El Correo-JUAN CARLOS VILORIA
En las más complejas encrucijadas, cuando las posiciones se enrocan y todo parece llevar a un callejón sin salida, los avezados fontaneros del juego político siempre recurren al comodín del diálogo. Las partidas más difíciles parecen desatascarse con ese recurso tan elemental pero al tiempo tan utilitario. El nuevo presidente Sánchez, que ha demostrado una capacidad notable para surfear en el mar tormentoso de la política española, no podía prescindir de ese inestimable comodín en la complicada partida de póker en la que ha entrado desde que llegó a lomos de la moción de censura. ¿Problemas con los separatistas en Cataluña? ¿Oleadas migratorias que desbordan las fronteras? Dialoguemos. El diálogo da buena imagen. Predispone a favor.
Ofrece un rostro humano para la política descarnada. Si hacemos caso de las conclusiones del último sondeo del CIS a Pedro Sánchez, la oferta de diálogo le ha propulsado casi diez puntos hacia arriba en intención de voto y su imagen encabeza las simpatías de los españoles. Es el milagro del diálogo. Es la palabra mágica.
No hay por qué dudar del cocinero Tezanos, que guisó el plato demoscópico. Si sus expertos de opinión en la calle le pidieron encima de la mesa que el 29,9% de los votantes cogería la papeleta del PSOE y los adversarios de la derecha se peleaban empatados en un 20%, ¿qué iba a hacer? Bueno, igual quitar una décima a los suyos y dejarlo en el 29,9%, en lugar del 30%. Por el qué dirán.
Otra cosa será el balance final de este concurso de sonrisas. La imagen de una mesa con Meritxell Batet a un lado y Ernest Maragall al otro parecía anticipar algún tipo de salida al laberinto secesionista. O podía incluso servir de entrenamiento para el partido decisivo Sánchez-Torra. Lo cierto (y peligroso) es que dispara las expectativas y las ilusiones colectivas sobre una solución al problema. De momento parece que ambas partes están interesadas en ganar tiempo, y por eso el diálogo funciona como útil de apaciguamiento. Al Gobierno socialista le interesa consolidar sus alianzas en el arco de la izquierda y que sus socios respalden a sus 84 diputados frente a la otra disyuntiva: o diálogo o banquillo. Así que unos y otros alimentarán la ilusión de que hablando se entiende la gente.
A las huestes de Puigdemont les interesa llegar a las fechas en las que se abran los juicios orales de sus políticos presos en clave de estar por un lado en la mesa de diálogo, y por otro preparando una convocatoria de elecciones ‘republicanas’ coincidiendo con los juicios para tener movilizada a la opinión catalana. El problema del diálogo y de las consiguientes mesas generadas por el mismo es cuándo y quién se levanta primero. Quién lo rompe. Cómo lo rompe. Porque del diálogo, o se sale con un acuerdo o se sale peor de como se entró. Además, exige juego limpio y respetar las reglas del juego. No es admisible ofrecer con una mano el diálogo y con la otra embarrar el campo.