- «Una fusión bancaria es un plato que se come a puerta cerrada»
“Es imposible ganar una OPA hostil con todos los elementos en contra y pagando una prima minúscula. Torres ha hecho el ridículo. Ignorancia de principiante”. Quien así se manifiesta es un banquero español ya jubilado. De las grandes operaciones de concentración bancaria ocurridas a finales del siglo pasado (la OPA del Bilbao de José Ángel Sánchez Asiaín sobre el Banesto de los Garnica, la fusión entre el Bilbao y el Vizcaya de Pedro de Toledo, la fusión también entre el Central de Alfonso Escámez y el Hispano Americano de José María Amusátegui, y finalmente la postrera unión entre el Santander de Emilio Botín y el Central Hispano) la gente consecuente con mando en plaza extrajo una especie de prontuario de actuación para estos casos que combina sencillez y racionalidad con sus buenas dosis de cinismo, y es que una fusión bancaria es un plato de alta cocina que tienen que zamparse cuatro señores en torno a una mesa y a puerta cerrada: los dos presidentes y los dos consejeros delegados. Porque la cuestión a dilucidar está en el reparto del poder, quién va a mandar en la entidad resultante, quién será el jefe supremo y quién el segundo de a bordo, el CEO y, no menos importante, qué pasará con los dos capos sobrantes, qué salida se les busca, cómo se les recompensa para que acepten de buen grado echarse a un lado. Y el orden de la operación: primero, el reparto del poder; después, la ecuación de canje; finalmente, el anuncio urbi et orbi. Carlos Torres, Salamanca, 59, presidente del BBVA, lo ha hecho todo al revés en su intento de asalto al Banco Sabadell de Josep Oliú, 76, y en lugar de haber establecido un contacto discreto con el catalán en mayo de 2024 que tendría que haber culminado con esa cena a cuatro con sus respectivos número dos, el turco Onur Genç, 50, consejero delegado de BBVA, y César González-Bueno, 64, su homólogo en Sabadell, para cerrar un acuerdo previo en secreto, ha tratado de empezar la casa por el tejado. El resultado ha sido una derrota de las que hacen historia.
Un fracaso cantado y un hombre, Torres, que ha tropezado dos veces con la misma piedra, porque lo llamativo del caso es que llueve sobre mojado. En efecto, BBVA y su presidente ya intentaron la absorción de Sabadell en noviembre de 2020, plena pandemia, y en circunstancias bien distintas. Entonces el banco catalán parecía agobiado por una problemática inversión en Gran Bretaña, con unos accionistas, ricohomes del lugar, cogidos en el cepo de una participación de la que no resultaba fácil escapar sin graves daños patrimoniales. En aquel momento Torres pudo quedarse con Sabadell por poco más de 2.000 millones pero, por causas no del todo claras, el susodicho emprendió fugaz retirada del campo de batalla dejando como efecto perverso para el futuro un reguero de desconfianza que cuatro años después habría de pasarle factura. Y luego el timing elegido para la operación, desafortunado a más no poder. Cuentan que horas antes de que hubiera accedido a reunirse en privado con Torres, Oliú se enteró de las intenciones de BBVA por una inoportuna filtración a un medio británico. El aludido pudo haber enviado un discreto desmentido al regulador en espera de tiempos mejores, pero su reconocida suficiencia teñida de soberbia le impulsó a seguir adelante en las peores circunstancias posibles, justo cuando faltaban cuatro días para la celebración de las autonómicas catalanas del 12 de mayo de 2024, carnaza de la buena para socialistas e independentistas, convertidos ahora en la misma cosa. En efecto, tanto Junts como PSC se lanzaron cual aves de presa sobre la OPA dispuestos a lucir sus mejores galas verbales hablando de un intolerable asalto del centralismo a una entidad catalana. Y el Gobierno de Sánchez, siempre proclive al bien común, se apresuró a bajarse de nuevo los calzones y ponerse a las órdenes de sus socios. No pasarán. Lo expresó el ministro de Economía, Carlos de Cuerpo presente: “El Gobierno tendrá la última palabra”. No los accionistas de ambas entidades, lo normal en un país “civilizado” con economía de libre mercado. El Gobierno. España.
