Ignacio Camacho-ABC

  • Aunque buena parte del voto fugado del PP a Vox sea irrecuperable, hay una diferencia moral entre confrontar o resignarse

Después del fiasco de Extremadura –fiasco, sí, porque aunque el socialismo haya sufrido una severa debacle lo cierto es que Guardiola adelantó elecciones para emanciparse de Vox y sólo ha conseguido hacerlo más fuerte y más grande– el PP ya habrá entendido que de un modo u otro va a necesitar a la formación de Abascal para desalojar a Sánchez. Y ante esa evidencia puede hacer dos cosas: confrontar o resignarse. Es posible que el resultado sea el mismo en ambos casos porque una buena parte del voto fugado es ya irrecuperable, pero existe una diferencia moral importante entre rendirse con o sin combate. La misma que discurre entre plantarse o ceder ante un chantaje. Si los populares están dispuestos a alcanzar el poder al precio de renunciar a sus principios liberales sería conveniente que lo dijesen cuanto antes. O al menos que expliquen al electorado cuántos de sus compromisos son firmes y cuáles consideran negociables o eventualmente retráctiles.

Impera en la derecha sociológica la extendida convicción de que Vox es una especie de PP más bizarro, menos contemplativo, más ‘cafetero’. A partir de esa premisa, a todas luces falsa como demuestran los hechos, muchos ciudadanos escarmentados del marianismo piensan que como de todos modos los dos partidos se verán obligados a pactar cabe darse el gustazo de votar al más enérgico para que el otro no blandee en tablas cuando llegue al Gobierno. Sucede que aunque tal vez eso fuera así hace algún tiempo, ahora se trata de dos fuerzas casi incompatibles, dos proyectos opuestos en su concepto de la sociedad, de la convivencia o de la política, con un espacio de encuentro muy estrecho. La distancia que media entre ellos es la que va del diálogo a la imposición, del moderantismo al autoritarismo, de la aceptación de las convenciones institucionales a su impugnación, del consenso al enfrentamiento. De derribar el muro sanchista a levantar uno simétrico.

Feijóo y su equipo están dejando correr la idea de la convergencia natural por indecisión estratégica. Saben tan bien como cualquiera que gobernar con Vox no sólo sería un dolor de muelas sino una condena a la inestabilidad que le daría a Sánchez la oportunidad de postularse de vuelta. Pero no se atreven a explicarlo a sus votantes, ni a delimitar fronteras por no cerrarse ninguna puerta. Al contrario, muestran debilidad al acercarse al marco programático del rival asumiendo, rebajadas de tono, algunas de sus propuestas y estimulando de manera indirecta el paradigma vindicativo de un sanchismo de derechas. Así sólo logran que sus expectativas mengüen y las de Abascal crezcan; en este momento quizá deberían preocuparse más de defender sus actuales 137 escaños que de aproximarse a los 150. Es lo que ocurre cuando el modelo propio se desperfila por ambigüedad, por miedo, por falta de determinación, por error táctico… o por simple incompetencia.