EL MUNDO 02/12/13
SANTIAGO GONZÁLEZ
El último caído de UGT por el momento, Francisco Fernández Sevilla, vino a decir que el mejor escribano echa un borrón y que el único problema es el error de haber cargado una partida en la columna equivocada: «Si en vez de meterla (se refiere a la factura de una comida en la Feria) en un programa de negociación colectiva, la metemos en actividad sindical, no habría ningún problema».
Es un diálogo improbable en otro lugar que no sea el patio de Monipodio. El error no está en la confusión del dinero público con el privado sino la franqueza con la que el secretario de la federación andaluza de UGT se dirige a los suyos para lamentar la falta de rigor en el lenguaje con que se redactan las anotaciones contables. ‘Manca finezza’, podría haber dicho citando a Andreotti, que en materia de enjuagues sabía un huevo. Mención especial merecen un profesor de la Olavide y Carmen Gª Jurado, dos sindicalistas fuera de ambiente: hay cosas que no son errores. Ni en negociación ni en actividad. Las gastos del sindicato con sus medios.
Esa es la cuestión. A Sevilla le ha tocado pagar por facturas anteriores, pero es una dimisión preventiva, antes de que el incendio llegue arriba, que llegará. Cándido Méndez, el hombre con quien Sevilla hablaba «más que con mi mujer», ha sido un sindicalista raro. Quiero decir que los sindicalistas siempre han sido algo exagerados, como cuando llaman ‘crimen de la patronal’ a un accidente de trabajo. Ahí estuvo insuperable el sindicalista Elorrieta, que calificó de ‘accidente’ al asesinato de dos ertzainas afiliados a ELA por el terrorista Mikel Otegi.
Otra es la de valorar negativamente las cifras del paro, sean cuales fueren. Aquí la excepción fue Cándido Méndez, callado y más callado mientras caían, una tras otra, treinta encuestas de población activa, más que el trimestre anterior, pero menos que el próximo, y el número de parados crecía desde los 2,2 millones hasta los cuatro.
Su mansedumbre pastueña le granjeó el título honorario de cuarto vicepresidente de la era Zapatero. El joven Portero supo valorarlo adecuadamente: «El silencio sindical es símbolo de buena crianza. No es de buena educación hablar con la boca llena». Y tuvieron la boca llena, gracias a la proverbial generosidad con que la Junta de Andalucía se hacía cargo. UGT es desde hace algún tiempo una metáfora alimenticia en la que cuesta reconocer las trazas de la austeridad como norma de comportamiento de los sindicalistas de antaño.
Incluso cuando se llega al meollo de la corrupción es difícil escapar de la metáfora alimenticia. Incluso los ERE que tantas y tan jugosas comisiones han proporcionado, un posible cauce de la financiación ilegal, la madre del factótum Juan Lanzas lo explicaba en términos de grande bouffe: «Mi hijo tiene billetes p’asar una vaca». Lástima de mariscadas para los coroneles, de los bocatas de los piquetes informativos en la huelga general y de los maletines falsificados por unos trabajadores que serían felices con un salario mínimo con el que cualquier sindicalista de Méndez se consideraría esclavo.