José Antonio Zarzalejos-El Confidencial
- Si en la Moncloa leyeran a los estoicos y a Solón, quizás entenderían que la sobriedad, el estilo, el sentido de la medida y de la proporción rentan más que la sobreexposición, el efectismo y la prepotencia
A veces lo que abunda, daña. Y como decía el sabio griego Solón, «todo con medida, nada con exceso». Pedro Sánchez se ha introducido en una doble dinámica: la de mantener hasta el hartazgo su presencia en los medios de comunicación y la de reiterar ‘ad nauseam’ un discurso conspirativo. Con un lenguaje —por ejemplo, «conjurados», «rebeldes», referido a los vocales del Consejo General del Poder Judicial que discrepan de la reforma de su ley orgánica que les obligaba a nombrar magistrados al Constitucional antes del 13 de este mes— que ya comienza a tomar carta de naturaleza en determinados ámbitos mediáticos.
El presidente del Gobierno conoce que sus posibilidades de futuro están, por el momento, electoralmente mermadas. Y se ha lanzado a batirse con las encuestas para movilizar a una ciudadanía que se muestra esquiva ante las políticas gubernamentales. Los creativos —sean quienes sean— se han sacado de la manga eso del «Gobierno de la gente», que se referiría a las «clases medias y trabajadoras» cuya delimitación conceptual es muy vacua. Se está tratando de enfrentar a ese eventual electorado de izquierda con «poderes», con «intereses» y con «propósitos» que conspirarían contra el bien general y, en particular, contra el bienestar de las clases medias y trabajadoras.
En la diana presidencial —y de los ministros— están las empresas de los sectores estratégicos —banca y finanzas— y las patronales. Una lista enunciativa a la que se añade la denominada y no definida «derecha mediática», obviando que, de existir, también habría una «izquierda mediática» que tan fervorosamente apoya al presidente y a su coalición de Gobierno.
El discurso de Sánchez acusa tanto deterioro como el que registran sus expectativas electorales en las encuestas. En parte, por el mantra populista que pronuncia en cualquier ocasión y momento; en parte, por la agresividad un tanto elemental de sus argumentaciones. Los datos son concluyentes: la entrevista del pasado martes en TVE representó un escuálido 5,9% de cuota de audiencia, que venía de una muy superior: el 9,6%. Le superaron con amplitud Antena 3 TV, Telecinco y La Sexta. El presidente está estragando y si a eso se une que desconoce sus propias limitaciones, se entiende —aunque es injustificable e ilegal— que además quiera ser el protagonista de la miniserie televisiva que le ha trajinado la Moncloa desde la secretaría de Estado de comunicación.
En la intención de voto, el director del CIS volvió el jueves a esperanzar a Sánchez dándole una ligera ventaja sobre el PP
El CIS, Tezanos, lanzó el miércoles pasado una encuesta ‘flash’ según la cual el presidente habría ganado el debate del Senado frente a Feijóo (29% frente al 24%), lo que supone un magnífico resultado para el popular viniendo del sondeo del sesgado sociólogo, que reportó también que para un 26% de los consultados no ganó ni el uno ni el otro. En la intención de voto, el director del CIS volvió el jueves a esperanzar a Sánchez dándole una ligera ventaja sobre el PP.
Si así son las cosas, no le trae cuenta a Sánchez mostrarse como un ‘jabalí’ parlamentario, porque es impropio de su magistratura y causa rechazo la embestida a un político como el presidente del PP que no se caracteriza por frecuentar el lenguaje del improperio o la descalificación, en la que sí ha caído el socialista.
Nada le sale a derechas al presidente porque con su actitud es imposible que prosperen sus iniciativas. Y las que salen, no se ejecutan
Sánchez se ha esquinado ideológicamente en una izquierda que de socialdemócrata no tiene ni el más mínimo aroma. Renuncia a una cierta transversalidad —que ha sido siempre donde ha encontrado el éxito tanto el PSOE como el PP— y mantiene sus relaciones amistosas con Bildu, ERC y otros grupos radicales que componen el yo orteguiano del socialismo de Pedro Sánchez. El problema no ha sido el PSOE, el problema está siendo su circunstancia histórica que Alfredo Pérez Rubalcaba metaforizó con tanto acierto: la fórmula Frankenstein.
Nada le sale a derechas al presidente porque con su actitud es imposible que prosperen sus iniciativas. Y las que formalmente salen adelante, no se ejecutan: la prestación mínima vital no llega a sus destinatarios; los bonos a los jóvenes no se libran y los fondos Next Generation de la UE renquean en su adjudicación efectiva. La inflación sigue subiendo, continúan las peleas —más o menos ruidosas— con sus socios de coalición y hasta el mismísimo Consejo General del Poder Judicial —por prorrogado que esté y con el viento en contra— le aguanta el pulso.
Sánchez debería moderar su hiperactividad mediática y afinar su discurso
Con este discurso, con esta actitud, con estas alianzas, Pedro Sánchez y el PSOE, en tanto se mantenga el contexto internacional actual (crisis energética, inflación, fuerte emergencia de los populismos extremos de derecha, falta de banquillo para las próximas autonómicas y municipales), no van a ninguna parte, o más exactamente, se dirigen en rumbo de colisión contra una mayoría social que se ha indigestado de las palabras y promesas de un presiente que el año pasado abrió el curso rodeado por los complacientes gestores del IBEX, y este, con la «gente» en Moncloa echando pestes del auditorio empresarial de 2021.
No por apelar a ocultismos que tratan de inocular teorías conspirativas —plutócratas con puros que se complotan en los restaurantes de postín del Madrid más rancio— la estrategia de Sánchez va a prosperar. Tenderá más bien a empeorar. Cierto que él es el activo del PSOE, pero también su más pesado lastre. Bien entrado el curso, ya puede decirse que la ciaboga que Sánchez inició en el debate sobre el estado de la nación no mejora su navegación política, sino todo lo contrario.
Si en la Moncloa leyeran a los estoicos, tan de moda, y se acercasen a Solón, quizás entenderían que la sobriedad, el estilo, el sentido de la medida y de la proporción rentan más que la sobreexposición, los discursos efectistas y las actitudes prepotentes. Sánchez debería moderar su hiperactividad mediática y afinar su discurso.