“Es difícil hacerlo peor… En mi vida he conocido de cerca varias operaciones de fusión bancarias. La protagonizada por los dos grandes rivales vascos, el Banco Bilbao de José Ángel Sánchez Asiaín y el Vizcaya de Pedro de Toledo. El Bilbao acababa de recibir un sopapo monumental tras el fracaso de su OPA sobre el Banesto de los Garnica, a cuya cúpula se había encaramado en audaz golpe de mano la pareja de moda formada por Mario Conde y Juan Abelló. El Bilbao tenía más tamaño que el Vizcaya, pero Asiaín se vio obligado a aceptar una fusión entre iguales. Y aquello lo hicieron cuatro personas: Toledo y Ángel Corcóstegui por el Vizcaya, y Asiaín y Luis Bastida por el Bilbao. Ni una más. Cuatro hombres en torno a una mesa. Y hasta que no hubo acuerdo no se levantaron. Luego estuve cerca de otra gran operación, aún más importante que la anterior, la fusión entre Banco Santander y Banco Central Hispano. Y de nuevo aquello se fraguó en secreto. Emilio Botín y Matías Rodríguez Inciarte, por parte de Santander, y José María Amusátegui y Ángel Corcóstegui por el BCH. Sin bancos de negocios, sin abogados, sin testigos de por medio. “Nadie se enteró hasta que llegamos al acuerdo final. Nada se filtró”. Y sólo después de que las grandes líneas hubieran quedado claras entró en acción la troupe de abogados, asesores, etc., y naturalmente sólo después se notificó la operación a las autoridades competentes y a los medios de comunicación.
Alguien importante me dijo hace tiempo que una fusión bancaria era un plato que tenían que zamparse cuatro señores en torno a una mesa y a puerta cerrada: los dos presidentes y los dos consejeros delegados. Porque la cuestión a dilucidar se llama poder, la clave está en el reparto del poder, quién va a mandar en la entidad resultante, quién será el jefe supremo y quién el segundo de a bordo, el CEO y, no menos importante, qué pasará con los dos capos sobrantes, cómo se les recompensa, cómo se les incentiva para que acepten de buen grado echarse a un lado. Primero, el reparto del poder; luego, la ecuación de canje. Carlos Torres, Salamanca, 58, presidente del BBVA, ha empezado la casa por el tejado. En lugar de hacer una llamada discreta a Oliu, 75, presidente del Banco Sabadell, qué te parece si tomamos un café uno de estos días, Josep, quiero comentarte algo, y a continuación encerrarse con sus respectivos número dos, el turco Onur Genç, 50, consejero delegado de BBVA, y César González-Bueno, 64, su homólogo en el Sabadell, y cerrar un acuerdo, cosa que probablemente podría haber logrado en poco más de una semana, al chairman de BBVA, ese “banquero especializado en estrategia” (sic) del que ayer hablaba El Mundo, no se le ha ocurrido cosa mejor que, sorprendido por una filtración, enviar una nota por escrito a Oliu y otra del mismo tenor a la CNMV, con el trazo grueso, menos de un folio, de una oferta de compra, algo así como lee este papel, Pep, y dime algo rapidito que tengo mucha plancha…
Una notable chapuza. Lo llamativo del caso es que llueve sobre mojado, porque Torres y el BBVA ya intentaron esta operación hace cuatro años y en circunstancias bien distintas. Entonces el Sabadell parecía agobiado por una problemática inversión en Gran Bretaña, con unos accionistas, todos ricohomes del lugar, cogidos en el cepo de una participación de la que no resultaba fácil escapar sin graves daños patrimoniales. Hoy el Sabadell es un banco rentable, de cuyo accionariado han salido todos los que querían salir, y en disposición de crecer, en posición compradora. Torres lanza ahora una oferta cuatro veces más cara que la original, que ha tenido la rara virtud de posicionar en su contra a todos los centros de poder eventualmente llamados a opinar sobre la misma. Una operación que puede tener sentido desde el punto de vista societario, sobre todo para BBVA, pero lastrada por una mala ejecución y una penosa puesta en escena. ¿Cómo embarcar en una fusión por absorción a un Oliú que en abril cumplió 75 años, sabiendo que por estatutos los miembros del Consejo de BBVA deben jubilarse precisamente a los 75? ¿Quiere usted comprarme para ponerme al día siguiente en la calle?
