Ignacio Camacho-ABC
- Cuando los sondeos aprietan se impone la vuelta a las viejas recetas: yo te pago, tú me votas y se acabó el problema
El electoralismo de los cheques juveniles de Sánchez merecería el calificativo de impúdico si el propio Sánchez no hubiese ya devaluado el alcance de la palabra. El tópico, el lugar común, es una expresión por lo general cierta que la repetición desgasta hasta reducirla a una mera quincalla, a una baratija idiomática cuyo significado pierde valor por efecto de la redundancia. Qué sentido puede tener entonces un término relacionado con el pudor o el decoro aplicado a quien desde el primer momento ha exhibido un absoluto desprecio hacia cualquier clase de integridad política, sinceridad verbal o compromiso moral para desplegar un pragmatismo sin miramientos, una versión pedestre, sin grandeza ni altura, del cinismo maquiavélico. Cómo resaltar el descaro de un hombre que muestra una completa falta de respeto por el más elemental recato ético o estético.
Conformémonos pues con decir que esos bonos juveniles -el del alquiler, el del consumo cultural (?) o los que lleguen añadidos- constituyen un nuevo paso en el proceso cada vez más explícito de degradación populista del sanchismo. Caciquismo puro: compra de votos apenas disfrazada de incentivos a la compra de libros. (Para 2023, fecha de comicios, hay tiempo de subvencionar también la adquisición de perritos). Y sin demasiado reparo en que se note la intención mercantil, el trazo arribista del regalo a ese medio millón de chavales que van a acceder al voto el próximo año. Bienvenidos a la mayoría de edad: el presidente os está esperando disfrazado de Rey Mago, con el zurrón repleto de abonos de Netflix y entradas a conciertos y una papeleta electoral en la mano. Pero no vayáis a ser tan mezquinos como para pensar que os pide algo a cambio. Es una muestra de la generosidad del Estado que el Gobierno de progreso ofrece en nombre (y con el dinero) de los ciudadanos.
Ante una martingala tan burda, tan procazmente desprejuiciada, tan antigua, no cabe sino asombrarse del concepto que Sánchez tiene de la responsabilidad política. A su lado Lerroux sería un aprendiz, un pobre monaguillo, un catecúmeno del trapicheo ventajista. Décadas de sofisticación retórica, renovación de ideas e inventos de propaganda posmoderna arrumbadas en una simple propuesta de favores en compraventa. Todo el neolenguaje de la gobernanza, la sostenibilidad o la resiliencia al carajo cuando los sondeos aprietan y, como decía Di Stéfano, las papas queman. Para qué recurrir a esas técnicas complejas cuando son más eficaces las viejas recetas; yo te pago, tú me votas y se acabó el problema. El gasto, a cuenta de la deuda, que ya se harán cargo los que vengan. O los mismos beneficiarios del cheque cuando sean adultos y tengan tiempo de comprender de dónde sale en realidad el dinero público. Ahora, tras aprobar sin examen los estudios, no es el momento oportuno de explicarles cuál es su verdadero futuro.