IGNACIO CAMACHO-ABC

  • El iliberalismo crece en Europa por el desdén de los partidos sistémicos hacia los perdedores en el cambio de modelo

Más allá de la polémica artificial sobre Milei y sus invectivas pendencieras, hay dos cuestiones bastante más serias en torno al presentido ascenso del populismo conservador en las próximas elecciones europeas. Una es la evidente complicidad tácita –y táctica– del Gobierno socialista español con la ultraderecha (si no les gusta el término pongan el que prefieran, que las palabras no van a cambiar su auténtica naturaleza), a la que so pretexto de combatir otorga máxima relevancia para achicar el espacio al moderantismo en una entente de mutua conveniencia. La otra, más importante, es la ligereza con que las fuerzas sistémicas despachan el malestar social contra la llamada Agenda 2030 que empuja a muchos ciudadanos de la Unión a apoyar propuestas extremas.

Hay numerosos sectores productivos que ven en ese programa, y en general en las políticas de transición digital, ecológica y energética, un peligro de empobrecimiento. Todo cambio de modelo conlleva perdedores, pero precisamente por eso hay que tratarlos con respeto y hacer lo posible por no descolgarlos sin más del proyecto. La tecnocracia comunitaria no realiza ningún esfuerzo por tranquilizar a agricultores, transportistas, pequeños comerciantes, ganaderos y demás colectivos que sienten su modo de vida en riesgo y se quejan con razón de que nadie en Bruselas cuenta con ellos. El resultado es que su voto se desplaza hacia quienes al menos dicen defenderlos, y ese proceso va a generar un Europarlamento con fuerte oposición a la tradicional mayoría de consenso.

No vale simplificar calificando a toda esa gente, muchos millones, de retrógrados, nostálgicos o fascistas. Son europeos de clase media o media-baja pauperizada con dificultades para ser oídos por unas élites dirigentes dogmáticas y reconcentradas en sí mismas. Y si se echan en brazos de demagogos y oportunistas es porque el populismo siempre se cuela por las rendijas que deja abiertas la soberbia política. Un labrador con un tractor diesel o un empleado que lleva doce años sin cambiar de coche no van a aceptar que les culpen de la evidente catástrofe del clima, ni un obrero de la industria petroquímica se va a resignar al cierre de su factoría. Sobre todo si además de no darles una explicación convincente tampoco se les ofrece alternativa.

Cuando en las urnas de junio caigan montones de votos radicales veremos rasgarse las vestiduras a muchos biempensantes. Que si el avance de la xenofobia, que si la introversión nacionalista, que si la amenaza neonazi, que si la crisis de los regímenes de libertades. Pero es difícil que esos cerebros tan brillantes entiendan el fondo del mensaje, que consiste en la necesidad de escuchar ciertas demandas legítimas antes de que sea tarde para frenar el auge de los movimientos iliberales. Y de paso en España no vendría mal que el sedicente Ejecutivo progresista dejase de darles aire.