Iñaki Ezkerra-El Correo
- Un curro de esa índole pide un chiringuito para colocar a los parientes y amigos
La idea es de Yolanda Díaz y Ernest Urtasun: prohibirles a nuestros cineastas los rodajes de escenas sexuales que no cuenten con la figura del coordinador de intimidad. Dicho personaje, que aparece convenientemente perfilado en el real decreto elaborado por los ministerios de Trabajo y Cultura, tendrá la indispensable misión -según Díaz- de «proteger los límites y el consentimiento», es decir, de rondar los coitos simulados de los platós e inmiscuirse entre los cuerpos sumidos en plena acción cinematográfica para que nadie se pase un pelo. El coordinador de intimidad vendrá a ser una especie de metete fisiológico, de intruso copulatorio, de espía intergenital o mediador político-erótico que ha de velar por que la frotación no derive en confrontación o que ha de abstenerse de intervenir cuando la coyunda simulada se convierta en real y en deseada por las dos partes.
Yo es que creo que quien se enfrente a esa delicada tarea ha de contar con una preparación profesional mínima que le permita distinguir los gritos fingidos de los auténticos que, como se sabe, suelen mezclarse en esos lúbricos trances particularmente confusos. Creo, en fin, que a coordinador de intimidad no se puede meter cualquiera. Para algo así no vale un aficionado. Un curro de esa índole reclama un doctorado universitario, un máster, una cátedra. Y reclama un Ministerio de Coordinación de la Intimidad, esto es, la creación de un nuevo chiringuito que sirva para colocar a los parientes, amigos y follamigos que aún no han pillado cacho.
En realidad el coordinador de intimidad es un invento que tiene ya algunos años y que cobró un fuerte impulso en la América del Me Too y de los efectos del caso Weinstein. No es una creación original de Yolanda Díaz y Ernest Urtasun. Otra cosa es que se trata de una de esas ocurrencias que a esos dos les ponen los dientes largos y que solo responden a una sobreactuación populista de la salvaguarda de los derechos laborales de un sector que en principio ya cuenta o debería contar con unas garantías mínimas en su trabajo. Si los sindicatos de actores funcionan como deben, no es necesaria esa impostura garantista. Para eso están el Screen Actors Guild estadounidense, que tiene 120.000 afiliados, o la Unión de Actores y Actrices, que cuenta en España con 2.630 miembros.
Los sindicatos, sí. Dejando a un lado la sexualidad, que obsesiona a este Gobierno más que a los curas de mi niñez, estamos hablando de una cuestión que ha sido siempre problemática como es la del arte y su regulación laboral. Sobre ella hizo Fellini una polémica película, ‘Ensayo de orquesta’, en la que las huelgas sindicales de los músicos acababan con los nervios de un exigente director alemán al que acusaban de autoritario y tiránico.