Como en la película de Sergio Leone protagonizada por el gran Clint Eastwood et altri, también en esta hay un bueno, un feo y un malo. El bueno obviamente es Josep Oliú, un hombre que ha sabido movilizar en su favor todos los resortes de los que ha dispuesto. Poca gente tan fea como el citado Cuerpo y el Gobierno del que forma parte. En realidad no debería extrañar en demasía la injerencia de un Ejecutivo socialcomunista en una operación empresarial en la que deberían haber primado en exclusiva los intereses de los accionistas de ambas entidades. La CE mantiene abierto un expediente contra España, al considerar que el Gobierno ha invadido competencias que no le corresponden y que van en contra de la legislación europea. Vetar como ha hecho la fusión posterior durante al menos tres años, extensibles a cinco, con lo que eso suponía de incertidumbre para los accionistas de Sabadell, no puede entenderse sino como una muestra más del feroz intervencionismo que caracteriza al cacicato instalado en Moncloa. Tal vez si Torres hubiera encargado a Rodríguez Zapatero la gestión de la OPA ante el yerno de Sabiniano, en lugar de haber fichado a Pepiño Blanco y su Acento para la ocasión, el resultado hubiera sido otro. Con este Gobierno todo es cuestión de dinero, como bien saben tanto en Caracas como en Pekín. Mención aparte merece la chusca iniciativa de convocar una consulta pública, sin validez legal alguna, al parecer orientada a conocer la opinión del gentío sobre la operación, donde era posible votar tantas veces como uno quisiera, maniobra tercermundista tras la que este Gobierno de destripaterrones buscaba enmascarar su negativa a la OPA, negativa que solo ha tenido una razón de peso: la obligación de Sánchez rehén de cumplir las exigencias de sus socios independentistas.
El malo, sin discusión, ha sido Carlos Torres Vila, el “chico listo del MIT que camina un palmo sobre el suelo” (Vozpópuli, 12 mayo 2024), un tipo con padrinos de rumbo, aureolado por un currículum en el que abundan nombres de prestigiosos centros de Ivy League, cuya práctica empresarial ha ido de la mano de sus mayores, los llamados “tres mosqueteros” de la Bolsa española, los agentes de cambio y bolsa Manuel Pizarro, Francisco Paco González y Carlos Torres Diz, padre del protagonista, los tres amigos íntimos, los tres definitivos en el desempeño profesional del aludido. Con su carrera topada en McKinsey & Co., Pizarro se lo lleva de la mano a Endesa, y cuando la eléctrica termina en manos de la pública italiana Enel, el otro amigo del padre, Paco González, lo rescata para el BBVA tras una amarga experiencia como presidente de Isofotón de la que el citado prefiere no acordarse, haciéndolo pronto consejero delegado y más tarde su sucesor en la presidencia, ello en pleno escándalo Villarejo. Un talentoso ingeniero eléctrico por el Massachusetts Institute of Technology (MIT), con mentalidad McKinsey y escasa o nula experiencia en banca mayorista o de particulares, que ha vivido en BBVA de los réditos de aquella extraordinaria compra realizada por Emilio Ybarra que resultó ser el mexicano Bancomer, responsable de más de la mitad del beneficio anual de la entidad. A finales de 2020 Torres vendió el negocio minorista del banco en Estados Unidos por casi 10.000 millones. ¿Qué ha hecho con semejante fortuna? Poca cosa, excepto tomar el control total del banco turco Garanti, de modo que nuestro hombre ha cambiado riesgo USA por riesgo turco. Hoy el BBVA es un banco mexicoturco con sede en Bilbao, necesitado con urgencia de reforzar su posición en la banca doméstica española, de ahí el interés por Sabadell.
Pero un gran banco que, tras la salida de ilustres nombres del Bilbao Vizcaya —los Sánchez-Asiaín, Ybarra, Toledo, Uriarte, Goirigolzarri, entre otros— de que hablaba ayer aquí Carmelo Tajadura (“Con el legendario BBV habría sido diferente”) no ha logrado echar raíces, o las ha perdido, en el tejido institucional español. Al contrario que el Santander, que ha sabido tejer una densa red de intereses compartidos tanto en lo político como naturalmente en lo económico e incluso en lo social, el BBVA aparece hoy como un banco extraño, casi una entidad extranjera, con poca o nula conexión con la realidad española, con un Torres escondido en su torre de marfil de La Vela, en Las Tablas, convertido en un outsider de la realidad española, que solo se ha hecho notar por causa de la OPA para elogiar a Sánchez y sus políticas en una lastimosa muestra de servidumbre ante el autócrata que naturalmente el autócrata se ha pasado por salvada sea la parte. El BBVA no mantiene acuerdos de patrocinio con ningún medio de comunicación español, política difícil de entender en una entidad que nació en España y tiene en España una parte importante de su negocio. Ese desistir de la realidad española fue iniciativa en parte de un bobo con ínfulas de nombre Pablo Gómez Tobin, imputado en el caso Villarejo, que en BBVA se ha desenvuelto como director de Comunicación Corporativa con la más fina denominación de Paul G. Tobin. Enajenado así de la realidad española, incluida la mediática, cuando Torres ha pretendido buscar su cuota parte de auxilio en los medios con ocasión de la OPA se ha encontrado con el portazo en la cara de los mismos. El Sabadell lo ha tenido muy fácil. Cosas del chico listo del MIT que camina un palmo sobre el suelo.
