Antonio Casado-El Confidencial
- Solo la clase política ha echado gasolina a la hoguera tras los machetazos de un psicópata
Sabíamos que el apresurado curso de los acontecimientos de la vida pública zarandea las previsiones de un día para otro, pero nunca pudimos imaginar que un okupa, un individuo marginal y solitario que cambió de la noche a la mañana la sudadera por la chilaba, las fantasías de la droga por las de la religión («la cuna del hombre la mecen con cuentos», decía León Felipe) pondría a prueba las hechuras de Núñez Feijóo como aspirante a la Presidencia del Gobierno.
El clima preelectoral lo embarra todo y añade una sobredosis de frivolidad a la ya muy banalizada política española. Me parece un exceso endosar el crimen de Algeciras a la malignidad intrínseca del Islam, como ha hecho Feijóo. Pero no más excesivo que convertir el desdichado comentario del líder del PP en elemento de convicción de su proximidad a la ultraderecha, como han hecho sus adversarios.
En Moncloa y aledaños tardaron un minuto en vincular aquellas palabras a un dictado de Vox. Vale, él tuvo la culpa por haber regalado a sus adversarios la oportunidad de ponerse estupendos en contra del fanatismo y en defensa de la tolerancia (Pedro Sánchez, ayer en Las Palmas). Sin embargo, todo hay que decirlo, sus objetores aparcaron deliberadamente la parte de sus declaraciones dedicada a negar absolutamente que haya querido criminalizar ninguna religión.
La bisoñez de Feijóo en la lucha por la Moncloa le ha llevado a confundir a un pobre diablo con un peligroso terrorista. Un psicópata desconectado de los sanguinarios «soldados» de Alá adscritos a una de las dos grandes ramas del terrorismo yihadista (Al Qaeda y Dáesh). Y eso ha puesto al líder del PP en la picota de los abonados a lo políticamente incorrecto.
La poca práctica en asuntos de villa y corte le ha jugado una mala pasada. Si antes de sostener públicamente que los católicos no matan desde hace siglos lo hubiera consultado con sus asesores, no se hubiera metido en ese lío. Alguien le habría recordado que en los Balcanes y en el Líbano, sin ir más lejos, se mató en nombre de la religión cristiana en las postrimerías del pasado siglo XX. Un lío que juega en contra de su pregonada vocación de centralidad.
Tampoco exageremos en esto. Aquí olvidamos pronto, incluido el masivo adiós al sacristán Diego Valencia, ayer en Algeciras, en ausencia de representantes del Gobierno. Descartado el encuadramiento de Yassine Kanjaa en red o banda terrorista alguna (25 años, marroquí, inmigrante ilegal en trámites de expulsión, «lobo solitario», según la investigación policial en curso), enseguida dejará de abrir los telediarios. Y un impacto político y mediático se desvanece con el siguiente, como explica Gal Beckerman en Antes de la tormenta.
No obstante, Núñez Feijóo, el aspirante, ya ha descubierto a estas horas que de poco sirven las tres mayorías absolutas de Galicia en el ecosistema nacional e internacional. Es evidente que se ha dado un tiro en el pie en su tardía incorporación al juego político a escala nacional, donde le mirarán con lupa mientras siga encabezando las encuestas del año electoral que todo lo contamina y todo lo politiza.
Solo la clase política ha echado gasolina a la hoguera tras los machetazos de un enajenado. Sería desalentador que, al final, el crimen de Algeciras, condenado tanto por las comunidades musulmanas de nuestro país como por la Iglesia Católica, se nos vaya a quedar en mera excusa para despedazar al adversario político, como ayer señalaba Ignacio Varela.