Torres lanza una oferta cuatro veces más cara que la original, que ha tenido la rara virtud de posicionar en su contra a todos los centros de poder llamados a opinar sobre la misma
Son algunas de las cuestiones que debería haber resuelto Torres con antelación, asuntos tan importantes como el tempo de la operación. ¿Cómo es posible, por ejemplo, que no haya reparado en la coincidencia temporal del lanzamiento de esta OPA con las elecciones catalanas y la utilización del lance por tirios y troyanos a conveniencia? Vaya por delante que en un país “civilizado” y con economía de libre mercado, la operación lanzada por BBVA sobre Sabadell debería ser un asunto a dilucidar por los accionistas de ambas entidades como corresponde a dos empresas privadas, naturalmente bajo la supervisión de la autoridad bancaria, en este caso el BCE, y la aprobación definitiva de Competencia, las dos únicas instituciones con vela en este entierro. Nadie se acuerda aquí de los accionistas, de la propiedad, relegados al último lugar de la fila. Particularmente escandalosa resulta la intromisión del Gobierno Sánchez, aunque a estas alturas nada pueda sorprendernos ya del personaje, un tipo que acaba de nombrar a un amiguete, otro, como consejero de Telefónica. La aprobación, primero, del Gobierno, por boca de la ministra portavoz, y su anatema posterior por parte del titular de Economía, ha puesto en evidencia el grado de tercermundismo de la política española y la situación de postración de una economía intervenida al 100% por un Gobierno reducido en realidad a una sola persona, el jefe de la banda, un autócrata decidido a meter la zarpa en las empresas del Ibex 35 porque a él lo que en el fondo le interesa es el negocio, es la pasta.
La intervención de Competencia en una operación de dudoso final (Torres ha llegado a reconocer por escrito a la entidad opada, lo nunca visto, la imposibilidad de mejorar su oferta antes incluso de haberla lanzado oficialmente) no debería ser baladí a tenor del grado de concentración alcanzado por la banca española y de sus consecuencias para el consumidor. Hace unas décadas, España contaba con no menos de un centenar de bancos de distinto tamaño y una cincuentena de Cajas de Ahorro. Ahora son 10 las empresas que supervisa el BCE y solo tres de ellas (Santander, CaixaBank y BBVA) controlarían el 75% del negocio en el caso de que este último acabara absorbiendo a Sabadell. En los ochenta, la cuota de mercado de los famosos “siete grandes” no llegaba al 70%. Es evidente que esa concentración bancaria ha reducido notablemente la oferta de préstamo elevando el coste (tipo de interés) del mismo, por no hablar de otro tipo de costes como el recorte de plantillas, el cierre de oficinas y demás. Es más que dudoso, desde este punto de vista, que la operación BBVA-Sabadell fuera a representar algún tipo de ventaja para el consumidor.
Particularmente escandalosa resulta la intromisión del Gobierno Sánchez, un tipo que acaba de nombrar a un amiguete, otro, como consejero de Telefónica
La industria ha cambiado drásticamente desde los ochenta como consecuencia de las nuevas tecnologías y la diversificación de la intermediación financiera, pero ¿mandan menos los grandes bancos? Yo diría que no. Lo que sí están es más sometidos al poder político, más entregados, más abiertos de piernas. Las tres entidades antes citadas son mucho más grandes, más potentes, más solventes, que los “siete grandes” antes aludidos, pero sus presidentes tienen menos peso específico, son más livianos, y han adoptado una actitud absolutamente escapista frente a los problemas que hoy afectan gravemente a la nación. Ni una queja, ni una protesta, ni un pero. Isidro Fainé y Ana Botín viven prácticamente emboscados, como aquella vieja nobleza española propensa a esconder su riqueza tras gruesos muros de carga. Carlos Torres, en particular, es el perfecto ejemplo de la devaluación sufrida por nuestras elites económico-financieras (por no hablar de las otras), de su pérdida de talla personal y profesional, un proceso que empieza por la mala selección de esas elites y que explica la deriva española hacia la irrelevancia (y la pérdida de riqueza, claro está, plasmada en el ratio de renta per cápita) internacional.
Aquí ha habido gente tan correosa, tan dura, como Alfonso Escámez, por citar un caso, un hombre que no tuvo la oportunidad de estudiar en el Massachusetts Institute of Technology (MIT) como Torres, pero que desde el puesto de botones ascendió hasta la presidencia del Banco Central por méritos propios. Eran otros tiempos, capaces de crear tipos recios, de otra pasta. Lo cierto es que la clase social determinó el currículum, ciertamente brillante, del presidente del BBVA, y las amistades han determinado en gran medida su carrera profesional. Porque fue Francisco González (FG), su antecesor en el cargo, quien acogió a Torres en el BBVA a pedido de Manolo Pizarro, ambos íntimos amigos del padre del susodicho y ambos favorecidos por la lotería de las privatizaciones llevadas a cabo en su día por el Gobierno Aznar. Siendo presidente de Endesa, Pizarro colocó a Torres como responsable de estrategia, puesto desde el que tuvo que lidiar con la fallida (tanto Aznar como Rato le pusieron la proa) OPA de Gas Natural sobre la eléctrica. Ambos encontraron un caballero blanco en la alemana E.On, a la que estuvieron a punto de vender a razón de 26 euros acción siendo así que la italiana Enel terminó pagando 40 (para alegría de los Entrecanales, que en el lance se hicieron de oro).
