Ignacio Camacho-ABC
- En la política líquida sólo importa el espectáculo. La realidad es demasiado prosaica para construir un buen relato
Azaña la solía emprender contra los cafés de Madrid, origen simbólico de rumores, calumnias y conspiraciones que desestabilizaban gobiernos. Pero en su tiempo no había redes sociales y el trabajo de extender cotilleos y maledicencias llevaba un cierto tiempo. Ahora bastan minutos, segundos incluso, para desencadenar una campaña de alarma -por lo general falsa- o ejecutar un linchamiento al que se suman por puro reflejo decenas de dirigentes políticos y, ay, buena parte de los medios, autoobligados a pronunciarse sobre hechos que ni siquiera saben si son ciertos. Se atribuye a Bismarck, que también vivió sin cobertura, el adagio de que la mentira da la vuelta al mundo mientras la verdad se ata los cordones de los zapatos. La opinión pública posmoderna no espera, vive de lo inmediato, de novedades apremiantes, reacciones compulsivas y veredictos rápidos, y en ese ímpetu de urgencia impostergable ha encontrado el populismo el ambiente social más apto para usar armas de intoxicación masiva contra los adversarios. Una ficción, un mito o un bulo son ingredientes magnéticos con los que componer un relato de éxito asegurado. La realidad, tan llena de detalles prosaicos, cotiza a la baja en la civilización del espectáculo.
Sucede que a veces el oportunismo de vía estrecha choca contra el muro de las evidencias. Puede tratarse de un tarado que aparece tras una conjura de opereta, de un chico que se inventa una aparatosa denuncia para engañar a su pareja, quizá de una declaración grandilocuente o una promesa que no resiste el contraste con la más reciente hemeroteca. En esos casos, el manual de la política de luces cortas aconseja lanzar cortinas de humo tras las que esconder la vergüenza y no reconocer el resbalón de ninguna manera. Existe todo un catálogo de excusas, trucos, evasivas y subterfugios para que ningún agente público admita jamás que se ha caído del columpio. Y si el batacazo resulta demasiado obvio siempre le quedará el recurso de apelar al sectarismo de los suyos, que lo arroparán lanzando una descarga de insultos contra quien se atreva a señalar que el líder se ha quedado desnudo.
La política Twitter ha creado un espejismo de mayorías donde sólo hay bandadas de fanáticos estimulándose a sí mismos a base de consignas con las que fingen crear estados de opinión que sólo convencen a gente previamente convencida. La tragedia de esta época líquida consiste en que se gobierna o se hace oposición para esas jaurías sin un ápice de inteligencia crítica retroalimentadas por los aparatos de propaganda partidista. Y no hay nada, ni ideas, ni proyectos, ni soluciones detrás de esa maquinaria de agitación en jornada continua. Nada salvo ruido, demagogia, hostilidad civil, arengas vacías. Y de cuando en cuando algún fiasco, alguna pifia que destapa la impostura ventajista de ciertas figuritas que ya deberían tener la lección aprendida.