FELIPE SAHAGÚN – EL MUNDO – 23/07/16
· Alemania había sufrido numerosos ataques terroristas, pero ninguno comparable a los que han sembrado el caos en París, Bruselas o Niza en el último año y medio. El de ayer nada tiene que ver con los 34 asesinatos que en los años 60 y 70 cometió el Ejército Rojo (Baader-Meinhof), un grupo de extrema izquierda, ni con la matanza de 11 atletas israelíes en los Juegos Olímpicos de 1972 por terroristas palestinos.
A la espera de la confirmación del número, de la identidad y de la motivación del asesino o asesinos (terrorista o terroristas) que eligió o eligieron Múnich ayer para golpear de nuevo a los europeos, la policía alemana reconocía «múltiples víctimas» y, a las 22.00 horas, que los sospechosos aún no habían sido detenidos. Razón por la que se ordenó el cierre inmediato del transporte público y se aconsejó a los ciudadanos que se quedaran en sus casas.
El objetivo (Olympia, uno de los principales centros comerciales de Alemania, con unas 150 tiendas), la ciudad (Múnich, una de las más tranquilas desde los Juegos Olímpicos de 1972, con millón y medio de habitantes), la hora y el día con más movimiento (las seis de la tarde de un viernes) parecen indicar una planificación cuidadosa. Anoche la policía descartaba la autoría del islamismo, dando crédito a testigos presenciales que habían escuchado a los terroristas proferir gritos contra los extranjeros.
Alemania y la ciudad de Múnich tienen medios suficientes para responder al terrorismo, pero la defensa de objetivos tan débiles o blandos como un festival al aire libre o un centro comercial es muy difícil o imposible sin una militarización de la sociedad y, aunque se esperaba desde hace tiempo en Alemania algún zarpazo como los de España, Reino Unido, Francia o Bélgica, ni la población ni los dirigentes alemanes estaban preparados.
Siempre en las listas de objetivos de Al Qaeda y del Estado Islámico y bajo la amenaza de las reacciones de una ultraderecha violenta, Alemania está acostumbrada a altos niveles de alerta, a la anulación de partidos de fútbol por amenazas y a redadas frecuentes de sospechosos, pero hasta ahora veía con reservas la emergencia declarada por el Gobierno francés desde finales de 2015 y la presencia masiva de soldados y policías, metralleta en mano, en calles, estaciones, aeropuertos u otros lugares públicos. Probablemente esta actitud cambiará pronto.
Algunos políticos y expertos en seguridad criticaron anoche las escasas medidas visibles de seguridad, a pesar de las matanzas en hoteles y centros comerciales de Nairobi, Bombay o Túnez, y a ataques tan recientes en casa como el del joven afgano de 17 años que el lunes hirió con un hacha y un cuchillo a cuatro personas en un tren en Würzburg, en la misma región bávara. En un vídeo que dejó grabado se declaraba seguidor del Estado Islámico, pero las autoridades alemanas no dieron crédito a dicha atribución.
A poco más de un año de elecciones generales, ataques o atentados como los de ayer y el del lunes –aunque de distinto signo ideológico– profundizarán la creciente brecha entre los alemanes y el millón largo de refugiados recibidos en el último año y medio en el país gracias a la política de apertura de Merkel.
«Tendremos que acostumbrarnos a medidas de seguridad más estrictas en grandes aglomeraciones como los festivales de Carnaval, los partidos de fútbol, los congresos eclesiásticos o el Oktoberfest (la fiesta de la cerveza más importante del mundo)», reconocía el ministro alemán del Interior, Thomas de Maiziére, en Der Spiegel pocas horas antes del atentado de ayer. «Serán decisiones de las autoridades locales», añadía. «Pienso en controles más serios en las entradas o en grandes barreras. En algunos casos esto provocará grandes colas en acontecimientos masivos, pero las medidas tendrán que ser apropiadas y proporcionadas. Me resisto a cambios fundamentales que reduzcan nuestra libertad, sobre todo en momentos de celebración».
Es un pulso entre libertad y seguridad de muy difícil solución, mientras no se resuelvan las causas ideológicas, militares, políticas, económicas y sociales que subyacen en estas nuevas formas de terrorismo. Algunos miembros del sindicato de la policía alemana han pedido desplegar militares sin uniforme en los trenes. Maiziére no lo ve claro: «Más de 40.000 trenes circulan cada día por Alemania, sin contar los tranvías». Habrá que esperar las reacciones de los partidos políticos, que podrían capitalizar el suceso de Múnich para desgastar al Gobierno y culparle por su incapacidad para garantizar la seguridad.
Felipe Sahagún es profesor de Relaciones Internacionales en la Universidad Complutense de Madrid y miembro del Consejo Editorial de EL MUNDO.