JOSÉ ANTONIO SENTÍS es director general de EL IMPARCIAL, 09/05/2013
· Hay payasos que se hacen políticos, como el italiano Beppe Grillo. Hay políticos que se hacen payasos, como Artur Mas. Y cuando digo payaso, no me refiero a la alta función circense de alegrar (o emocionar), sino a la de hacer el ridículo, que es el lugar psicológico que debe evitar cualquier político, como ayer me recordaban que decía Tarradellas.
Artur Mas ha quedado “sorprendido” por la declaración suspensiva del Tribunal Constitucional sobre la declaración soberanista del Parlamento Catalán. Sorprende que le sorprenda, porque lo único sorpresivo de la tal declaración, basada en el artículo 161.2 de la Constitución, es que haya aplazado la decisión de inconstitucionalidad cinco meses, en vez de declararla ahora mismo. Es decir, que el TC ha dejado a Mas en el limbo, un poco antes de mandarlo al infierno.
¿O se piensa Mas que la Constitución Española admite en algún resquicio que Cataluña sea un sujeto político soberano, cuando el propio artículo segundo de la Constitución afirma que ésta “se fundamenta en la indisoluble unidad de la Nación Española, Patria común e indivisible de todos los españoles”?
Si Mas se sorprende de que España quiera seguir siendo España, pues es muy libre. Pero empieza a aparecer ante propios y extraños como un personaje de frenopático que se ha dado en creer Napoleón, que es un clásico de las locuras simpáticas.
Hablando con empresarios catalanes, lo que más preocupa del fenómeno Mas es que lo que dice (sobre la independencia, sobre la opresión española) se lo cree. Esto es terrible. Porque, si al menos Mas utilizara el independentismo como estrategia, o incluso táctica, para conseguir un resultado a corto o a largo plazo, pues sería entendible. El problema de Mas es que no tiene un discurso público y otro privado, sino que sostiene lo mismo. Luego su aparente estupidez política no es más que reflejo de su verdadera estolidez privada.
Es cierto que Mas se apoya en un contexto económico y social extraordinariamente cuidadoso, sea por costumbre en Cataluña (entre empresas, medios de comunicación y sectores de la sociedad civil), sea por temor o sea por sentimentalidad. Pero eso no le debe llevar a engaño. Lo que alimenta a Mas no es una sociedad, un poble. Lo que le sostiene es una pequeña tribu política y un enorme respeto ciudadano por sus instituciones, a las que no quieren molestar porque queda feo. Aunque decidan, como Mas, estrellarse.
Mas empieza a aparecer como el pobre chico al que no se puede abandonar porque es de los nuestros, pero que no hace más que meter la pata. Y lo saben los suyos de Convergencia; lo temen los suyos de Unió; lo saben los banqueros, los empresarios; lo intuyen en los pueblos y ciudades y sólo sacan provecho los vecinos de Esquerra, que no dudarían ni un solo minuto en crucificar a Mas cuando les dejara de ser útil.
Si Mas se sorprende por la declaración suspensiva del TC, ¿cuánto habrá de sorprenderse cuando le tumben su quimera independentista? Porque, puestos a ser mártir, lo mínimo es hacerlo con dignidad, y no perplejo ante la evidencia. Pues queda bastante mal que le pase a Mas lo que al dirigente del PSC, Pere Navarro, que también se quedó sorprendido y escandalizado al descubrir que había acudido a una convocatoria independentista, cuando era evidente que a eso se le había convocado con el famoso “derecho a decidir”. Que hay que ser memo para no saber que la consulta de marras no es más que un subterfugio para la tribu soberanista.
Hay cada vez más gente sorprendida en Cataluña. Mas y Navarro no son los únicos. Mucha gente alucinada por asistir a un conflicto institucional gratuito, pésimo para Cataluña y horrible para el conjunto de España. Muchos asombrados de que Mas sea independentista por la mañana, bajo la apelación al maltrato económico de España, mientras pide dinero por la tarde, reducción de los objetivos de déficit, fondo de liquidez autonómica y, en general, solidaridad nacional española ante los problemas catalanes.
Por fortuna, la insensatez de Mas no ha afectado a Rajoy, que ha dicho que apoyará a Cataluña aunque no le guste su Gobierno. Es, efectivamente, lo que debe hacer, porque Cataluña es una parte fundamental de España, e igual que Cataluña ha aportado mucha solidaridad a España durante muchos años, también debe recibirla tanto tiempo cuanto haga falta.
Y también Cataluña tiene derecho a una justa distribución de recursos en el Consejo Autonómico de Política Financiera y Fiscal. Tiene derechos, como todos, porque es parte de un todo.
Mas se ha creído que Cataluña alguna vez fue Estado. Allá él. Pero me temo mucho que esto nunca ha sido cierto. Y otra cosa es que algunos lo ambicionen, porque todo el mundo tiene derecho a querer un banderín en su coche oficial. Pero una cosa es querer algo, como que te toque la lotería, y otra cosa es manipular el bombo. Y, aquí, el bombo de la ley y de la Constitución es el que es, aunque el TC tarde en decirlo. Tardanza que ya no sé si es por costumbre, por demostrar cuidado en los procedimientos, o para que Mas y compañía se cuezan en su propio jugo.
Pero Mas no debe temer al Constitucional, ni al Estado, ni a Rajoy. Lo que le debe preocupar es que si hay una cosa que moleste a los catalanes (entre los que en parte me incluyo) es hacer el ridículo. Y en eso está demostrando una vocación indómita.
JOSÉ ANTONIO SENTÍS es director general de EL IMPARCIAL, 09/05/2013