Iñaki Ezkerra-El Correo

De hacer un público servicio ha pasado a ser un peligro público

Pasó en vísperas de las elecciones del 26-J de 2016 y volvió a pasar en vísperas de la moción de censura contra Rajoy del 31-M de 2018. En el primer caso, el CIS pronosticó el famoso ‘sorpasso’ de Podemos al PSOE, que creó un clima burbujeante de victoria en la formación populista que luego no se vio refrendado por los resultados, pero alteró el mapa electoral y alborotó al país de forma notable. En el segundo caso, los efectos fueron aún más graves, hasta el extremo de que la propia moción de censura llegó propiciada precisamente por los sondeos de ese insondable organismo, que auguraban explícitamente un nuevo y seguro ‘sorpasso’ -esta vez el de Ciudadanos al PSOE- y tácitamente otro probable a un PP sumido en un descenso que en aquellas fechas sólo podía ser pura hipótesis. El 8 de mayo exactamente, 23 días antes de la caída del Gobierno, el CIS situaba al partido naranja a sólo un punto y medio de los populares. No cabe duda de que esos datos recocinados provocaron el fatídico chute de euforia que llevó a Rivera a maniobrar un adelanto electoral que no deseaba el PNV, cuyo apoyo al sanchismo fue decisivo para que éste relevara en el poder al marianismo.

Han pasado once meses desde entonces y el CIS vuelve a hacer de las suyas; a jugar, como todos los populistas, con las cosas de comer y a poner el país patas arriba anunciando el triunfo del PSOE y un nuevo ‘sorpasso’ -el de Vox sobre el PP- menos justificado por los datos que los que profetizó anteriormente, pero tanto o más capaz que aquéllos de marcar eso que llaman ‘tendencia’. Yo creo que el CIS tiene un problema de autoestima. Creo que, en efecto, se ha vuelto un populista más, para recordarnos que él también existe y que puede hacer una valiosa contribución al Apocalipsis. Ve el país en llamas y no quiere ser menos incendiario que los otros. Se niega a permanecer impasible ante la hoguera y más aún a hacer de bombero. El CIS sufre una crisis de ansiedad que lo ha vuelto un ludópata; trastorno, por otra parte, inherente al populismo, que no es otra cosa que una apuesta suicida en la ruleta de la realidad. El CIS ya va a las campañas electorales como el tahúr al casino; a jugárselo todo: el reloj, el coche, la casa… Todo lo suyo y lo que no es suyo.

El CIS podría haber jugado un papel de rigor y prestigio en un arte como el demoscópico, que se presta a lo contrario, pero sabe que esos valores hoy se cotizan poco y ha elegido el camino fácil: meter ruido con pronósticos amarillistas y degradarse como la clase política. El CIS se ha convertido en un agente desestabilizador de la vida nacional como Villarejo. De hacer un público servicio ha pasado a ser un peligro público. El mal es anterior a Tezanos, aunque Tezanos haya rematado la faena con sus manazas o sus tenazas. Tezanos es su apuesta más chapucera. Es un tenaz «a la tercera va la vencida».