EL MUNDO – 27/07/16
· La irrupción del Estado Islámico extiende la persecución a países donde había tolerancia.
· Cuando el pequeño Habib de apenas cinco años tuvo que huir con su familia cristiana de Bajdida, no sabía por qué tenía que dejar todos sus juguetes detrás. Los acólitos del autodenominado Estado Islámico (IS, por sus siglas en inglés) habían destruido su hogar tras tomar esta villa situada al norte de Irak, la ciudad cristiana más grande del país, muy cerca de Mosul.
Cogieron los pocos bártulos que necesitaban para sobrevivir a la travesía y no dudaron en caminar y caminar. Llegaron a Solimanía, una ciudad del Kurdistán iraquí, tras deambular hasta que fueron acogidos. Ahora, se encuentran en una pequeña iglesia de este pequeño rincón del país donde conviven hacinados en un espacio con techo en la iglesia de la ciudad.
Los desplazados internos eran empresarios en Mosul, obreros en la construcción de los alrededores de Bajdida o universitarios de una de las instituciones más importantes de Irak. Por ser cristianos y estar perseguidos, sus vidas se han paralizado.
Y no sólo la vida de los oriundos de estos países de Oriente Próximo, donde algunos todavía viven escondidos bajo el yugo de esta organización yihadista, han sido sesgadas. Los que se encargan de facilitar e intentar que el futuro no se estanque en el presente, también son fruto de la ira de los adláteres de Abu Bakr Al Baghdadi.
El sacerdote jesuita Dall’Oglio, tras exiliarse de Siria durante el Gobierno de Bashar Asad, fue secuestrado en 2013 por miembros del IS cerca de Raqqa. Aunque no se ha confirmado, fuentes de la oposición siria afirman que su cuerpo ya está enterrado tras ser ejecutado.
En Yemen, otro bastión donde se ha implementado la visión más extremista de la religión musulmana, el sacerdote salesiano Tom Uzhunnalil fue secuestrado en Adén hasta hoy en día. Hace unos meses, el padre Michael P. O’Sullivan, administrador financiero del Vicariato Apostólico de Arabia del Sur, afirmaba a EL MUNDO que creen que se encuentra con vida. En ese mismo lugar, cuatro misioneras del hogar de la Madre Teresa de Calcuta fueron asesinadas. A sangre fría. Pese a que sus vidas corran riesgo día tras día, el arzobispo de Kirkuk, Thomas Mirkis, seguirá celebrando su misa a tan sólo unos kilómetros del frente del IS.
Javier Rosón, analista del islam en Europa en Casa Árabe, afirma a este diario que «los cristianos que viven en Siria y en Irak consideran que viven una situación histórica lamentable, y aproximadamente desde hace 50 años, están atravesando un periodo complejo y difícil. Cambios en la geopolítica, que han procurado que una minoría activa pase a ser discriminada y perseguida».
En el África subsahariana la situación no es muy diferente. El norte de Nigeria sufre una fuerte persecución religiosa por culpa de los ataques de la secta yihadista Boko Haram, uno de los tentáculos más mortíferos del Estado Islámico. Hace unos años, sobre todo de 2011 a 2013, atacaban a cristianos en iglesias aprovechando festividades religiosas. Hoy casi no quedan cristianos en la región. Todos han huido hacia el sur.
Una situación parecida viven aquellos que permanecen en el área del Sahel, especialmente en zonas fuera de control como el triángulo entre Gao, Tumbuctú y Kidal, en Mali, y toda la zona norte de Níger, donde las milicias yihadistas de Al Qaeda en el Magreb Islámico, Muyao y Al Morabitun se han hecho fuertes.
La situación de caos en Mali recuerda a los primeros días de la guerra civil de Somalia. Los milicianos del señor de la guerra Mohamed Farah Aidid irrumpieron en 1989 dentro de la catedral católica de Mogadiscio mientras celebraba la misa el obispo Salvatore Colombo. Le asesinaron a tiros en el púlpito. Después, tirotearon al Cristo del retablo hasta dejarlo sin cabeza. El resto de religiosos murió o escapó. Años después, los yihadistas de Al Shabab profanaron su tumba en la cripta y le sacaron al cadáver sus empastes de oro. Hoy no quedan cristianos en Somalia y el edificio ha quedado como un ruinoso vertedero, el símbolo de una intolerancia religiosa.
Otras áreas, hasta ahora tolerantes y pacíficas como el norte de Burkina Faso, Benin e incluso Guinea Conakry están viviendo una rápida radicalización. El islam avanza y, con él, una nueva generación de imames salafistas financiados por las grandes fortunas de Arabia Saudí y los emiratos del golfo.
Aunque el lugar en el que más sangrante se muestra ese choque entre cristianos y musulmanes es República Centroafricana, donde se vive una guerra civil: los miembros de una comunidad intentan masacrar a los de la otra sin que exista una verdadera razón de fondo salvo la manipulación de sus líderes. Nunca hubo el más mínimo problema entre cristianos y musulmanes hasta la rebelión Seleka en 2012.
EL MUNDO – 27/07/16