Tomás Cuesta, ABC 24/11/12
Pretender que los dirigentes nacionalistas den explicaciones razonadas, serenas y ajustadas al caso cuando son interpelados sobre su honorabilidad es uno de aquellos empeños abocados a la melancolía y la frustración. No sólo se camuflan detrás de la bandera para escurrir el bulto y llamarse andana sino que —por mucho que vociferen a degüello y disparaten a voleo, a tutiplén y a bocajarro— son incapaces de explicar cómo diantres pretenden conseguir divorciarse de España y que Europa les ceda el cuarto de invitados.
Sin embargo, la ausencia de relato, argumentos e hipótesis que superen el momento estelar del portazo enluce la capacidad de Convergència para mantener las apariencias mientras depende de las inyecciones económicas del Estado (de esa alimaña insaciable que les esquilma y les difama) para drenar un pudridero de facturas que son, en algunos casos, fruto de la desfachatez, de los delirios de grandeza o de una combinación de ambos ingredientes mezclados (o agitados) con impune descaro. Ni que decir tiene que el brebaje de marras, trasegado a gollete en el botellón mediático, alienta un trance hipnótico. Entre estupefaciente y estupidizante.
Es obvio que para ganar unas elecciones sin aclarar qué se hará el día después, cuándo y de qué manera será la prometida consulta independentista se requiere de una cierta complicidad de los medios de comunicación, cuyo guion previo se fundamenta en unos supuestos agravios financieros, lingüísticos e identitarios que justifican el que Artur Mas se maneje con la desenvoltura agria de un estafado por las preferentes, lo que no sería precisamente el caso.
Nadie, más allá de sus pocos rivales políticos, habida cuenta de que ERC y el resto de las formaciones que se balancean sobre el infundado apriorismo del expolio son marcas blancas de CiU, le ha exigido al candidato convergente la más mínima explicación sobre el trazado, la orografía y la distancia entre la Cataluña de los ochocientos mil desempleados y la virguería monegasca de las ensoñaciones independentistas. A falta de concreciones, el fondo de liquidez autonómico se dedica a hacer frente al día a día mientras Mas salta de mitin en mitin con un espectáculo que empieza como acaba: nada por aquí, nada por allá. ¿Nada que declarar? Ni por asomo. Nada.
Ante el riesgo de quedar por debajo de sus expectativas, con los mismos diputados que ahora tras la mayor movilización soberanista de la historia (fuera cual fuera el número de manifestantes), el consuelo de haber esquivado, entre otros, un debate tan prosaico como el de los presupuestos, una oportunidad única para constatar los desastrosos efectos de un modusoperandi caracterizado por el despilfarro de lo que no se tiene y la queja como actitud contable.
En esas condiciones, es obvio que al señor Mas le resulta más grato posar de sherpa indómito que de trepa vernáculo. Más grato, más rentable, más vistoso y más fácil. Si consiguiese hollar la cumbre, si todavía alienta al fin de la escalada, habrá cuadrado el círculo de las cuentas sombrías y los cuentos mesiánicos. En todo caso, el morbo está servido, el público expectante, los púgiles en guardia. Mañana a última hora sabremos con certeza si la tempestad se encrespa o si, por el contrario, amaina. De aquí a entonces, relájense y disfruten del pasmoso espectáculo del verdadero superclásico. Frente a un Cataluña-España en crudo y en directo, cualquier Barça-Madrid es un juego de párvulos.
Tomás Cuesta, ABC 24/11/12