- Salvo voces no alineadas con la cúpula, las reacciones de los populares se dividen entre los que se muestran muy contentos con los resultados (vaya usted a saber por qué) y los que se muestran menos contentos al no haber podido borrar a Vox del Parlamento vasco
Finalizada la farsa vasca, persisten algunas incógnitas: ¿por qué han diseñado y ejecutado una campaña suavecita los populares? Sus siglas tienen allí una historia heroica. ¿Por qué creen que deben maquillarse? Y, sobre todo, ¿qué celebraban exactamente la noche del domingo? De los socialistas uno no espera nada a estas alturas de la traición. En una sociedad normal, todos los partidos con víctimas del terrorismo, con víctimas que lo fueron y que lo son por haber pertenecido a esos partidos, habrían dedicado la campaña a señalar a Bildu. Habrían puesto todos sus esfuerzos en recordar el pasado terrorista del jefe de Bildu y del de su esqueleto, Sortu. De este modo, traerían al recuerdo de los unos lo que jamás debieron olvidar, y al conocimiento de los otros, los jóvenes, la información desnuda que se les ha hurtado.
El partido bajo cuyas siglas –por cuyas siglas– fueron asesinados Enrique Casas, Fernando Buesa o Fernando Múgica, entre otros, solo produce traición, olvido e infamia. Pero, ¿por qué el partido de Miguel Ángel Blanco, mártir y emblema de una sociedad que dijo basta, opta allí también por «la gestión» y la economía? Salvo voces no alineadas con la cúpula, las reacciones de los populares se dividen entre los que se muestran muy contentos con los resultados (vaya usted a saber por qué) y los que se muestran menos contentos al no haber podido borrar a Vox del Parlamento vasco. Una inmensa mayoría vota separatismo y tú te has centrado en que a Vox no se le oiga.
Es una pérdida de orientación moral, la única que en el País Vasco debe presidir la acción de un partido que aspire a regenerar España. Sin restablecimiento de la verdad no hay regeneración posible. El deterioro viene de atrás. No he visto defensa más apasionada y convencida del privilegio fiscal que la protagonizada por los populares en el Congreso de los Diputados hace siete años. Estas sobreactuaciones, que acaban por persuadir al propio actor al punto de emocionarse, son señal de un daño acaso irreparable. Hay modos y modos de gestionar un voto positivo que no gusta a tus electores: recordar que es constitucional, eludir la opacidad e injusticia con que se calcula el cupo vasco, despachar el asunto con terminología asépticamente técnica (aprovechando el valor supremo que el PP otorga a «la gestión» y a la economía). Pero no, el caso es que el representante popular, vasco por más señas, se emocionó genuinamente. Eso es lo que me descorazonó. Cuando diez minutos después de su intervención nos encontramos en la barra de la cafetería del hemiciclo, empezó a esbozar ante mí una especie de justificación. Es un hombre inteligente: se excusaba por el calor añadido a su intervención, no lo había preparado así. Intenté no mirarle a los ojos para no incomodarle y cambié de tema. Lo suyo era solo un síntoma. La dejación de responsabilidades no se extiende de manera planificada, sino por la facilidad de contagio con el entorno personal.