EL MUNDO 14/11/16 – CAYETANA ÁLVAREZ DE TOLEDO
· Un enjambre de trajes oscuros y gafas de pasta en una sala congestionada por el tabaco y la expectación. Torcuato Fernández Miranda se dispone a informar a procuradores y periodistas de la fórmula ideada por el Gobierno para sortear las maniobras dilatorias del búnker. Se hace el silencio. El presidente de las Cortes, gomina predemocrática, inteligencia glacial, dice:
– Alguno de los señores procuradores que ha tenido la amabilidad de dirigirse a mí por escrito afirmaba, no sé si con un concepto positivo o más bien de crítica, que en el fondo de este procedimiento de urgencia había una decisión política.
Hace una pausa seca:
– Evidentemente, sí.
Eleva el tono:
– El procedimiento de urgencia solamente se justifica si se parte del concepto de que las Cortes quieren la reforma, están dispuestas a colaborar con el Gobierno en la reforma […].
Los inmovilistas protestan. Torcuato remata:
– Esos síes y noes pueden expresar estados emocionales contenidos, pero no son argumentos.
Seis meses más tarde, contra las vísceras, las bombas y una huelga general, las Cortes franquistas aprobaron la Ley para la Reforma Política y devolvieron a los españoles su soberanía y su libertad. Fue el 18 de noviembre de 1976. Esta semana hará 40 años.
La lectura del debate parlamentario que culminó en el haraquiri de la dictadura es imprescindible para comprender de dónde venimos y lo que hoy nos jugamos. No sólo en España. Ahí está la prueba de que la Transición no fue una estafa continuista ni la democracia un destino inevitable.
Blas Piñar, populista, histrión:
– ¡Prefiero un periodo constituyente, abierto, con todas sus consecuencias, que esta máscara estúpida de la reforma democrática!
José María Fernández de la Vega, nostálgico, indignado:
– El proyecto significa la ruptura frontal y absoluta. […] Todo estaba atado y bien atado. Atado con nudo insalvable para esa misérrima oposición que, con su resentimiento a cuestas, ha recorrido durante 40 años las cancillerías europeas denunciando los pecados de la paz y el progreso de España. Alimentando los viejos y eternos prejuicios antiespañoles con la sucia leña de la tiranía de Franco.
Y ahí está también la prueba de que la única emoción compatible con la democracia es la que emana de la razón y se somete a sus límites.
Fernando Suárez, ponente de la Ley, sublime orador:
–No vamos a intentar disimular con piruetas de última hora nuestras ejecutorias en el régimen. Pero hemos pensado siempre que los orígenes dramáticos del actual Estado estaban abocados a alumbrar una situación definitiva de concordia nacional. En la que no vuelvan a dividirnos las interpretaciones del pasado y en la que no sea posible que un español llame misérrima oposición a quienes no piensan como él. […] Porque habremos sido capaces de rebajar el concepto de enemigo irreconciliable al más civilizado y cristiano concepto de adversario político pacífico. Que tiene una visión del futuro tan digna de consideración, por lo menos, que la nuestra. Y el irrenunciable derecho de proponerla a los demás y de trabajar por su consecución, sin que ello deba producir nuevos desgarramientos y nuevos traumas, porque se ha garantizado de manera permanente la posibilidad de acceso pacífico al poder.
Culmina el debate. Adolfo Suárez, en su escaño azul, cierra los ojos y echa lentamente la cabeza hacia atrás. Su gesto de emoción contenida simboliza el momento de máxima racionalidad de la política española. Y es profundamente conmovedor. La reforma se impuso al búnker pero también al adanismo y la ruptura. Y España dio una lección al mundo que hoy el mundo y España parecen haber olvidado. Entonces unos pocos hombres buenos dominaron los instintos propios y ajenos para restaurar la democracia. Ahora una generación de histéricos pretende embridar la democracia para restaurar el instinto.
El nuevo populismo plantea una pregunta que creíamos contestada: ¿qué es la democracia? Y sentencia con letal ligereza: es la voluntad del pueblo, incluso contra las leyes, las instituciones y los jueces. Estados Unidos ha pasado de la ultracorrección política al culto ultra a la incorrección. Ya tiene su primer presidente iconoclasta, un hombre que ha hecho de las vísceras el motor de su campaña. En Gran Bretaña, ocho siglos y un año después de Magna Carta, tres jueces son agredidos por recordar lo obvio: que el Gobierno está sometido a las leyes, que el aval directo del pueblo no sustituye el aval constitucional del Parlamento, que no hay democracia sin reglas. La prensa los ridiculiza; los llama europeístas (!); señala y proclama, oh, que uno es gay. Y cuando la sensatez reacciona, el Gobierno –del partido de Churchill y Thatcher– defiende a la jauría y recurre a la Corte Suprema.
Luego esta foto de Trump y Farage: la cruda paradoja de que las dos naciones que hace un siglo salvaron a Europa de la fuerza devastadora de la irracionalidad sean hoy las que la lideran. España va detrás. Aquí, podémicos y separatistas invocan a la «gente» para plantear una nueva ruptura. Enarbolan la democracia directa contra la democracia representativa. Atacan a la justicia. Ayer otra vez. Asaltan el Congreso desde la tribuna y la barrera. Y, en un movimiento de trileros, impugnan el primer derecho político de la «gente», su soberanía. En esto se revelan como lo que son: el nuevo búnker. La Ley para la Reforma Política no decretó la democracia. Devolvió a los españoles, a todos ellos, su derecho a decidir. Puigdemont, Otegi, Iglesias, Colau… representan una regresión, no ya respecto de la Constitución de 1978, sino del último franquismo. Son la más feroz reacción.
La amenaza de una involución trasnacional empieza a provocar reacciones curiosas, quizá decisivas. Las constituciones y los parlamentos ya no se invocan frente a los impulsos del poder sino del pueblo. Ante la victoria de Trump, se cita a Adams, Jefferson y Madison; se apela a la responsabilidad de congresistas, senadores y jueces; y se recuerda que el We, the people ya está sometido a los checks and balances. Frente al Brexit, se acude a una sabia tradición constitucional, a la Revolución Gloriosa de 1688 y a Lord Sumption, magistrado del Supremo, conocido como the brain of Britain, el hombre más inteligente de un país que cultivaba la inteligencia.
Y en España… Bueno, en España seguimos pensando que la prioridad de la legislatura no es aplicar la Constitución, sino reformarla. No es reivindicar la Transición, sino hacer una nueva, más acorde con los sentimientos de nuestros rupturistas. «De la olla hirviente del corazón vivo pueden surgir nieblas que turben la cabeza. Por eso hay que tener embridado el corazón, sujeto y en su sitio». 40 años después, Torcuato imparte de nuevo la lección no aprendida.
EL MUNDO 14/11/16 – CAYETANA ÁLVAREZ DE TOLEDO