Cristian Campos-El Español
Como en el meme de los dos perros, uno musculado y prieto como los tornillos de un puente colgante y el otro canijo, lloroso y contrahecho como un moderno de Malasaña, uno acaba echando de menos el comunismo original, el de la dictadura del proletariado, el genocidio de los desafectos y las purgas que acababan con el enemigo picando piedra en las minas siberianas de Krasnoyarsk y no dirigiendo el blog del partido.
Lean las noticias sobre Podemos que publicó EL ESPAÑOL ayer.
Iglesias le recuerda a Pedro Sánchez, el hombre al que todo español compraría un coche usado, que no se olvide de «lo firmado». A Iglesias sólo le faltó un «porfi».
Podemos pide que Felipe VI y Carmen Calvo comparezcan en el Congreso para dar explicaciones acerca de la salida de España de Juan Carlos I. Quien haya visto la versión de Disney de Alicia en el País de las Maravillas recordará al rey consorte de la Reina de Corazones suplicándole a su caprichosa e irascible doña «un juicio, uno pequeñito» para Alicia.
Luego lees El País y te topas en la sección de moda del diario con una oda al moño de Pablo Iglesias –»el peinado con el que nació la nueva masculinidad»– que no han tenido siquiera las narices de firmar con el nombre y el apellido del becario al cargo.
Si esto es comunismo, que venga Iósef Stalin y lo vea.
Podemos ha acabado convirtiéndose en la versión del comunismo imaginada por un profesor adjunto de universidad pública cuya mayor preocupación en esta vida es que no deje de fluir el salario público con el que paga la hipoteca de su chalet con piscina de Galapagar custodiado por cuatro docenas de guardias civiles que le protegen de las temibles banderas de España de sus vecinos.
Es dudoso, de hecho, que Podemos haya sido alguna vez otra cosa.
Podemos compite además con Vox por ser la formación política menos votada por las mujeres. No hace falta ser un lince para adivinar que eso no se debe tanto a su histrionismo ideológico, al machismo del líder morado o al sórdido sistema de promoción y castigo de las mujeres del partido establecido por este como, precisamente, a la imagen que eso transmite de Podemos.
Es decir, la de una formación que es poco más que el vehículo del ego de un macho beta de la política cuya única fuerza proviene del protagonismo que quiera cederle el PSOE o cualquiera de sus televisiones y medios de prensa afines. Cuando ese grifo se cierre –y se cerrará en cuanto a Sánchez le convenga, quizá más pronto que tarde– Podemos desaparecerá del escenario político español.
Observen las noticias que ha publicado durante los últimos días EL ESPAÑOL sobre Pedro Sánchez.
Sánchez modifica unilateralmente en el BOE el pacto firmado con los alcaldes cuando se apropió de todos sus ahorros municipales e incrementa el plazo de devolución de estos de 10 a 17 años.
Sánchez renuncia a subir impuestos, como había pactado con su socio de coalición, para allanar el acuerdo con Ciudadanos, un partido anatema para Iglesias y sus socios nacionalistas.
Las cláusulas que Sánchez no cumplirá del pacto europeo firmado hace apenas unos días: movilidad laboral y caos normativo.
El poder es, lisa y llanamente, la capacidad de romper pactos de forma unilateral e impunemente. El análisis es fácil. Si debes suplicar el cumplimiento de un pacto, no eres poderoso: eres un activo coyuntural del verdaderamente poderoso. Que en este caso es Sánchez, alguien que en apenas dos años de presidencia ha roto pactos con la ciudadanía, con sus socios, con la oposición, con la UE e incluso consigo mismo.
Podemos es el perro blandengue del meme, al comunismo lo que Valtònyc al hip hop.