Ignacio Varela-El Confidencial
- El comodín del 36 posee innumerables propiedades terapéuticas. Sirve como toque de atención, batallón, llamada y tropa para la izquierda delicuescente. Como elemento aglutinador de la grey antifascista
Han repetido el truco hasta el hastío, pero siempre les funciona. Cuando la realidad se le tuerce, el Gobierno de Sánchez recurre al «comodín del 36» (feliz hallazgo conceptual de Nacho Torreblanca, versionado para esta ocasión por Carlos Herrera como “Francomodín”). Consiste en remover las brasas —nunca apagadas del todo— de la Guerra Civil y la dictadura y ponernos a todos a bailar en torno a la hoguera. Gracias a nuestro bienhechor Gobierno progresista, Franco será el dictador más veces resucitado de la historia.
Que esta vez lo hayan hecho en vísperas del 20-N no deja de ser una coincidencia macabra. La intención del nigromante no es conmemorar la fecha, sino despistar a los podencos que lo acosan. En este momento, los podencos son la crisis energética, la escalada de los precios, la quiebra de las previsiones de crecimiento, la deuda pública que nos aplasta, la crisis de consumo que podría arruinar la campaña de Navidad, la explosión de conflictividad social que asoma en el horizonte, el enésimo brote pandémico, la rebelión de las regiones… y, sobre todo, la guerra fría (cada vez menos fría) con sus socios y aliados, dispuestos a poner también por las nubes el precio de la segunda parte de la legislatura.
El comodín del 36 posee innumerables propiedades terapéuticas. Sirve como toque de atención, batallón, llamada y tropa para la izquierda delicuescente. Como elemento aglutinador de la grey antifascista (especialmente la que nunca padeció el fascismo). Como sortilegio para ahuyentar tentaciones setentayochistas. Como cebo infalible para que la derecha patria se agite y nos haga recordar a Fraga y sus siete magníficos. Sirve como aliviadero emocional de una realidad que se pone cada día más pescuecera: que, mientras el incendio de verdad avanza, el público atienda al castillo de fuegos artificiales. Y lo más importante: es gratis. Todos los demás recursos empleados para satisfacer a la clientela o retribuir a los socios cuestan una millonada. Bruselas no protestará por que cada cierto tiempo saquemos a pasear el espectro del dictador.
La prensa del día informa también de algunos temas menores: por ejemplo, que crecen las dificultades para habilitar una reforma laboral acordada y una del sistema de pensiones que sirvan para algo más que meter ruido en el sistema. Que la inflación está haciendo su trabajo, y ya aparecen los primeros conflictos derivados de la pérdida masiva del poder adquisitivo de los salarios; este invierno habrá zafarrancho de combate. Que Bruselas rechaza por “contraproducentes y peligrosas” las recetas españolas para controlar el mercado eléctrico. Que la deuda pública en septiembre alcanzó 1,43 billones (cada español debe ya más de 30.000 euros por ese concepto). Que el Banco Central Europeo, nuestro ángel custodio financiero, advierte de que la esperada recuperación se tambalea: “Posibles turbulencias en los meses venideros”, en el lenguaje de Fráncfort, es una alerta de emergencia. Que, pese a los desvelos de nuestros gobernantes, la subida del IPC está poniendo imposibles los alquileres. Que nos disponemos a aprobar unos presupuestos con una previsión de ingresos y gastos completamente fantasiosa. Por si algo faltaba, Europa entera se prepara para un nuevo repunte del virus.
Pero para llegar a todo eso hay que irse hasta muy avanzado el periódico. Las portadas y las páginas nobles de la información política están copadas por el gran acontecimiento de la semana: Sánchez alterará la Ley de Amnistía del 77 para hacer que, por fin, los gerifaltes del franquismo paguen por sus crímenes.
Escucho una insólita entrevista de Bolaños con Carlos Alsina en la que el nuevo ministro predilecto nos tranquiliza: no preocuparse, que aquí no pasa nada. Lo que el Gobierno realmente pretende es reivindicar y “poner en valor” la amnistía del 77 (como si estuviera en algún peligro distinto del que crean el propio Gobierno y sus compañeros de viaje). Además, la reforma no tendrá efecto práctico alguno ni servirá para nada útil. Primero, porque la ley penal no puede aplicarse retroactivamente. Segundo, porque casi todos los posibles afectados están criando malvas hace tiempo. (Eso sí, seguramente la harán por decreto-ley, ya que, obviamente, se trata de un caso de “extrema y urgente necesidad”, como manda la Constitución. Van más de 100 desde que Sánchez está en la Moncloa).
Es decir, explica Bolaños que se trata de una ley engañosa e inaplicable, marca de la casa. Gracias, ministro, por un momento nos habíamos sobresaltado pensando que iba en serio; menos mal que nos ha hecho el guiño. Que no, que esto es solo para que los de Esquerra puedan exhibir en ‘La Vanguardia’ su extraordinario poderío en Madrid, que hasta obligan a los socialistas a renegar de la Transición y que, a su lado, Pujol era un pipiolo negociando. Al parecer, Martín Villa puede estar tranquilo (mientras no se le ocurra viajar a Buenos Aires): Sánchez y Díaz no le van a empapelar por haber sido una pieza clave en la legalización del Partido Comunista cuando eso conllevaba jugarse el pellejo.
Por su parte, el secretario general del PCE añade que “España es el único país occidental donde la impunidad ha sido la tónica ante este tipo de crímenes”. La falsedad histórica es flagrante, porque la impunidad pactada fue la tónica tras la caída de la mayoría de las dictaduras europeas, empezando por los regímenes estalinistas del Este de Europa con la RDA a la cabeza.
Sostiene también Enrique Santiago —¡en la misma pieza oratoria!— que “la norma no tendrá efectos jurídicos concretos” y que “cualquier ministro franquista podrá ser juzgado”. Solo queda uno (Fernando Suárez) y tiene 88 años, admirable coraje el de este dirigente comunista. Si Carrillo levantara la cabeza, lo corría a gorrazos.
Me pregunto cuál será la siguiente cabriola antifascista cuando la situación de España lo requiera de nuevo: quizá derogar la Ley de Reforma Política de Adolfo Suárez y declarar ilegal aquel referéndum fraudulento.
Verdaderamente, esto de dedicarse a la lucha contra el franquismo desde un coche oficial y con 45 años de colchón es un chollo. Pero picamos, siempre picamos, así que enhorabuena por la astucia. Aunque digo yo que, en los ratos libres que les deje la tarea de ganar la Guerra Civil, podrían prestar alguna atención a los totalitarismos del siglo XXI.