Ignacio Camacho-ABC

  • Si falla la oportunidad de paz, Netanyahu tendrá el pretexto perfecto para proseguir su plan de desplazamiento étnico

Si Trump logra sacar adelante el plan de Gaza merecerá el Nobel de la Paz que le dieron a título preventivo a Obama. Aunque lo tenga que compartir con Netanyahu y unos encapuchados de Hamás, que ya hay precedentes de conspicuos terroristas y criminales de guerra –Arafat, Begin, etc.– recogiendo en Oslo su medalla; a Churchill le dieron el de literatura porque el bombardeo gratuito de Dresde, con la guerra casi ganada, sonaba demasiado a revancha para encajarlo en los principios de la doctrina pacifista kantiana. Pero más allá del desenlace de la negociación, que ya no depende sólo de la Casa Blanca, la verdadera importancia del asunto es que el presidente parece haber retomado la vocación de Estados Unidos como potencia planetaria comprometida con la defensa global de la democracia. Un volantazo al delirante nacionalismo unilateralista del movimiento MAGA, giro que podría y debería confirmarse con una salida efectiva –y justa– para la guerra de Ucrania.

La respuesta depende ahora de Hamás, organización terrorista reconocida como interlocutor necesario pese a no ser un ejército ni mucho menos la representante de un Estado. El planteamiento puede ser moralmente cuestionable pero resulta adecuado en términos pragmáticos, y así lo han entendido también los países árabes cercanos y esa Autoridad Palestina necesitada de un espaldarazo internacional a su maltrecho liderazgo. Incluso en el supuesto de un final más o menos aceptable quedarán pendientes las responsabilidades del primer ministro israelí que ha confundido el derecho a la represalia con la vía libre a un holocausto. Pero eso es cosa del Tribunal de la Haya, si se da el caso de que pueda echarle mano; cuando se trata de poner de acuerdo a dos bandos no conviene que sus respectivos jefes se sientan amenazados. Eso sí, acaben como acaben estos tratos, la solución del problema de fondo seguirá siendo un desiderátum abstracto.

Porque es uno de esos conflictos cuya recurrente aparición en los recovecos de la historia los vuelve eternos, y porque ambos antagonistas, imbuidos de odio recíproco, tienen razones y sinrazones pero ninguno es unívocamente malo ni bueno; por mucho que lo repita Sánchez, en ese enfrentamiento a muerte –en sentido literal– no existe un lado correcto. Y no queda más remedio que ir encontrando paliativos, analgésicos y antipiréticos que bajen la fiebre destructiva y mitiguen el sufrimiento. El cese de la matanza y de la hambruna es uno de ellos. Si sale mal, el Gobierno judío tendrá coartada para proseguir su hoja de ruta inicial, la del desplazamiento étnico de todo un pueblo. Será difícil volver a armar un consenso de americanos, chinos, rusos, musulmanes y europeos dispuestos a darle una oportunidad a la paz, como cantaba John Lennon. Aunque sea por poco tiempo y sobren motivos para mostrarse escépticos sobre su viabilidad, su alcance y sus efectos.