ABC 17/09/13
El comisario dice que no recibió «una orden política» de dar un chivatazo, «ni la hubiera aceptado»
Lo que se vivió ayer en la Audiencia Nacional no tiene precedentes: un confidente de ETA, uno de los más eficaces de cuantos han tenido las Fuerzas de Seguridad, declaró en el juicio que se sigue contra su controlador, en este caso el exjefe superior de Policía del País Vasco, Enrique Pamiés, para ratificar la versión de los hechos del agente. Sucedió en el caso Faisán, donde la Sala deberá valorar si son más fiables los testimonios –que hasta ahora exculpan a los dos agentes procesados, el propio Pamiés y el hoy inspector jefe José María Ballesteros–, o las deducciones a las que el equipo investigador llegó a través del análisis del tráfico de llamadas los días anteriores y posteriores al 4 de mayo de 2006, cuando una operación contra el aparato de extorsión de la banda se fue al traste por un chivatazo.
En Bayona
«El Romano», como se conoce al confidente, fue el primer testigo en declarar después de que los dos policías hubieran dado su versión de los hechos. En medio de una gran tensión, y protegido en todo momento por una mampara, explicó que conocía al comisario —«Don Carlos», para él—, desde hacía 18 años, cuando decidió convertirse en su colaborador. Confirmó además que el 4 de mayo de 2006 había quedado con el policía «al mediodía, cerca de la estación de Bayona», para comunicarle algunos datos de la banda. «Normalmente el contacto era telefónico, pero a veces también personal, a la hora de la comida». Se acuerda además de que la cita estaba prevista precisamente ese día porque iba a ser el 3 de mayo, «pero la atrasamos porque era su aniversario».
La declaración era importante, porque el exjefe superior de Policía del País Vasco siempre ha sostenido que si ese día el otro procesado, su compañero José María Ballesteros, estaba en la zona de Irún –y entró en el bar Faisán–, no fue ni mucho menos para dar el chivatazo al dueño del local, Joseba Elosúa, sino porque él le envió allí para que le dijera si había un despliegue policial a ambos lados de la frontera de Behobia. En ese caso, como sucedió, tenía que abortar la cita, porque de haber sido detectado el encuentro por agentes galos le hubiera sido difícil explicar lo que estaba pasando. Hay que precisar que en esa fecha el confidente tenía pendiente una orden de detención dictada por España, que a día de hoy ya no está en vigor, lo que le ha permitido declarar en la vista oral.
«El Romano» relató asimismo que Pamiés no se presentó a la cita del 4 de mayo –«no era habitual que eso sucediera», precisó–, y que él se retiró de la zona hasta un lugar seguro. Al día siguiente, tal como tenían pactado, el etarra llamó al policía desde una cabina telefónica para preguntar qué había pasado. Finalmente se vieron tres o cuatro días más tarde en el lugar convenido. Al ser preguntado si no llevaba móvil para ponerse en contacto con el comisario desde un principio, destacó que «nunca llevo móvil» en esas circunstancias, «por razones de seguridad». Y añadió que lo recogió posteriormente del lugar seguro en el que lo había dejado.
El confidente insistió en que en esas fechas aún «trabajaba para la organización», y cuando el fiscal Carlos Bautista quiso conocer los detalles de cómo cobraba el dinero que le daba el exjefe superior, más concretamente de si era a través de una oficina de envío de dinero, le respondió con un elocuente «en la clandestinidad las cosas son más complicadas que eso».
Antes del confidente, Enrique Pamiés había respondido a las preguntas del fiscal –no así a las del resto de las acusaciones– y de su defensa. El policía, que tiene una de las hojas de servicio más brillantes de las Fuerzas de Seguridad en la lucha contra ETA, mantuvo que él solo se enteró de que iba a haber esa operación contra el Faisán la tarde-noche anterior, 3 de mayo, y porque así se lo dijo el comisario provincial de San Sebastián, que le pidió que movilizara a las UIP. Admitió asimismo que hizo llamadas para averiguar de qué iba la operación, ya que no le parecía de recibo que no hubiese sido informado de ella a pesar de ser el máximo responsable policial en el País Vasco. Comunicó con el jefe de la Brigada que trabaja en Francia, con el comisario de Información de San Sebastián y con una inspectora jefe de esa comisaría de su máxima confianza. No habló con el comisario general de Información porque habían roto antes toda relación.
«En pie de guerra»
A su compañero de Francia le preguntó además si la Policía de ese país iba a estar ese día «en pie de guerra» para ver si era posible la cita con el confidente, lo que este agente no sabía porque no participaba en la investigación, y al jefe de Información de San Sebastián que le contase de qué iba la operación. También habló largo y tendido la noche del 3 de mayo con el director de la Policía, Víctor García Hidalgo, primero para quejarse de la falta de información y luego para contarle que al día siguiente tenía una cita con el confidente y para qué.
Además, el comisario, que demostró conocer el sumario al dedillo y tuvo explicación para cada llamada, negó que recibiera una orden política para dar el chivatazo: «Nunca la hubiera aceptado». «En mi vida he hablado por teléfono con el señor Elosúa», remachó.
Por su parte, el inspector jefe Ballesteros admitió que estuvo el día la hora del chivatazo en el bar Faisán, pero negó que le diera el teléfono a Joseba Elosúa. «Elegí esa zona porque se controlaban los dos lados de la frontera, y se me había ordenado que informara de si había un despliegue policial allí», afirmó.