El colegio valenciano

JUAN CARLOS GIRAUTA.ABC

  • Ahora que la Comunidad Valenciana goza al fin de un gobierno decente, es el momento de sanear a fondo muchas cosas; la educación para empezar

Si un colegio suspende a una niña por hacer su examen en español, es necesario actuar. Más allá de lo que logre la familia con sus recursos administrativos y judiciales, el asunto nos concierne a todos. Cuando la lengua española está prohibida en algún lugar de España, conllevando su uso consecuencias adversas (¡de manera oficial!), el problema trasciende al educando afectado y a su valiente familia: el problema es de todos, es social, es político, y es grave.

Tan grave como para que la Generalidad actúe pronto y con eficacia, de modo que abusos y discriminaciones tales no puedan volver a darse. Ese colegio autoritario, antiespañol, violador de derechos constitucionales, debe ser sancionado. Multa, desde luego; destitución de los responsables, desde luego. Quizá cierre, si es que la tendencia supremacista del centro no tiene remedio.

Ahora que la Comunidad Valenciana goza al fin de un gobierno decente, ahora que los reyes del nepotismo y los ocultadores de abusos sexuales a menores ya no tienen poder, es el momento de sanear a fondo muchas cosas; la educación para empezar. Toda respuesta de la Administración que no conlleve una sanción al colegio en cuestión será una renuncia y será una decepción. No basta con que se apruebe a la niña (que, por otra parte, ya se ha examinado en valenciano). Se trata de aprovechar la gran suerte valenciana –tener un gobierno exento de ‘wokismos’ y de hispanofobias– para corregir y enderezar. Las mencionadas sanciones van de suyo, pero también hay que garantizar que nadie pueda ser perjudicado, en ningún ámbito y bajo ningún concepto, por usar la lengua común de todos los españoles (y una veintena de países más).

En Cataluña no se ha podido enderezar nada, por eso se la ve tan torcida. La razón es evidente: los gobiernos convergentes trabajaban para ir eliminando todo lo español de Cataluña (y también de la Comunidad Valenciana, por cierto, vía subvenciones). Los gobiernos socialistas resultaron ser más nacionalistas que los convergentes. Bajo el maligno influjo de Rubert de Ventós, se inyectó el separatismo en el PSC, empezando por su amigo Pasqual Maragall. Luego la Convergencia de Artur Mas preparó un largo golpe de Estado bajo el nombre de procés, con las consecuencias conocidas. Un sucesor convertido en payaso fugado, y luego el actual: Aragonès, que, perteneciendo al tradicional partido de los separatistas, querría serlo más que los restos podridos de la de por sí podrida Convergencia, y no lo logra. Que Cataluña es insalvable en los próximos treinta años lo demuestra el hecho de que ERC sea el partido más moderado de la mitad dominante, la que siempre gobierna, la que pilla todos los negocios, la que impuso la diglosia, la que tiene a la otra mitad por no catalana. Pero para los valencianos sí hay solución, y la mejor manera de recordárselo a la gente es dar una buena lección al maldito colegio.