EL MUNDO 08/08/15 – ARCADI ESPADA
· Querido J: El ministro señor Catalá hizo el jueves unas flamantes declaraciones a la agencia Europa Press que han tenido un gran eco tercerista. Por primera vez un miembro del Gobierno Rajoy se avenía a reformar la Constitución para que fijara un nuevo reparto de competencias. Aquí tienes la transcripción del fragmento, formulado en interrogante retórico, que es esencialmente la retórica del tercerismo: «¿El Estado autonómico, podría mejorarse su definición y transcurridos 37 años definir mejor cuáles son las competencias del Estado, cuáles son las competencias de las comunidades autónomas, aprovechar esta experiencia de 37 años para ver cómo se mej… refuerzan los mecanismos de coordinación y de cooperación? Yo creo que es posible».
El título VIII de la Constitución es un bello ejemplo de la aplicación a fenómenos culturales de las técnicas de la selección natural. Es sabido que una de las grandes pruebas de la inexistencia de dios es la manera absurda y hasta caótica con que están diseñados los órganos de los seres vivos, sin eximir, por supuesto, los más íntimos. Gary Marcus se pregunta, por ejemplo, por qué los tiernamente llamados conductos deferentes van de atrás hacia adelante, se enroscan y se permiten un garbeo de 180 grados en su camino seminal de los testículos a la próstata. La respuesta es Kluge, el título de su libro sobre la azarosa construcción del hombre. Kluge, apaño. Dios, siguiendo a Marcus, habría conectado directamente el pene a los testículos con un buen tubo ancho y corto.
Como no son monarquías de origen divino, impecablemente diseñadas, los artefactos políticos de las democracias responden a veces al principio del apaño; y entre ellos está la Constitución que organizó la salida de España del guerracivilismo. El título VIII sí fija competencias autonómicas y del Estado, pero es verdad que con tantas posibilidades y matices ulteriores que su precisión responde, exactamente, a la de un título. Del mismo modo que la selección natural implica la necesidad de un acuerdo entre el organismo y el medio, ese título de la Constitución necesitaba de la especial lealtad de los actores. No la ha tenido, porque día a día el nacionalismo ha ido traicionando el acuerdo.
Es absolutamente conmovedor que la respuesta del Gobierno del ministro señor Catalá a la deslealtad institucional sea la de ofrecer un blindaje de las competencias autonómicas, que ése es el único sentido que puede tener una reforma constitucional nacida de la presión y de los intereses nacionalistas. En cuanto al blindaje en sí mismo es conceptualmente llamativo que sus patrocinadores lo defiendan al tiempo que, para justificar la reforma, aluden al carácter dinámico, provisional de las constituciones. La Constitución ha de reformarse para que no pueda nunca más reformarse. La pregunta retórica del ministro señor Catalá permite hacerle a su vez otra más directa: ¿En nombre de quién habla? Sus declaraciones se produjeron el jueves, un día después de que el Cis publicara su barómetro mensual. Ya conoces mi poca fe en la estadística recreativa. Pero no es de mi fe de la que se trata sino de la interesada fe de los políticos respecto a la estadística. El sondeo planteaba una interesante cuestión respecto del Estado de la autonomías. El 68,5% de los ciudadanos se mostraban partidarios de no aumentar en modo alguno las competencias. (El 18,2% quería un Estado sin autonomías, un 12,1% un Estado en el que las comunidades tuvieran menor autonomía, y un 38,2% un Estado como el vigente). Por el contrario, solo el 14,6% quería aumentar las competencias y el 9,7% permitir la secesión.
Es necesario saber que las propuestas ministeriales van en la línea, como máximo, de lo que desea el 24,3% de los ciudadanos. Eso contando con que el 9,7% independentista esté dispuesto a examinar la propuesta con algo más que desdén. La escasez de apoyo sociológico no deslegitima la propuesta del ministro señor Catalá. Los políticos pueden ir a favor y en contra del pueblo, y en los dos casos pueden tener razón. Hay que anotar también el carácter veleidoso de los consensos populares y la facilidad con que pueden manipularse: lo prueba la operación de ingeniería social organizada por el nacionalismo. Pero, aun contando con todo eso, debe subrayarse que la reforma del Estado no interesa a una abrumadora mayoría de ciudadanos.
En las propuestas del ministro señor Catalá yo observo un extraño e inquietante populismo sin pueblo. Mira lo que escribió Baggini hace unos días en el Huffington: «El reto del mainstream para contrarrestar a los populistas es inmenso. La tentación es jugar a su juego, tratando de superar su oferta con simplificaciones y promesas poco realistas. Esa es una manera segura de perder. La única estrategia sostenible es reconstruir la confianza ladrillo a ladrillo, demostrando la seriedad y la integridad de que carecen los populistas. El problema es que, por el momento, esa seriedad e integridad es justo de lo que carece una generación política esclava de la gestión de la imagen».
Ni la seriedad ni la integridad caracterizan las propuestas secesionistas. Pero el ministro de Justicia, que el 9-N ya empezó a mostrar su carácter, ni siquiera de oficio parece decidido a contrarrestarlas con la trabajosa seriedad de la ley. Tal vez argumente que, como nosotros, defiende el apaño darwinista. No debería olvidar que el apaño solo pretende garantizar la supervivencia del sujeto y jamás abocarlo a su destrucción.
Sigue con salud
EL MUNDO 08/08/15 – ARCADI ESPADA