidente del Gobierno, el fondo del asunto es invariable
Igual que existen las salidas menos malas, optamos por los chantajes más aceptables. El pragmatismo es la madre de todas las debilidades humanas y, en las relaciones diplomáticas entre países, es un principio fundamental desde el origen de los tiempos. Unas veces, muchas veces, se ha adornado de florituras, “la diplomacia es la política en traje de etiqueta”, como dijo Napoleón, para esconder la bajeza de dejar tirado a un amigo o para tragar el apoyo a un tirano, por despiadado que pueda ser. Pero, si el hecho compensa, el ingrato, el sátrapa, hasta el enemigo, tendrá una sonrisa cómplice a su lado porque “la política no tiene relación con la moral” y “más vale hacer y arrepentirse que no hacer y arrepentirse”, como les enseñó a todos Maquiavelo.
Con lo cual, quién puede sorprenderse de que el presidente del Gobierno de España, Pedro Sánchez, acuda hoy solícito a la casa de Mohamed VI, el rey de Marruecos, para acompañarlo en su ritual sagrado del ‘iftar’, la cena con la que se rompe el ayuno del Ramadán. Hasta repetirá, como le habrán dicho, que antes de meterse en la boca el primer dátil hay que encomendarse a Dios, ‘bismillah’, “en el nombre de Alá”. Y luego, tras los dátiles, los huevos duros; la harira, que es la sopa de carne y de verduras; el cordero, y los dulces de miel y de almendras, que son los antepasados de los pestiños y las torrijas que comemos aquí en la Semana Santa. Y, cuando todo esté engullido, el presidente tendrá que mirar al rey de Marruecos y extenderle una amplia sonrisa de agradecimiento porque, como ha dicho el ministro Albares, esta cena de genuflexión hay que tomársela como un gran favor, porque “invitar a alguien externo al círculo familiar a un ‘iftar’ del Ramadán es un signo de amistad muy fuerte por parte del rey Mohamed VI”. Por supuesto que nadie debe extrañarse, ni mucho menos repudiar, este gesto del presidente del Gobierno de España porque no está haciendo otra cosa que aplicarle a las relaciones diplomáticas con Marruecos el principio inalterable del pragmatismo. Era necesario. Punto.
Hasta el primer secretario general de los socialistas españoles en el periodo democrático, Felipe González, ha reconocido públicamente que el presidente Pedro Sánchez ha hecho lo que ningún otro se había atrevido a hacer. Tampoco él, que celebraba congresos a los que acudía una delegación del Frente Polisario como si fuera la Agrupación Socialista de Asturias o de Andalucía; él, que, cuando fue elegido presidente del Gobierno en 1982 con una abrumadora mayoría absoluta, volvió a repetirles lo mismo: “Conocemos las dificultades que representa hallar una solución a este problema, pero el PSOE, ahora que está en el poder, continuará siendo partidario de la autodeterminación del pueblo saharaui y el amigo del Polisario”. Cuatro décadas después, con el PSOE otra vez en el poder, se ha hecho todo lo contrario y los dos extremos temporales del socialismo lo aplauden por igual. “Es la solución más seria y realista que se ha presentado en más de 40 años”, dijo hace unos días Felipe González en un acto público en Nueva York.
La única novedad diplomática con respecto al Sáhara es que la traición al pueblo saharaui, que era el mal menor, ha tardado casi 50 años en ejecutarse. Si no han salido adelante ninguna de las resoluciones de Naciones Unidas que se han aprobado a favor del derecho de autodeterminación de los saharauis y, por tanto, en contra de la soberanía de Marruecos, es porque siempre ha pesado una desconfianza mayor, la radicalización de Argelia. Ni los lazos sentimentales con los saharauis, ni la dureza de los campamentos de refugiados del Tinduf, en los que malviven decenas de miles de saharauis desde hace más de 40 años, ni, por supuesto, las promesas de apoyo político han podido superar al miedo que existe con un Sáhara independiente que, por mera inercia histórica, acabe en manos de Argelia y suponga la desestabilización bélica de todo el Magreb, la antesala de la puerta sur de Europa.
Todos los pasos que ha dado Argelia en los últimos años han ido alimentando de argumentos ese temor, por su claro posicionamiento junto a la Unión Soviética, primero, y de Rusia, desde finales del siglo pasado. Para Moscú, tener como aliado a Argelia es de vital importancia, por su situación geográfica, mucho más si hubiera conseguido una salida al Atlántico a través del Sáhara. Por eso, algunos informes militares publicados en España estiman que el 80 por ciento de los sistemas de defensa de Argelia provienen de Rusia.
Lo que ha hecho Marruecos en todos esos años es lo contrario, acercarse a Europa y, fundamentalmente, a Estados Unidos. En vez de tratados con Rusia, lo último que hizo Marruecos, hace dos años, fue firmar los llamados acuerdos de Abraham, que impulsó Donald Trump para que distintos países árabes restablecieran relaciones diplomáticas con Israel. Ya lo habían firmado los Emiratos Árabes Unidos, Sudán y Baréin. Más templada, pero favorable, Arabia Saudí también mostró su acuerdo a la iniciativa, pero no la suscribió. Marruecos fue el último país árabe que se incorporó a esos acuerdos a cambio de una sola cosa: que Estados Unidos reconociera su soberanía sobre el Sáhara. Como quiera que la diplomacia americana, salvo raras excepciones, se mantiene siempre firme en sus objetivos, ya sea con gobiernos demócratas o con republicanos, el presidente Biden ha asumido sin rechistar lo que proclamó Donald Trump con esa frase que ya se ha perpetuado, y repiten todos, como justificación de la cesión del Sáhara: “La propuesta de autonomía de Marruecos es seria, creíble y realista, la única base para una solución justa y duradera al conflicto”.
La invasión de Ucrania por parte de Rusia, que ha puesto en peligro a toda Europa y ha activado todas las alertas en la OTAN ante las amenazas de Putin de recurrir incluso a las armas nucleares, ha resuelto lo poco que quedaba del debate, ha aumentado exponencialmente los peligros sobre un Sáhara radical e independiente y ha empequeñecido, hasta convertirlos en invisibles, los lazos con los saharauis. En la tesitura de ‘Marruecos, Sáhara y Estados Unidos’ o ‘Argelia, Sáhara y Rusia’, la elección en España y en toda Europa no merece siquiera debate. Así que, bueno, que por malas que sean las formas, por grande que haya sido el desprecio de Pedro Sánchez a sus propios límites constitucionales como presidente del Gobierno, que claramente ha excedido al adoptar una decisión que no le correspondía sin informar, ni pactar ni aprobar nada institucionalmente, el fondo del asunto es invariable. Por eso, esta cena de genuflexión del Ramadán. A comer dátiles y a dar las gracias porque este es un chantaje aceptable.