Su gestión al frente del BBVA es un canto a la inconsistencia. Gente muy partidaria del personaje manifiesta la incomprensión que causan en la plantilla algunas de sus iniciativas. “Se supone que toma decisiones porque hay algo que los demás no sabemos pero que él sí sabe”. Es el chico listo del MIT que camina un palmo sobre el suelo. La arrogancia del McKinsey acostumbrado a proponer soluciones de consultoría a cualquier problema empresarial sin tener que apechugar con los resultados o consejos vendo y para mí no tengo. La cuenta de resultados se ha venido nutriendo estos años de ese espléndido negocio que resultó ser la compra del mexicano Bancomer por Emilio Ybarra (BBV). Torres, por su parte, ha cambiado negocio y riesgo USA por negocio y riesgo Turquía, tras la venta de los activos del grupo en Estados Unidos a finales de 2020 y la compra del 100% del turco Garanti al año siguiente. No parece la mejor decisión estratégica. En materia de gobierno corporativo, el BCE utiliza los criterios «fit & proper» («fit and proper test») para evaluar la idoneidad de los altos ejecutivos de banca. El “fit” examina la aptitud, mientras el “proper” valora la integridad /honorabilidad. Ambos principios parecen haber sido puestos en almoneda en lo que a Torres atañe a raíz del caso BBVA/Villarejo.
Carlos Torres es el perfecto ejemplo de la devaluación sufrida por nuestras elites económico-financieras, de su pérdida de talla personal y profesional
A punto de cerrarse la instrucción (juez García Castellón), el BBVA corre serio riesgo de sentarse en el banquillo como persona jurídica, después de una gestión del escándalo que a la notoria falta de profesionalidad ha unido unas dosis de improvisación muy llamativas. El actual presidente, que ha tenido el desparpajo de cargar a su antecesor y mecenas, FG, con el mochuelo de los pagos a Villarejo, ha logrado dar esquinazo a su imputación personal a pesar de no pocas evidencias en contra. En la Audiencia Nacional hablan y no acaban de la falta de transparencia y colaboración en el esclarecimiento de lo ocurrido por parte de la entidad y de su presidente, al que acusan (tremendo el escrito del fiscal Alejandro Cabaleiro de 31 de enero, dirigido al Juzgado Central de Instrucción nº 6) de haberse autoexcluido de la investigación interna (forensic) sobre los empleados y ejecutivos que conocieron los pagos, a pesar haber sido CEO entre los años 2015 y 2018 y por tanto jefe del director de seguridad, el ex comisario Julio Corrochano, contratador directo de Villarejo, que a su vez dependía de Ricardo Forcano, director de RRHH, quien reportaba directamente al propio Torres. En el episodio Villarejo y su forma de abordarlo, en la ausencia de profesionalidad puesta de manifiesto en su gestión, hay un antecedente que explica casi a la perfección el desbarajuste evidenciado por el binomio BBVA/Torres en la OPA sobre el Sabadell. Como dos gotas de agua. Oscuro y tormentoso se presenta el reinado de Witiza, un hombre de trato amable, poco amigo de los fastos de la jet madrileña, aunque huidizo, una especie de outsider en el ecosistema político y social madrileño, que hace tiempo rompió cualquier vínculo con los medios de comunicación y a quien la suerte de España parece importarle una higa. La rueda de prensa que ofreció el pasado jueves para explicar los pormenores de la OPA evidenció no pocas cosas, tal que la incomodidad que le causa el contacto con la “canallesca”. Simplemente no se siente a gusto. Se le nota el desdén que le producen los medios. No habla con ellos. Si se dignó, en cambio, hacer declaraciones el mismo jueves para Financial Times. ¿Puro elitismo MIT? Y a todo esto, ¿qué piensa sobre lo que está ocurriendo en La Vela un hombre como Jaime Caruana, miembro del Consejo de Administración y ex gobernador del Banco de España? ¡Calienta que sales!