IGNACIO CAMACHO-ABC

  • Una cosa es gobernar y otra estar en el Gobierno. Y Sánchez está dispuesto a atrincherarse incluso sin Presupuestos

En una célebre secuencia de ‘Pulp Fiction’, el personaje del Señor Lobo (Harvey Keitel) pronunciaba una sentencia tan irreproducible como inolvidable sobre las euforias prematuras. Algo así, esperemos que menos procaz, se oye estos días en algunas voces sensatas del PP al respecto de la victoria en Galicia. El alivio es comprensible, sobre todo después de que la campaña se enredase en dudas autoinducidas, pero ni la legislatura va a colapsar de inmediato ni Sánchez está derrotado todavía. Si algo hemos aprendido en los últimos años es la intensa volatilidad de la política, la facilidad con que cambian los escenarios, la rapidez con que la vida pública encumbra o derriba a sus protagonistas.

Lo que sí han revelado, o confirmado, las elecciones gallegas es que el Partido Popular es ahora mismo la fuerza institucional más sólida de España. Por poder territorial, por implantación, por expectativas potenciales, por fortaleza orgánica. Y que el PSOE marcha en dirección contraria porque la apuesta de su líder por el frente con los nacionalistas ha debilitado gravemente la consistencia de la marca con una renuncia explícita a su vocación mayoritaria. Sin embargo, es pronto para aventurar un fin de ciclo o dar la etapa sanchista por liquidada. Existen grietas visibles y serios problemas de cohesión en su entramado de alianzas pero la maquinaria de poder y la hegemonía comunicativa de la izquierda están intactas.

Suele decir Felipe González que una cosa es gobernar y otra estar en el Gobierno. Lo segundo es el verdadero objetivo del presidente, en la práctica su único proyecto. La gobernanza se le va a atascar, se le ha atascado ya de hecho, pero la correlación de equilibrios parlamentarios le permite resistir atrincherado en la Moncloa aunque Puigdemont no le apruebe el Presupuesto. Más aún, incluso con la ley de amnistía en el alero durante un cierto tiempo. No todo el del mundo, como dijo ayer en el Congreso, pero suficiente para que a la derecha se le enfríe el entusiasmo de su flamante éxito. La alternativa de poder aún requiere de bastante paciencia, mucho esfuerzo y sobre todo una dosis potente de pensamiento estratégico.

Pese a ello resulta ridículo el intento de minimizar el desastre que llevan a cabo los portavoces gubernamentales. El batacazo ha sido de primer grado y no hay manera razonable de esquivar, diluir o derivar responsabilidades. Es cierto que el jefe del Ejecutivo ya ha salido vivo de varias derrotas parciales; lo que sucede es que en ésta resulta imposible señalar otro culpable porque ha sido su idea de esconderse tras el nacionalismo la causante esencial de la catástrofe. Y por mucho margen de aguante que le quede, el mito de su infalibilidad táctica queda sometido a severo desgaste. Ahora su destino está más en manos de los separatistas que antes y como mínimo le van a cobrar más cara la factura del chantaje.