EL CORREO 31/12/13
MANUEL MONTERO
· Sortu se felicita de la iniciativa que nos han comunicado de los presos. Pues hubiese sido de agradecer que en su día les hubiese exigido aceptar la legalidad penitenciaria
Esta vez el colectivo de presos de ETA ha escogido bien el día. No sólo es fácil de recordar. Desde este punto de vista el comunicado del día de los Santos Inocentes tiene otras dos ventajas: la elección de una efemérides religiosa de calado trae un aire irlandés al ‘nuevo escenario’ vasco; y si se descubre que es otra pantomima siempre podrán decirnos que nos hubiésemos fijado en la fecha. De momento ya sabemos, por los próximos, que marca «un antes y un después», que es otra gesta «unilateral» y que a ver si los gobiernos español y francés se enteran y dan pasos hacia la paz.
Y es verdad que tiene interés el texto. A lamentar: el fárrago retórico con que nos llega, escrito en el paralenguaje que forma la jerga del gremio, apta sólo para creyentes. Ya que en el ambiente nadie va a exigir la disolución de ETA cabría pedirles que al menos cambien al escribidor. Que los próximos comunicados se puedan entender de corrido, sin posibilidad de interpretaciones variadas, que luego se prestan a discusiones bizantinas. Pero lo de llamar pan al pan y vino al vino no entra en los parámetros de la casa ni en los «nuevos tiempos», en los que sigue mandando la confusión de las lenguas.
Eso sí: la gesta retórica crea el espacio propicio para que los hermeneutas campen a sus anchas. Para que se deseche buena parte del «discurso» atribuyéndole la mera intención de consumo interno y para que se introduzcan lecturas al gusto del consumidor. La más llamativa: hay cierta unanimidad periodística y política en entender que esta vez los presos de ETA reconocen (por fin) el sufrimiento y el daño causado. Que «ETA reconoció el sufrimiento que ha infligido a las víctimas». ¿Lo hacen? En realidad no dice eso el texto. «Reconocemos con toda sinceridad el sufrimiento y daño multilateral generado como consecuencia del conflicto» no es lamentar la violencia que han ejercido ni mostrar algún arrepentimiento por los daños que han causado. Desplaza la responsabilidad del sufrimiento a un conflicto abstracto, del que ellos habrían sido meros intérpretes, dentro de unos «daños multilaterales», que no quiere decir que ellos hayan provocado daños en múltiples lados sino que llegaban por doquier, lo que en cierto sentido los exculparía.
No se trata de pedir peras al olmo –lo sería pedir que abandonasen de golpe las alucinaciones– ni de minusvalorar que esta gente reconozca alguna culpa en el sufrimiento y los daños, aunque lo hagan de forma tan rebuscada. Pero sí conviene no confundir los deseos con la realidad ni atribuirles rotundidades que no expresan ni siquiera indirectamente.
Dentro de la vorágine paranoica del documento, que muestra la dificultad que tiene esta gente para evolucionar, la gran novedad es la aceptación de la legislación penal y penitenciaria, de forma que los presos inicien vías individuales para su salida de la cárcel. Lo que no se entiende es la sugerencia de que han de ir en un «plan global», algo así como una negociación colectiva con la cual «podríamos aceptar que nuestro proceso de vuelta a casa –nuestra excarcelación y de manera prioritaria nuestro traslado a Euskal Herria– se efectuasen utilizando cauces legales». ¿El paso que han dado sigue siendo condicional? Hasta queda la impresión de que la historia podría consistir en buscar una nueva excusa para reclamar reciprocidades, como si aceptar la ley fuese una concesión que deba ser premiada.
Algo así parecen entender Bildu y compañía, que requieren del Gobierno respuestas al comunicado. No se entiende: si la esencia del comunicado consiste en que los presos deciden admitir la legalidad, y ésta funciona en un Estado de Derecho, sólo cabría esperar que inicien las peticiones individuales y el Gobierno aplique la ley. Para eso no hace falta posicionamientos políticos ni llamar a movilizaciones sociales.
Sortu se felicita de la iniciativa y de la brillantez de la reflexión que nos han comunicado de los presos, «aportación de primer nivel». Pues hubiese sido de agradecer que, como brazo político del movimiento, en su día les hubiese exigido públicamente que aceptasen la legalidad penitenciaria. Por sí mismo, una iniciativa de este tipo hubiese sido un paso adelante en la normalización democrática. Tal y como vienen las cosas, sin embargo, el papel de Sortu consiste en hacer de claque, de jalear las decisiones de ETA e inmediatos. No en tener propuestas propias, que suele ser lo característico de los partidos políticos y similares. Sus convicciones democráticas, si existen, están aún en un estado embrionario. Lo corroboran sus alabanzas de la «unilateralidad». Recalcan que ETA da pasos «unilaterales» y con ello sugieren que los demás quedamos en deuda. Lo cierto es que no hay otra: el grupo terrorista declaró unilateralmente la guerra a la democracia y no hay un lugar intermedio entre la democracia y la barbarie. De ahí que la bilateralidad (o multilateralidad) que exigen sea una patraña. Sólo puede calar en los foros organizados para escenificar las decisiones del terrorismo y su entorno, así como en «los agentes de Euskal Herria» a los que esta vez se confían las movilizaciones para apoyar las exigencias de los presos.
Esta vez, sin embargo, la «iniciativa histórica» no ha tenido las resonancias de otros tiempos y es algo de lo que hay que felicitarse. El bloque democrático no ha caído en la trampa y han recibido la misiva con un sano escepticismo, contra lo que sucediera muchas veces. Tanto asegurar «que viene el lobo» es lo que tiene.