Gregorio Morán-Vozpópuli
Resulta difícil analizar una situación política como la que vivimos. Quizá una de las razones esté en la extrema personalización. Se han diluido los partidos, reducidos a grupos de intereses -por supuesto personales- hasta quedar en instrumentos de fe incombustible hacia sus líderes. ¿Y los líderes? Soberbios, convencidos de que su palabra es ley de actuación. ¿Acaso no sería bueno sugerirles que dejaran una semana o dos la charanga televisiva? En sordina quedaron los parlamentos y los mítines partidarios. Ellos cuando hablan es para exponerse ante los auditorios pegados al televisor. De tanto verlos en la pantalla uno se pregunta qué tiempo dedicarán a gobernar. O si gobernar consiste en eso.
Los liderazgos excesivos, que algunos llaman populismo, obligan a que el dirigente esté permanentemente prometiendo. Hacen una exhibición de sí mismos y pueden mentir como bellacos con absoluta impunidad. Les importa un carajo que les recuerden que el día anterior dijeron lo contrario porque para eso está la televisión, auténtica incineradora de las palabras. El fenómeno es nuevo, sólo la estupidez del oyente es vieja. Se trata de interpretar, como si fuera un actor, el papel que en cada momento exige la obra.
Tomemos un caso reciente: el del ministro plenipotenciario Ábalos ante la noticia publicada en Vozpópuli de su entrevista con la vicepresidenta de Venezuela. Vamos por la quinta versión y a fe que habrá más. Cualquier dirigente se sentiría abochornado, pero él no. Es verdad que le temblequea un poco la papada y farfulla las palabras, pero se recupera en seguida gracias a su conciencia de político impune. “A mí no me echa nadie”, exclamó ante las posibles consecuencias de su desvergüenza. Y tiene razón. Quien le puede cesar es un prestidigitador de la mentira y se cuidará muy mucho de no retirar de su entorno a un discípulo tan preclaro.
Pero vayamos a la mayor fábrica de mentiras del momento. En Cataluña la mentira, si bien viene de lejos por ser una tradición hispana de profundas raíces políticas, en estos últimos años, meses y días alcanza cotas que superan nuestros hábitos y en las que se mezcla el narcisismo, la xenofobia y el descaro. El mayor Trapero, exjefe de los Mossos d´Esquadra, sin cuya colaboración activa y pasiva el intento de avalar el golpe independentista de octubre no hubiera alcanzado el nivel de una insurrección, acojonado ante los jueces les asegura que pensaba detener a su jefe supremo Puigdemont y llevárselo en helicóptero. ¿A dónde? Hay que tener una jeta de cemento armado para pasar de cantarle habaneras mientras le hacía una paella en Cadaqués a dejarnos a todos de un pasmo con la invención del helicóptero.
Esa es la penúltima, pero hay tantas que se puede escoger. Las del abad Junqueras tienen ese aire carlistón de quien domina todos los recursos de la mentira aquí y en el más allá. Su acendrado catolicismo de misa diaria le otorga una pátina de profeta del nacionalcatolicismo. Al oírle estamos ante una mixtura de papa Clemente -el ciego que veía- y el escolástico seguro del dogma que trata de apabullar desde el púlpito a la feligresía. ¿Cómo hombre de expresión tan ligada a lo divino puede ser un delincuente? Cabe recordar que si este Savonarola escolástico llega a triunfar en su intentona muchos habrían de tomar el camino del destierro y más de la mitad de la población de Cataluña vería cercenadas sus libertades. Pequeño detalle que olvidan los buenistas de la democracia desde la comodidad de sus aposentos. La guerra la hacen unos y la sufren muchos más.
Pero es un hombre de paz, es un campeón de la fraternidad en sus oratorios abaciales. Exalta ahora el diálogo porque no tiene otra opción que alivie la cárcel. La II República fue más rigurosa con Companys que lo es la democracia frente a este botarate que hace esfuerzos para ser creíble y que capitanea un partido que lleva la traición en sus venas. Fue traidor con la República, luego durante la Guerra Civil, en el franquismo se convirtió en un club de emboscados y en la democracia tuvo tiempo para manipular a los partidos que gobernaban en Madrid, no hablemos ya de sus hazañas en la Cataluña de Pujol y el tripartito.
No es necesario ningún crimen, menos aún el sangriento ajuste de cuentas: aquí se mata de silencio y aislamiento, en esa tradición que tan bien conocen personajes como Puigdemont o Junqueras o Torra
El lenguaje sinuoso que debe tanto a la burguesía de Barcelona, hecho de sobrentendidos y falacias consagradas por la tradición, nos limita cuando nos referimos a un sistema mafioso que impuso Jordi Pujol y que blanquearon los medios de incomunicación. No es extraño que todos estén holgadamente subvencionados. No es el miedo el que ampara al clan de los mentirosos en Cataluña; son los emolumentos. No es necesario ningún crimen, menos aún el sangriento ajuste de cuentas: aquí se mata de silencio y aislamiento, en esa tradición que tan bien conocen personajes como Puigdemont o Junqueras o Torra, convertido en paradigma de la mediocridad, el racismo y la sensación de que jamás en su vida había soñado llegar a presidente de una Generalitat de gentes incapaces de un gesto de honor, porque el honor es la antítesis de la mentira.
¿En dónde sería posible que Puigdemont, un alcalde y pastelero de Amer (búsquese en el mapa de Gerona), alcanzara el digital estrellato de capitanear la Generalidad? ¿Y Toni Comín, profesor por méritos parentales, un mozo ayuno de todo lo que no fuera frivolidad, alcanzara la categoría de icono del independentismo? Desde que tuvo edad de merecer no fue otra cosa que el hijo de Alfonso Carlos Comín, fundador de Bandera Roja, aragonés, antinacionalista furibundo, que se quedaría perplejo ante sus conmilitones convergidos en logreros institucionales. Eso no se puede decir en público y menos aún escribir sin saltarse la omertà.
Analizar el honor perdido de los delincuentes retóricos será una tarea por abordar en el próximo futuro. La situación política en Cataluña, que demandaría un análisis que ahora no toca, está descabalando los discursos del clan de los mentirosos. Están agotando el almacén donde se han ido acumulando tantas palabras que se hace tarea imposible encontrar nuevos recursos. Las últimas maniobras del presidente Torra han conseguido que los imaginativos inventos de las salidas de pata de banco estén caducando a una velocidad difícil de superar.
La pregunta del millón, por más vieja que sea, está omnipresente: cómo demonios conservan el poder. A ver a quién se le ocurre la mentira más redonda. Las fake news son armas de descerebrados para descerebrados. Nosotros necesitamos mentiras a la altura de nuestras ambiciones.