José María Múgica-Vozpópuli
  • La invasión criminal de Rusia sobre Ucrania rompe cualquier panorama de mínima estabilidad que se pudiera buscar para España

Siempre se prorroga el peor momento para hacer las cosas. Parecía que la pandemia tocaba a su fin, más de 100.000 muertos después y con un saldo de destrozo social incalculable. Se podía soñar con que las cosas volverían a ponerse en orden, que el crecimiento económico se reinstalaría. Pero no, a partir del pasado 24 de febrero, la invasión criminal de Rusia sobre Ucrania rompe cualquier panorama de mínima estabilidad que se pudiera buscar para España. Un auténtico cisne negro que nadie, o muy pocos, quisieron mirar como una probabilidad cierta.

Una situación desconocida para todos desde el fin de la Segunda Guerra Mundial en 1945 está ya ante nosotros sin que sea posible, de ninguna manera, anticipar el devenir de esa guerra. Salvo, quizá, en una crisis humanitaria que, en tres semanas, se mide ya por más de tres millones de fugitivos ucranianos que han escapado de su país. Con todo el aire, en tanto la guerra continúe, de provocar una pavorosa crisis humanitaria en Europa desconocida durante décadas. También, en una crisis inflacionaria absolutamente desbocada en materia de costes energéticos, de combustibles o de cesta de la compra.

Lejos queda ya aquella ligereza, de seis meses atrás, del presidente del Gobierno: “Me comprometo a que, cuando acabe 2021, se habrá pagado de luz lo mismo que en 2018”. También se precisa la comprensión de que cualquier país europeo, España desde luego, tiene que estar en obligada vinculación con sus socios, tanto de la Unión Europea como de la OTAN.

Decididamente quien avance un devenir a día de hoy para esta guerra está mintiendo, porque quizá lo único que sabemos es que, precisamente, cualquier cosa puede suceder de manos de una potencia nuclear que se ha lanzado a la invasión de un país más extenso y con similar población que España con tan destructivo afán.

Y mientras, lo que se produce en España es el enconamiento de una situación política sin capacidad para afrontar debidamente tan difícil momento. Dos partidos centrales, PSOE y PP, que se muestran incapacitados para diseñar lo que a ojos de cualquier ciudadano parece imprescindible, una política de unidad nacional. Una política que aborde de una vez las principales tareas hoy por delante, y las afronte en clave de grandes consensos nacionales. Una política que salga de una vez de la polarización indeseable, de la vocación antagónica y del tribalismo político que encuentra su cohesión en la negación y en el rechazo radical del rival. Como si no hubiéramos aprendido de esta lastimosa legislatura, volcada en el espíritu cainita, incapaz de afrontar reformas legislativas en beneficio de los ciudadanos. Pero no, lo razonable es pensar que continuaremos asistiendo a una reclamación retórica de la unidad por parte del presidente del Gobierno, sin ninguna consecuencia práctica.

Porque esos partidos centrales, imprescindibles en nuestra arquitectura política nacional, están hoy concebidos para atrincherarse cada cual en su propio espacio, con aliados que les conducen a un extremismo creciente. Es muy claro en cuanto al gobierno, con un socio de coalición –Podemos- que presenta signos de graves dificultades internas, cuando no de incluso descomposición. Y hoy, instalado en un frívolo “No a la OTAN”, en la negativa al incremento de los gastos de defensa, se convierte en una máquina permanente de desgaste y desacreditación de una acción de gobierno que se empeña, así se nos dice y a pesar de notables volantazos, en una política al compás ineludible de sus socios de la alianza OTAN.

Esas dificultades proseguirán, lo veremos, cuando el gobierno, con considerable retraso en comparación con nuestros vecinos portugueses y franceses, tenga a bien explicarnos a los españoles su prometida bajada fiscal en materia energética y de combustible; tampoco serán esas bajadas del agrado de Podemos. Podrá el gobierno proseguir su tarea, al tiempo que todos tendremos con certeza la sensación de encontrarnos ante dos gobiernos ya, tales son los espacios explícitos de división entre sus componentes.

Impugnar la Constitución

Después, se encuentran los aliados parlamentarios, ERC y Bildu, afamados impugnadores de lo que con claridad en estos momentos nos une a todos los españoles, la Constitución como viga maestra de nuestras libertades. Una ERC golpista que bastante hace con tratar de ocultar los coqueteos pasados con el presidente Putin. Un Bildu, legatario del terrorismo, encarnación de un proyecto de todo punto inmoral e incapaz de afrontar otra cosa distinta que la destrucción de nuestro sistema constitucional.

Como sucede en cuanto a Vox, de espíritu europeo más que discutible, y cuyos amigos, sean Le Pen, u Orban, en Europa, o Trump en Estados Unidos, resultan ciertamente inquietantes, instalados en un nacional populismo que se activa en base al griterío vano y la erosión permanente de los respectivos sistemas democráticos.

Todo da así en una técnica de bloqueo imposible de romper, cuya característica más señalada no es otra que desatender las soluciones a los problemas que nuestra sociedad viene demandando de forma sistemática.

Y así llega el momento de preguntarnos todos qué han aportado las nuevas fuerzas políticas a nuestro escenario político. Incluso si han aportado algo más allá de un flagrante populismo, a izquierda o a derecha, que nos ha enquistado en políticas de confrontación radicalmente ajenas al interés general.

Aún queda tiempo para las próximas elecciones generales, imposible saber cuándo tendrán lugar. Tal vez el tiempo para pensar en la importancia de votar bien, como ya advirtió Mario Vargas Llosa. De forma que no tengamos que arrepentirnos más de que fuerzas políticas inconsecuentes puedan seguir congelando los enormes desafíos que tiene por delante España.