ABC-IGNACIO CAMACHO
De las dos formas de autodestrucción que Rivera tiene delante, pactar con Sánchez o no hacerlo, la segunda es más digna
LA crisis que le ha creado el sanchismo a Ciudadanos, a través de una pinza política y mediática tan bien diseñada que hasta la han aceptado algunos de sus referentes fundacionales, deja a Rivera ante una alternativa muy desagradable: suicidarse apoyando a Sánchez o mantener su rechazo… y suicidarse. No es susto o muerte, sino muerte o muerte. Perder o perder. La primera fórmula de autodestrucción es más rápida: la segunda, más digna, porque al menos le permite mantener por una vez su palabra. Pero ambas conducen a Cs a una tesitura ingrata, la de abandonar cualquier aspiración de liderazgo para regresar a su primitiva categoría de actor secundario, justo la que daba por superada para iniciar una nueva y más ambiciosa etapa. Una elección anula directamente el proyecto de sustituir el papel dinástico del PP; la otra lastra su crecimiento al detraerle el apoyo del ala socialdemócrata. Y cualquiera de las dos tritura la posibilidad de convertirse en un contenedor liberal de gran espectro, que es o era el plan estratégico de un Rivera entre cuyos brillantes méritos no se halla el de conciliar la realidad con sus expectativas y deseos.
Por supuesto que el pacto con el PSOE para armar un Gobierno moderado es una idea razonable y sensata. Sólo que, en primer lugar, Sánchez no lo ha propuesto, limitándose a pedir una humillante abstención que le abra paso sin condiciones. Y en segundo término, la política española hace tiempo que perdió cualquier atisbo de racionalidad y de sensatez, en buena medida por culpa del propio Sánchez, de sus trampas, de sus trucos fulleros, de su oportunismo tan audaz como falto de escrúpulos. Por eso, ante un dirigente que considera una virtud la continua disponibilidad para desdecirse a sí mismo, el simple sostenimiento de la palabra dada constituye un acto de nobleza. Cierto que la coherencia no ha sido el rasgo distintivo de Rivera, pero precisamente por eso no cabe reprocharle que alguna vez empiece a atenerse a ella.
En política, la palabra es la base de un contrato social que los agentes públicos suscriben con los ciudadanos a través de sus promesas y programas. Y el marco de las últimas elecciones, diseñado por los propios candidatos, fue el de un enfrentamiento entre el bloque de la moción de censura, liderado por Sánchez, y el de una derecha tripartita comprometida a desalojarlo del poder. El presidente se ofreció como campeón progresista y Rivera como dique de contención de su cesarismo intrigante y maniobrero. La alianza de Cs con los socialistas, por pragmática y juiciosa que sea, supondría la ruptura a posteriori de ese contrato presentado a refrendo en las urnas. Y dejaría un reguero de decepciones, acaso tan inevitable –dada la naturaleza heterogénea y contradictoria del partido– como la opción contraria, pero más honesta. Los fracasos siempre son más llevaderos cuanto más honorables.