En realidad, esto que finalmente hoy ocurre y que apunta a ser una muy reflexionada decisión, ya que habla del cese definitivo del accionar armado, nació exactamente el 14 de noviembre de 2004.
Euskadi ta Askatasuna (ETA), la organización político militar que ayer anunció «un alto el fuego permanente, general y verificable internacionalmente», no es bizoña en estas lides de decretar treguas o suspensión de actividades armadas.
De hecho, siempre ha combinado el accionar armado con los intentos de generar un clima que facilitara acuerdos con el gobierno español. Buscó de esta forma lograr por vía pacífica el tan anhelado derecho de autodeterminación que permita a los vascos y vascas ser precisamente eso y no españoles y franceses como les impusieron quienes hace cientos de años se apropiaron de su tierra.
Antes que el actual, hubo otros tres «alto el fuego» y cuando en cada uno de ellos parecía que el objetivo de la negociación política daba resultados esperanzadores, las desavenencias entre las partes y algún que otro portazo dado por los representantes españoles, generaron ciclos de involución y dolor, cuyas consecuencias marcaron a fuego a varias generaciones.
Sin embargo, el comunicado dado en esta oportunidad es muy distinto a los anteriores. ETA sale a revalidar de esta forma, algo que venía manifestando en su práctica durante el último año. En ese período, la organización armada había suspendido por completo su accionar ofensivo. Ni un tiro ni una bomba, con la idea de posibilitar que las fuerzas políticas de la izquierda independentista (casi todas ellas ilegalizadas) hicieran su labor y abrieran la posibilidad de una salida democrática a un prolongado conflicto que ha dejado una secuela de muertos por ambos lados y una cifra abultada de presos y presas que llegan actualmente a los 750.
En realidad, esto que finalmente hoy ocurre y que apunta a ser una muy reflexionada decisión, ya que habla del cese definitivo del accionar armado, nació exactamente el 14 de noviembre de 2004. Ese día, unos 15.000 militantes independentistas vitorearon a su referente Arnaldo Otegi, en el Velódromo de Anoeta, en San Sebastíán, cuando éste anunció a los cuatro vientos, y encima de un escenario que lucía un más que simbólico pañuelo palestino: «La izquierda abertzale se presenta hoy aquí con una rama de olivo en la mano. Que nadie deje que se caiga al suelo». Ese discurso, que luego se conoció como la Declaración de Anoeta, insistía en que estaban abiertas todas la puertas para emprender una negociación a fin de solucionar el conflicto político y armado vasco.
Luego vinieron nuevos malos tiempos de enfrentamientos, represión y muerte, hasta que en marzo de 2006, se volvió a intentar lo que parecía imposible. Nueva tregua, con interlocutores internacionales de peso y muy duchos en estas lides, y las reiteradas acusaciones por ambas partes sobre quién precipitó la ruptura, aunque declaraciones de los intermediarios generaron la idea de que otra vez los delegados del PSOE, presionados por la derecha del PP, rehuyeron acordar nada con ETA.
De todos modos, los independentistas no se quedaron quietos y superando las trabas de la ilegalización de su partido Batasuna y de otras formaciones sociales y juveniles de su entorno, buscaron ganar aliados nacionales e internacionales. De este modo surgió la Declaración de Guernica, firmada por importantes referentes políticos, sindicales e intelectuales, en las que se pedía a ambas partes que «abandonaran las prácticas de violencia y buscaran un camino hacia una democracia» que incluyera los anhelos de autodeterminación del pueblo vasco.
Junto a ese llamamiento, se hizo otro de igual calado, en Bruselas, con la participación de cuatro premios Nóbel e importantes figuras de la política internacional y los derechos humanos.
Ahora, cuando la gran mayoría del pueblo vasco esperaba con ansiedad este comunicado dado por ETA, y a pocas horas de que las calles de Bilbao, fueran desbordadas por una multitud que superó las 65 mil personas, en solidaridad con los presos, el vicepresidente y portavoz más caracterizado del gobierno español, Alfredo Pérez Rubalcaba, ha insistido en manifestar que «no es la noticia que se esperaba» añadiendo que «lo único que deseamos de ETA es su fin definitivo».
A pesar de esta contudente negatividad, otras autoridades del PSOE prefirieron no cerrar todas las puertas y manifestaron que en estos momentos se imponen «la prudencia y la cautela».
Si bien el anuncio unilateral por parte de ETA es un paso adelante y responde a la expectativa que importantes sectores de la izquierda independentista venían planteando en debates pueblo por pueblo, no es menos cierto que el camino que falta recorrer será largo y complejo. De hecho, mientras una parte paralizó por completo su accionar bélico, el gobierno español siguió aplicando lo que se denomina «solución policial» y que se tradujo en múltiples detenciones de ciudadanos que si bien son independentistas nada tienen que ver con ETA.
El vocero de Batasuna, Arnaldo Otegi sigue en la cárcel y recientemente un fiscal ha pedido diez años de prisión para él y otros políticos, por expresar lo mismo que sostiene el llamamiento de Guernica.
Además, todo hace temer que desde Madrid no se termine legalizando a una nueva formación política independentista que se lanzará en los próximos días con la idea de participar en las elecciones municipales de mayo.
Los dirigentes de la izquierda nacionalista (entre los que además de Batasuna se suman Eusko Alkartasuna y otros agrupamientos menores) no se arredran y señalan que: «con el No español ya contábamos, ahora que las armas han callado, será nuestra presencia en la calle lo que impondrá la paz definitiva y el derecho de autodeterminación para nuestro pueblo». Parece una expresíón cargada de utopía, pensando en todo el sufrimiento que carga sobre sus espaldas esta Nación a la que no se le permite ser, pero si algo define a los vascos y vascas es su tosudez, su nobleza y sus ansias de ser libres.
Para algunos eso puede ser irrelevante, pero para quienes han nacido en este pueblo a ambos lados de los Pirineos es toda una señal de identidad, como su propia lengua.
Carlos Aznárez, La Capital ( Argentina), 10/1/2011