EDITORIAL EL MUNDO – 11/03/17
· Aunque Artur Mas siga empeñado en envolverse en la estelada para tapar las vergüenzas de su partido, la realidad es que la Justicia sigue estrechando el cerco sobre el régimen larvado a lo largo de tres décadas de hegemonía de Convergència. Las últimas revelaciones en el marco del caso 3% y las primeras sesiones del caso Palau han certificado esta semana que, debajo de la pretendida imagen del oasis catalán, subyacía una escombrera política cuyo hedor insoportable sólo era capaz de encubrir el dominio que entonces ejercía CDC en Cataluña.
Convergència es hoy un partido refundado en unas nuevas siglas y cuyo viraje a la independencia conduce a Cataluña a un choque institucional con el Estado. Pero esta irresponsable mutación no se comprendería sin los escándalos que lo salpican. A las 15 sedes embargadas, CDC suma las sospechas sobre sus finanzas y el hecho de que todos los miembros de la familia Pujol están imputados. De ahí que sea especialmente significativo que Daniel Osàcar, ex tesorero de CDC, figure entre los principales acusados en el caso Palau; y que Germà Gordó, diputado de Junts pel Sí y cercano colaborador de Mas, esté acusado por la Fiscalía de hasta seis delitos: cohecho, tráfico de influencias, prevaricación, financiación ilegal de partidos, blanqueo y malversación.
El saqueo del Palau de la Música está en el origen de la financiación ilegal de Convergència. Fèlix Millet ratificó ante el juez los sobornos de Ferrovial a cambio de concesiones públicas y Jordi Montull, quien fuera su mano derecha, declaró que las mordidas de CDC se elevaron del 3% al 4% porque el partido «quería más dinero». Además, dos empresarios admitieron haber facturado al Palau trabajos para la formación convergente. Y, coincidiendo con el juicio por el desfalco en esta institución cultural, la Fiscalía consideró de difícil justificación el hecho de que tanto Gordó como el ex tesorero de Convergència Andreu Viloca citaran a empresarios vinculados a la trama del 3% no sólo en la sede de este partido sino en el propio Palacio de la Generalitat. Asimismo, según desveló EL MUNDO, la UCO ha vinculado a Puigdemont con uno de los empresarios del 3% que le invitó al Camp Nou durante su etapa de alcalde de Girona. Un comportamiento que, aunque no puede tacharse de delictivo, sí exige la oportuna aclaración por parte del president.
Ante tal avalancha de evidencias, Artur Mas ha reaccionado con el tono de soberbia y cinismo que le caracteriza. Primero negando las adjudicaciones irregulares y después asegurando que intentan «colgarle el muerto». Su hipocresía resulta baldía porque lo que debe explicar Mas es por qué algunos de sus más estrechos colaboradores están implicados en la financiación irregular de su partido. Mas pretende presentarse como víctima de la Justicia española, pero sus argumentos son incoherentes, absurdos y obscenos teniendo en cuenta los indicios que pesan sobre CDC. Se trata, en realidad, de una manera de explotar el victimismo para intentar esconder los desmanes de su partido y justificar la aventura secesionista.
Porque, más allá de los extremos de cada proceso, lo que ponen de manifiesto las investigaciones del 3% y el expolio del Palau es que Convergència no fue un partido más en la Cataluña de Jordi Pujol. Fue el instrumento político sobre el que el nacionalismo hizo pivotar un sistema de corrupción institucionalizada que pasaba por el reparto de favores y el uso irregular del aparato de la Administración autonómica. Para ello contó con la complicidad de algunas de las organizaciones sociales y culturales catalanas más significativa –como el propio Palau–, además de la prensa y de los medios públicos. Este clima de omertà explica que el diputado del PDeCAT, Jordi Cuminal, se permitiera ayer reprochar al director de TV3 en el Parlament que los telediarios de esta cadena no citen a EL MUNDO –no como fuente de autoridad, sino por «publica mentiras»– en las informaciones sobre los escándalos de CDC.
Cuestionar el Estado de Derecho y la prensa libre es propio de repúblicas bananeras, así que resulta bochornoso que los dirigentes del nacionalismo catalán caigan en esta clase de comportamientos tan bajos. EL MUNDO seguirá fiel a su compromiso con el periodismo de investigación, mal que le pese a los dirigentes nacionalistas. Lo relevante, en todo caso, es que Mas y la cúpula de CDC no pueden desvincularse de la mugre de corrupción que acumula su partido. Deberían asumir sus responsabilidades en lugar de aferrarse a impresentables subterfugios.
EDITORIAL EL MUNDO – 11/03/17