Y a todo esto, ¿hubiera sido bueno el triunfo de la OPA para el español de a pie? El sistema bancario ha pasado del centenar largo de entidades del siglo pasado a la media docena de la actualidad y bajando. Para particulares y empresas, no digamos ya para el pequeño negocio, la vida era entonces mucho más fácil en la tupida red formada por bancos y cajas de ahorro. Más competencia y mayores posibilidades de acceso al crédito. Cada cliente encontraba acomodo en la entidad correspondiente de acuerdo a su tamaño y características. Todo se ha vuelto ahora más duro, más difícil, menos humano. “Los directores de las sucursales eran conocidos, salían a la puerta a saludarte e invitarte a un café; ahora nadie los conoce, todo el día metidos en su jaula y mirando fijamente una pantalla”, escribía aquí un lector en mayo del pasado año. Resulta difícil, por eso, aceptar que el triunfo de la OPA hubiera resultado en algo positivo para el consumidor de a pie.
¿Y cómo ha respondido Carlos Torres al fracaso de su intentona? Con la soberbia propia del personaje. Ni el más ligero atisbo de autocrítica. Los accionistas del Sabadell se lo han perdido, ha venido a decir. Y ha presumido del respaldo pleno de un Consejo de Administración formado por amigos, con la excepción, quizá, de Jaime Caruana, ex gobernador del Banco de España. Por cierto, ¿qué piensa Caruana de lo ocurrido? Es verdad que la continuidad de Torres al frente del BBVA es cuestión que atañe en exclusiva a los accionistas de la entidad, lo que no empaña la constatación de que un tropiezo de semejante calado hubiera costado el puesto al presidente de cualquier gran banco norteamericano. Lo peor, con todo, ha sido su negativa a deslizar la menor crítica al escandaloso comportamiento del Gobierno en este episodio, a la inaceptable intromisión del Ejecutivo en un asunto que debería haber quedado recluido en los márgenes de las entidades afectadas, sus accionistas y el regulador del mercado, en el supuesto de que este hubiera sido independiente, claro está, que no lo es. El chico listo del MIT ha resultado ser, por eso, un tanto cobarde a la hora de la verdad, cualidad si hemos de ser justos extensible hoy a la práctica totalidad de nuestro elenco empresarial.
Con excepción de algunos notables que habitan en la periferia de la M-30 madrileña, léase los Roig, Ortega, Sánchez Galán y alguno más, la práctica totalidad de nuestros grandes empresarios, en realidad meros ejecutivos que se han hecho fuertes en las cúpulas con la connivencia de Consejos de Administración que ellos mismos pastorean, son tipos dispuestos a bajarse las calzas hasta los zancajos a la menor insinuación del sátrapa que nos gobierna. Todos dispuestos a hacerle la pelota a un tipo de la catadura moral e intelectual de Sánchez, porque así esperan sobrevivir a Sánchez. Todos listos para reirle las gracias. Todos guardando silencio como putas ante los desmanes de Sánchez. Torres, señal evidente de su debilidad, ni siquiera se ha atrevido a aclarar si el banco que preside seguirá adelante con la demanda planteada contra el Ejecutivo ante el Supremo por las condiciones impuestas a su oferta sobre el Sabadell. Como tantos otros, quiere seguir en el machito (casi 10 millones de euros año lo explican), aunque sospecha que los De la Rocha de turno probablemente ya le están buscando sustituto, con la impagable ayuda de ese dechado de hidalguía que es el PNV, al frente de La Vela. Ni Torres ni tantos como él parecen darse cuenta de que no forman parte de la “famiglia” sanchista, no son sus amigos, ni siquiera son sus hijos de puta, y terminarán en la calle a poco que el sátrapa tenga tiempo para ocuparse de ellos. Todos pendientes de su culo; ninguno pensando en el interés general, como es norma en el heroico empresariado hispano. El fracaso de la OPA ha sido un éxito de Sanchez sin paliativos. Es también la vieja odiosa constatación de la clase de gente que habita en los alfombrados despachos del Ibex. Es lo que hay.