Antonio Rivera-El Correo
- Mazón, un año después de su desaparición en el instante más crítico, se pide reflexionar acerca de su futuro, cuando todo el mundo ya lo ha sentenciado
Cómo puede explicarse que no dimita un político al que todo el mundo da por amortizado? Carlos Mazón, un año después de su desaparición en el instante más crítico de su ya larga trayectoria política -la tarde noche de la dana-, se pide reflexionar acerca de su futuro, cuando todo el mundo ya lo ha sentenciado. Cuando se dice todo el mundo es casi del todo exacto: su electorado y, sobre todo, la trama mediática conservadora hace meses que lo han situado como impedimento serio para que el Partido Popular siga al frente de la Comunidad Valenciana. Y, sin embargo, no se mueve.
El contumaz se agarra a lo voluble de la realidad. Afectada por una conmoción constante, a una crisis o una mala noticia sigue otra que hace olvidar la original. Resistir es vencer, ha aprendido de otros. Si aguantas al pronto, la gente deja de tenértelo tan en cuenta. Si logras enmendar parte del daño -la llamada ‘reconstrucción’- todo se olvida, pero no es su caso (acaba de despedir al general elegido para ello). Si otros temas dejan atrás tu cuita, también, pero tampoco es el caso: cada día que pasa su ausencia de entonces se hace más zafia, más insostenible.
Entonces, ¿por qué? Primero por contumacia, condición del contumaz. Mazón se ha atrincherado con su propia clientela directa, la élite conservadora valenciana que se fotografió con él la mañana del funeral de Estado. Suele ser la imagen previa a la debacle; luego todos se borrarán de ella. El president se ha enfrentado a su propio partido sacando pecho regional y, de momento, su partido nacional no se ve con fuerzas para forzarle a dimitir. Mal trance para Feijóo. La extrema derecha engorda a su cuenta en Valencia y por eso Vox lo sostiene para favorecerse del lento desangre. Por su parte, esas censuras por lo bajinis -«tendrá que responder todas las preguntas»- debilitan extraordinariamente al líder nacional, que tiene en su segundo (Tellado) el sostén más sólido del cuestionado. Una contradicción en las alturas.
Segundo, la política valenciana es endiablada, más parecida a la siciliana que a la continental. La resurrección provisional del expresident Francisco Camps lo expresa muy bien, quizás de manera pintoresca, pero no irrelevante. Más serio es el problema de la sucesión forzada, tema que se arrastra durante todo el año. Una sustitución por parte de la alcaldesa de la capital lo habría simplificado, pero parece que el enroque no es tan sencillo en el marco de una política regional tan sibilina. Curiosa situación: el problema para un movimiento de enroque -cambiar la posición de las piezas para salvar la principal- permite enrocarse a nuestro personaje.
Tercero y último: esperan que resuelva el tiempo. Cuando la agencia humana se hace tan compleja, mejor confiar en los hados. Quizás la declaración de la comensal le dé la estocada definitiva, o quizás sea su decisión tras reflexionar estos días; otra vez lo dudo. En todo caso, Feijóo vuelve a mostrarse, no como el estereotipo de gallego -no se sabe si sube o baja-, sino como alguien incapaz de cortar por lo sano cuando todo el mundo está viendo lo mismo. Y por ahí le va mal.