IGNACIO CAMACHO-ABC
Incómoda ante el problema catalán, que activa sus complejos, la izquierda apela a la memoria histórica para abrirse hueco
Ala izquierda española le ha pasado factura el conflicto catalán –la unanimidad de las encuestas es irrebatible al respecto– porque siempre se ha movido ante el nacionalismo con cierto complejo. En el pulso independentista contra el Estado se ha quedado sin iniciativa y sin hueco; o no ha encontrado un discurso con el que abrirse paso, que es lo que le ha sucedido al PSOE, o simplemente se ha equivocado de bando en el caso de Podemos. El resultado es una patente incomodidad en la que sólo Susana Díaz, por tener liderazgo institucional, se desenvuelve sin contradicciones internas como ariete socialdemócrata contra el «proceso». Para salirse de tan desfavorable contexto, Sánchez e Iglesias han decidido apartar el problema de su agenda, como si eso fuera posible, y recuperar un discurso ideológico con su propio acento. Y ante la dificultad de hacer propuestas económicas solventes en pleno crecimiento, han apelado al comodín de la memoria histórica, el antifranquismo retroactivo que dice Leguina, en busca de un espacio donde pisar sin que ceda bajo sus pies el terreno.
El revisionismo de la Guerra Civil da pocos votos nuevos pero al menos mantiene a las huestes de izquierda movilizadas, genera un debate antipático para la derecha y en términos de opinión pública arma un ruido que siempre surte efecto. Por eso le gustaba tanto a Zapatero, autor intelectual de la política de tumbas removidas que el nuevo programa socialista propone reactivar a falta de mejores argumentos. Así que ahí andan las llamadas fuerzas de progreso dispuestas a seguir reinterpretando el pasado, sacar los restos de Franco de su mausoleo y culminar la victoria sobre la dictadura con una heroica depuración del callejero. Sólo que, purgado hasta Pemán, en el nomenclátor urbano apenas debe ya quedar algún erudito local de remotas veleidades falangistas o algún expedicionario de la División Azul con rango de cabo primero. A menos que, igual que Kichi le ha quitado el nombre de Ramón de Carranza al estadio de Cádiz, Carmena se atreva con don Santiago Bernabéu.
Esto es lo que el sedicente progresismo ofrece ante el futuro y sus retos. Un salto atrás de ochenta años y una especie de Plan E funerario que en vez de construir rotondas genere jornales trasladando muertos. Una reconstrucción sesgada de la Historia que trata de levantar una falsa legitimidad moral a base de identificar a la derecha moderna –como hace el separatismo catalán– con el franquismo y sus herederos. La liquidación del pacto de concordia de la Transición mediante el retorno a la España hemipléjica de Ortega, al relato cernudiano de los caínes sempiternos. Lo que queda de la izquierda que transformó España con un pujante y renovador proyecto no es más que una simbólica excavación retrospectiva en las tapias de los cementerios. Para venir de gente joven no podía tratarse de un modelo más añejo.