Ignacio Varela-El Confidencial
- El ‘ciclo virtuoso’ errejonista se produce cuando no solo todo lo que haces te sale bien, sino que, además, tus adversarios se empeñan en ayudarte
Creo que fue Íñigo Errejón, en su época de mayor calentura ideológica, quien introdujo en el vocabulario político el término ‘ciclo virtuoso’, para referirse a la concatenación de circunstancias que habrían de conducir inexorablemente a la derrota de la casta y el triunfo de “los de abajo frente a los de arriba”. Nadie ha creado tantos neologismos y palabros como ‘la podemia’ (© Arcadi Espada): sería útil un diccionario para traducir al castellano común ese lenguaje barroco que casi siempre emboza algún fraude conceptual.
Cabe tomar prestado el hallazgo de Errejón para describir lo que está pasando con la derecha, tanto en la realidad electoral como en la virtualidad demoscópica.
Con la única excepción de la victoria —a la postre, estéril— del PSC en Cataluña, desde el día en que la coalición Frankenstein se constituyó en Gobierno, siempre que se han abierto las urnas, la derecha ha arrasado y la izquierda se ha llevado una paliza. En el País Vasco goleó el PNV, partido conservador donde los haya. En Galicia, Feijóo se salió del mapa, superando los mejores resultados históricos del PP de Fraga. En Madrid, Ayuso salió a hombros y dejó a la izquierda reducida a cenizas. En Castilla y León, la suma de la derecha (PP, Vox y Ciudadanos) sacó 20 puntos a la izquierda. En un par de semanas se votará en Andalucía, feudo histórico de la izquierda. Raro sería que la suma de la derecha no superara el 50% del voto y obtuviera una holgada mayoría absoluta. El otrora todopoderoso PSOE de Andalucía, desengañado de sí mismo, ya solo confía en que Moreno Bonilla se vea obligado a meter a Vox en su Gobierno. Triste apuesta para quien lo tuvo todo en ese territorio.
Tras haber vivido no menos de 10 campañas electorales en Andalucía, me asombró el pasado fin de semana ver en televisión a Olona haciendo una entrada triunfal en un acto masivo y festivo al son de ‘Macarena’ e, inmediatamente después, al secretario general del PSOE dirigiéndose a no más de 200 personas desparramadas con tedio en la grada de una plaza desangelada. No creí que el deterioro hubiera llegado a tanto. En cualquier momento anterior al sanchismo-espadismo, el PSOE de Andalucía juntaba un mínimo de 10.000 personas en torno a su líder nacional sin despeinarse.
La encuesta de IMOP-Insights que hoy publica El Confidencial hace el número 19 de una serie que comenzó en septiembre. Por encima de las subidas y bajadas coyunturales de cada partido, una tendencia se ha mantenido inalterada desde el principio: la creciente deriva hacia la derecha del conjunto del cuerpo electoral, que hoy se manifiesta en una ventaja de más de 10 puntos de los tres partidos de la derecha (48,2%) sobre los de la izquierda (38%). Si en las elecciones generales de 2019 los dos bloques —excluyendo a los nacionalistas— empataron con 10 millones de votos cada uno, hoy, con una participación equivalente a la de entonces, el bloque de la derecha obtendría una ventaja de dos millones y medio de votos. Y el hueco sigue abriéndose progresivamente, en esta como en todas las demás encuestas serias que se publican. Hasta Tezanos está a punto de doblar la cerviz.
Se acabó el tiempo en que cada bloque mantenía su fuerza y solo había reasignación de las fuerzas dentro de cada uno de ellos. Antes, en función de la coyuntura, Vox subía a costa del PP o viceversa, y lo mismo pasaba entre el PSOE y UP. Ahora, los dos partidos de la derecha suben y los dos de la izquierda bajan. En cuanto a los terceros de cada familia, tanto Ciudadanos como Más País siguen conectados al respirador artificial, esperando que los desintuben para expirar en paz.
Lo más llamativo es que el fenómeno de desplazamiento a la derecha afecta a todo el arco político: en esta encuesta, Unidas Podemos entrega (en saldo neto) 246.000 votos al PSOE; este pasa 503.000 al Partido Popular; el PP de Feijóo recibe más de un millón por su flanco izquierdo (625.000 procedentes de Ciudadanos y 503.000 del PSOE), pero pierde 405.000 hacia Vox. Y el partido de Abascal solo gana: recibe 841.000 votos de la derecha y 213.000 más de la izquierda, manteniendo la fidelidad del 80% de los suyos.
Por tanto, el desplazamiento es global y unidireccional: los votantes pasan de la extrema izquierda a la izquierda, de la izquierda al centro derecha y del centro y la derecha a la extrema derecha. Un movimiento pendular que, no obstante, es compatible con el hecho de que la autoubicación ideológica de los ciudadanos no se ha alterado sustancialmente.
No se trata, pues —al menos, no principalmente— de una mutación ideológica de la sociedad española, sino de una alteración de las percepciones políticas y de las preocupaciones inmediatas que impone el contexto. Es claro que hay un importante componente reactivo en todo esto: el antisanchismo como motivador del voto ha prendido hasta el punto de que hoy puede afirmarse que el presidente del Gobierno es un lastre electoral para su propia sigla: resta mucho más que lo que añade. La llegada de Feijóo ha tenido un doble efecto: por un lado, ha traído la serenidad a un partido que se había instalado en la histeria. Por otro, ha comenzado a habilitar a su favor el paso de la frontera entre los dos grandes partidos.
Con todo, lo más importante, a mi juicio, es el impacto de una coyuntura en la que todo beneficia un giro conservador. La reaparición de la inflación en nuestras vidas y su impacto brutal en las economías familiares de la clase media convierte en marcianas las políticas de gasto público desaforado sobre las que se ha sostenido el discurso de la izquierda gobernante. Ahora vuelve a hablarse en Europa de contención salarial, regreso a la ortodoxia fiscal, reducción del déficit y la deuda, inminente subida de los tipos de interés. Nada de todo eso es compatible con el socialpopulismo de Sánchez y sus socios.
Por si algo faltara, la guerra de Ucrania ha provocado una contracción hacia la amenazada seguridad de Occidente, dejando en pelotas los discursos del apaciguamiento colaboracionista con las potencias promotoras del nacionalpopulismo. Jamás en mi vida adulta había visto encuestas en que la mayoría de los españoles (incluidos los votantes socialistas) se declarara favorable al aumento del gasto militar y al reforzamiento de la Alianza Atlántica.
El ‘ciclo virtuoso’ errejonista se produce cuando no solo todo lo que haces te sale bien, sino que, además, tus adversarios se empeñan en ayudarte. Eso le sucedió a Podemos a 2015 y ayuda a explicar ahora la crecida de Vox: son buenos campañistas, pero no tanto. Lo que pasa es que los demás trabajan para ellos.