IGNACIO CAMACHO-ABC
- La clave de la hegemonía es el dominio de una semántica política capaz de convertir a un sedicioso en constitucionalista
En medio de la tensión y la incertidumbre de estos días airados, el pensamiento positivo es capaz de encontrar una rendija de optimismo al ver a los enemigos de la Constitución, los feroces detractores del régimen del 78, los profetas que rodearon el Congreso clamando por un nuevo orden político, convertidos en entusiastas adalides del sistema representativo. Los hijos insurgentes del 15-M, los promotores del ‘procés’, los aguerridos gudaris de Bildu y demás abanderados del rupturismo han caído de repente de su caballo paulino deslumbrados por el resplandor de un descubrimiento teologal tardío. Da gusto ver la convicción de su apostolado constitucionalista, la hondura de su compromiso cívico, la energía de su fe catecumenal en los principios que querían abolir como inservibles reliquias de un tiempo vencido. Sólo el espíritu idealista de la Navidad podía obrar semejante prodigio.
Lástima que, como todos los neófitos, no se hayan terminado de aprender bien y a fondo el significado de algunos aspectos de su nuevo evangelio. Por ejemplo, el Título Noveno, el que habla del Tribunal Constitucional, su composición, sus funciones y su reglamento. Así han dado en esa actitud tan propia de los conversos que consiste en acusar de pecadores –léase golpistas– al resto para que quede claro que los auténticos creyentes son ellos, no esos rancios jurisconsultos que aplican la ley con hipocresía de escribas y fariseos. Éste es el problema de las mutaciones apresuradas de ideologías o credos, que acaban replicando los mismos defectos de los dogmas viejos. Todo recién profeso necesita demostrar la intensidad de su convencimiento. Y una vez que se apropia de la doctrina, la lleva hasta el último extremo. Si es menester, al de negar a los jueces la legitimidad para interpretar el Derecho.
Hay que reconocer que la idea de que el Tribunal Constitucional atenta contra la Constitución es todo un hallazgo. Requiere audacia, desparpajo, un soporte argumental temerario y una confianza sobredimensionada en el poder de persuasión que proporciona un obediente aparato mediático. La misma, más o menos, que para despenalizar a plumazos un levantamiento multitudinario contra el Estado. Esta clase de ingeniería intelectual, basada en la formulación de conclusiones ficticias a partir de la inversión de las premisas, forma parte de la técnica populista bautizada como ‘realidades alternativas’, denominación posmoderna de las mentiras de toda la vida. La capacidad de construir una semántica política es el factor determinante de la hegemonía. A partir de ahí, como le explicó Humpty Dumpty a Alicia, las palabras significan lo que haga falta que signifiquen en cada circunstancia precisa, de modo que un jurista pase a ser un conspirador y un convicto de sedición se transforme sin más trámite en intachable constitucionalista. Simple cuestión de perspectiva.