- El chavismo busca desesperadamente, a trancas y barrancas, mutar en algo parecido al peronismo argentino. La oposición, extrañamente, no hace sino colaborar con ese objetivo chavista al fomentar la división en sus filas.
Cuando los líderes políticos no controlan la narrativa, están en problemas. En el caso de los regímenes autoritarios, más todavía. Sobre todo, cuando ganando sólo muestran al mundo sus miserias y las costuras que, elección tras elección, se van deshilachando hasta dejarlos en su traje más íntimo.
En el ocaso de la Antigua Grecia, el rey Pirro se enfrentó a los romanos y los venció. El costo, sin embargo, fueron miles de sus hombres. “Otra victoria como esta y volveré sólo a casa”, se dice que dijo el macedonio tras la batalla, dando pie a lo que hoy en día conocemos como victoria pírrica. Nicolás Maduro, más astuto de lo que creemos, podría decir lo mismo tras las elecciones regionales del 21 de noviembre.
Por supuesto, Maduro no tiene enfrente a los todopoderosos romanos, sino a una oposición venezolana dividida y en busca de brújula. De paso, el líder chavista forma parte de lo que hemos podemos llamar Internacional de los Autócratas, un grupo en donde se codea con los principales autócratas del mundo.
Sus contrincantes locales, por su parte, se apoyan internacionalmente en las tímidas democracias occidentales.
Aún así, perteneciendo a esa red de tipos malos, Nicolás no pudo ni maquillar los últimos resultados electorales, como sí lo hizo recientemente el camarada Daniel Ortega en Nicaragua.
Antes de ahondar en el tema, porque el problema venezolano no es puramente de aritmética electoral, repasemos rápidamente los números que arrojaron las elecciones del 21 de noviembre.
«Cuando se suman los votos totales de los primeros resultados oficiales, la oposición suma 4.429.137 votos, el 54,3%, por los 3.722.656, el 45,7%, del chavismo. Entonces, ¿qué pasó?»
En el momento de escribir estas líneas, el PSUV, el partido oficialista, ha alcanzado 19 de las 23 gobernaciones. Los partidos que, aunque sólo sea sobre el papel, se oponen a Maduro, habían logrado tres de esos cargos.
En disputa, pero decantándose hacia los opositores, está otra gobernación. La de Barinas, estado natal de Hugo Chávez y que durante 22 años había permanecido en manos del chavismo, la mayoría en las de la propia familia del expresidente. De hecho, el gobernador que habría perdido hace unos días la reelección es hermano de Chávez.
De esas cuatro gobernaciones opositoras, tres habrían caído en candidatos de la MUD, la tarjeta que aglutina a los principales partidos opositores, entre ellos el de Juan Guaidó y Leopoldo López. La otra gobernación cayó en un factor cercano a esa coalición.
Pero el diablo está en los detalles. Los opositores pasan de 27 alcaldías a 117, y todavía faltan algunas por contabilizarse. De hecho, cuando se suman los votos totales de los primeros resultados oficiales, la oposición suma 4.429.137 votos, el 54,3%, por los 3.722.656, el 45,7%, del chavismo. Entonces, ¿qué pasó?
La abstención, que rondó el 60%, le restó votos al chavismo, pero penalizó con mayor fuerza a la oposición en los principales centros de votación. La falta de condiciones electorales, la apatía por la política en una población más concentrada en asuntos económicos, la tradicional poca participación en este tipo de eventos electorales, la desunión en la oferta opositora por la imposición de candidatos desde Caracas en vez de respetar los liderazgos locales, la tardía entrada de la MUD a la contienda y la falta de un mensaje electoral motivador tras cuatro años de estrategia basada en la abstención condenaron a la oposición a pesar de ser mayoría.
«El chavismo busca desesperadamente, a trancas y barrancas, mutar en algo parecido al peronismo, esa tara argentina que no es la pomada democrática, pero que tampoco está al nivel de la Internacional de los Autócratas»
Además, esos números a favor de los adversarios de Maduro deben ser vistos con pinzas. En ese grupo también contamos a un sector de la oposición que, descaradamente, ha bailado al son del chavismo, secuestrando las tarjetas de los principales partidos políticos tras ordenes de los tribunales chavistas y recibiendo financiamiento de sectores ligados a la corrupción y al lavado de dinero, entre otras prácticas mafiosas.
Explicada la aritmética electoral, vayamos a lo macro. Maduro ha insertado a Venezuela en el rompecabezas de las principales autocracias del mundo. Entonces, ¿por qué no se ha comportado en esta última elección como otros autócratas? Porque, de todos ellos, es al único que se le ha aplicado un cerco internacional efectivo.
Por ejemplo, el venezolano es el único cuyo régimen está siendo investigado en la Corte Penal Internacional. Ante eso, el chavismo busca desesperadamente, a trancas y barrancas, mutar en algo parecido al peronismo, esa tara argentina que no es la pomada democrática, pero que tampoco está al nivel de la Internacional de los Autócratas.
Está por ver si, en efecto, ese chavismo peronista logra su cometido. Ante ellos tienen el reto de conseguir el desmontaje de las sanciones en las negociaciones con una oposición a la que necesitan dividida, no sólo con vistas a ese desmantelamiento de las sanciones, sino para las presidenciales que ya asoman en 2024, además de la posibilidad de un referéndum revocatorio a Maduro en el 2022.
La oposición, extrañamente, no hace sino colaborar con ese objetivo chavista al fomentar la división en sus filas.
*** Francisco Poleo es analista especializado en Iberoamérica y Estados Unidos.