ABC-IGNACIO CAMACHO

Madrid es la gran prueba de supervivencia para Casado y todo su partido, que se ven a sí mismos asomados al precipicio

LAS elecciones del día 26 registrarán tres posibles interpretaciones, o lecturas como se dice ahora, de su resultado. Una primera sobre el vencedor en número total de votos en los municipios, que será con toda probabilidad el PSOE seguido de un PP que, gracias a su implantación territorial, presenta candidaturas en muchas más localidades que Ciudadanos. La segunda afectará a los comicios europeos, en los que también el PSOE se perfila como primera fuerza pero queda un razonable margen de duda sobre el orden y la distancia entre los segundos clasificados. Y la tercera se verá a medio plazo porque tiene que ver con el mapa de poder autonómico que arrojen los pactos. Al quedar fuera de este ámbito los gobiernos de Cataluña, Valencia, Galicia, Andalucía y País Vasco, el de Madrid será la clave que mida la relevancia del pulso por la primacía de la oposición entre Rivera y Casado.

Es en la capital del Estado, y sobre todo en su región autónoma, donde sector liberal-conservador va a librar el pulso decisivo. Para el PP resultaría catastrófico perder su gran símbolo, tanto si lo entrega a la izquierda como si se ve obligado a apoyar a un presidente de C´s para mantener una mínima parcela de presupuesto en régimen de condominio. Salvar Madrid es la gran prueba de supervivencia no ya de la actual dirección sino de todo el partido, que tras el batacazo de abril se ve a sí mismo asomado a un precipicio. Una derrota en su principal bastión abocaría a toda la formación a una catarsis volcánica, de efectos imprevisibles, y provocaría en todo el centro-derecha un corrimiento de tierras de carácter quizá definitivo. El miedo al desastre es palpable en una organización atenazada por el recelo hacia unos candidatos de escaso trapío que hoy tratarán de vender optimismo bailando con su mejor cara los tradicionales chotis de San Isidro.

En caso de producirse el temido descalabro, a los populares les espera, como a los socialistas en 2011, la travesía de un desierto ancho y largo en el que les será muy difícil resistir cuatro años. Para un partido que tanto poder ha atesorado parece poco consuelo participar en una coalición con un papel secundario. Por el contrario, resistir al menos en la comunidad madrileña le daría a Casado el oxígeno imprescindible para intentar defender su cuestionado liderazgo. La batalla la va a librar otra vez en un doble plano: contra el adversario de enfrente y contra el de su propio flanco, que ya le pisa los talones en los distritos de mayor renta, en los barrios burgueses de la gran ciudad y en la periferia de los chalés adosados. El veredicto final del duelo interno se ventilará en un palmo y depende en buena medida de que una parte de los votantes de Vox regrese a su tradicional regazo. Y aun así, existe la posibilidad más que verosímil de que los tres se hundan juntos de nuevo en el segundo y definitivo fracaso.